Capítulo 2
Después de que la supuesta novia conociera a todos, se preparaban para ir a cenar al restaurante. Yo planeaba irme con alguna excusa, pero Lucía me llevó a un rincón de manera discreta.

Su dulce sonrisa había desaparecido. Me miró seria, como si fuera su enemigo:

—Sé lo que pretendes hacer. Solo estoy ayudando a un amigo con la presión que le está dando su familia ahora. Es por el bien de sus padres, un acto de piedad por así decirlo. Si te atreves a causar problemas, esta relación no ira para más.

Aunque ella era quien había hecho mal, usaba la amenaza de ruptura con tanta facilidad, como si nuestra relación fuera solo una simple carta que pudiera jugar a su antojo.

La miré incrédulo:

—Pero este es nuestro futuro hogar. Tú eres mi novia.

Lucía le respondió con indiferencia:

—Ya te dije que solo ayudo a un amigo. Sus padres lo presionan demasiado para casarse. Además, si a mí no me importa, ¿por qué debería importarte a ti? Si es necesario, venderemos esta casa y compraremos otra y listo. La decoración actual tampoco me gusta mucho.

La casa que ahora decía no gustarle era la misma de la que presumía con orgullo en nombre de otro.

Me pregunté qué era lo que realmente le avergonzaba: ¿si era la casa o nuestra relación?

La amargura en mi interior era como un café muy cargado revolviendo con dolor mi estómago. Me sentía casi enfermo.

Ella, sin notar mi estado, miraba su teléfono con una sonrisa secreta. Luego, levantó instintiva la vista y se fue apresurada, diciendo con impaciencia:

—Me voy. Mejor no vengas, y si vienes, no causes problemas.

Me quedé allí como un pendejo, riendo amargamente. ¿Cómo podría irme? Si me fuera, ¿cómo podría presenciar tu felicidad?

Cuando llegué al restaurante, ya habían empezado a comer. Lucía acompañaba con entusiasmo a los parientes mayores en otra mesa. Antes me había dicho que odiaba tratar con familiares, pero ahora parecía ser muy hábil en ello. Supongo que aquello solo me lo había dicho a mí.

Tomás estaba en la mesa de los jóvenes, visiblemente ebrio, alardeando con los que lo rodeaban. Me senté cómodo y lo escuché decir:

—Esta mujer me persiguió desde la universidad. No pude librarme de ella, así que la acepté a regañadientes. Ahora insiste en casarse. Las mujeres son un verdadero lio.

Alguien le preguntó:

—Seguro tiene algo que te atrae, si no, ¿por qué la has mantenido tanto tiempo?

Tomás sonrió con lascivia:

—Ya sabes, es solo por el sexo. Es increíble en la cama, nunca me canso de ella. Tiene un talento especial para hacerme venir bien rico.

Los hombres presentes miraron asombrados hacia Lucía, riendo cómplices.

Lucía, viendo el buen ambiente en nuestra mesa, nos saludó con la mano, sin saber que era el tema de conversación.

Esta era la chica que yo había adorado tanto.

Respiré profunda, aflojando los dedos que habían estado clavados en mi muslo.

Lucía nunca me había permitido tocarla, diciendo que quería estar segura y que todo debía esperar hasta después del matrimonio.

Lo que yo no había conseguido, otros lo habían disfrutado de la mejor manera innumerables veces.

Me levanté con mi copa, atrayendo todas las miradas. Lucía palideció al instante, mirándome con advertencia en sus ojos.

Evité su mirada y anuncié:

—Ya que están todos los familiares, quisiera decir unas cuantas palabras. Aunque es la primera vez que me encuentro con mi primo, tenemos mucho en común. Nuestros gustos son idénticos. Por eso, tengo algunos artículos de boda que seguro le gustarán. Se los regalo ahora. ¡Les deseo hijos y una larga vida juntos!

Todos aplaudieron efusivos y felicitaron. Añadí:

—No se preocupen por eso, no son de segunda mano. Nunca los he usado.

Las pupilas de Lucía se contrajeron, su expresión pasó por completo de la ira al pánico. Dio un paso instintivo, como si quisiera explicarme algo.

Pero los familiares a su lado le ofrecieron apresurados un brindis. Lucía retrocedió, sonrió forzadamente, bebió y volvió a sentarse.

Negué con la cabeza, burlándome de mí mismo, y me fui solo.

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