Mi mejor medicina.

Emerzon, aún temblando de furia, salió del club, con el eco de las risas y la música zumbándole en los oídos. Lorenzo, sin decir nada, lo miraba de reojo, preocupado por la intensidad en los ojos de su amigo.

Emerzon respiraba pesadamente, sus pensamientos completamente consumidos por la imagen de Ida, su rostro inocente, y Mauricio, con esa sonrisa provocadora. Su pecho se contraía de odio y desesperación.

—No permitiré que ese desgraciado se acerque a ella —musitó, sus palabras apenas audibles por el rugido de la calle.

Lorenzo puso una mano en su hombro, intentando calmarlo.

—Hermano, no puedes resolver esto con violencia. Tenemos que encontrar otra manera.

Pero Emerzon no escuchaba, su mente atrapada en una espiral de rabia y protección.

—Voy a hacer lo que sea necesario —dijo, su voz firme y determinada—. Ida es mía. Nadie, especialmente ese estúpido, no se interpondrá entre nosotros.

La noche continuaba, fría y silenciosa, ambos caminaron sin pronunciar palabra, cada uno sumido
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