Capítulo 2
—Vi muchas fotos suyas en la lata de galletas donde mamá guardaba los papeles del divorcio, —continuó Isabel—. Mamá coleccionaba un montón de sus fotos. Había como diez de él sosteniendo trofeos en podios. También fotos de la boda, de él agachado tomándole fotos a mamá, besándole la mejilla...

Me arrepentí. Debí haberlas tirado inmediatamente después del divorcio. Pero en ese momento, simplemente no pude hacerlo. Mi pequeña miró a Emilio con ilusión.

—Cariño…

—¿Es mi papá? —Él no quería mentirle y respondió con un simple.

—Sí. —Isabel sonrió feliz.

—Mis compañeros del jardín de niños se burlaban de mí porque no tenía padres. Ahora tengo un papá, ¡ja! —De repente, su sonrisa se desvaneció—. Tío, ¿eso significa que papá no nos quiere a mamá y a mí?

Emilio le acarició la cabeza y le aseguró que no era así, que su padre no la rechazaría. Ver a Isabel anhelando el amor de un padre me partía el corazón. Quise abrazarla, consolarla, pero mi cuerpo atravesó el suyo. Por un momento, olvidé que llevaba cuatro años muerta.

Al día siguiente, durante el descanso en el jardín de niños, ella le pidió prestado el teléfono a su maestra. Se escondió en el baño y marcó el número de la tarjeta que Alejandro le había dado.

—¿Hola?

—Soy la niña a la que le diste tu tarjeta ayer. ¿Puedo hacerte una pregunta?

Qué alivio, no lo llamó «papá». Aun así, me invadió una fuerte inquietud. Quise arrebatarle el teléfono, pero una vez más, mi mano atravesó su cuerpo. Con el permiso de Alejandro, Isabel preguntó tímidamente.

—Dime.

—¿Quieres a mi mamá?

Me quedé atónita. Ella había revisado mis pertenencias la noche anterior y se había quedado pensativa al ver la frase «Alejandro, ¿me quieres?», al final de mi diario. No buscaba recuperar a su padre, sino una respuesta para mí. Pero no debía preguntar. Habían pasado cinco años desde el divorcio y cuatro desde mi muerte. Esa respuesta ya no era tan importante para mí. Del otro lado del teléfono se escuchó una voz llena de sarcasmo.

—¿Tu madre te pidió que hicieras esto? ¿Cómo puede usar a su propia hija de esta manera? Vaya mujer más coqueta. Ya está con tu padre, ¿y, aun así, quiere reavivar una vieja llama conmigo?

Alejandro soltó una retahíla de frases hechas que probablemente Isabel no entendería. Me sentí amargada, pero a la vez aliviada de que su vocabulario aún no fuera tan amplio. Mi hija alzó la voz.

—¿Estás insultando a mi mamá?

—Bah... ¿Acaso no puedo criticar a una mujer así?

¿Una mujer así? Yo siempre fui fiel. ¡Tú eres el que siempre anduvo en cosas turbias con tu amante! Isabel rompió en llanto. Intenté secar sus lágrimas, pero fue en vano.

—Mamá murió hace cuatro años y tú sigues insultándola. Eres un malvado. ¡Buaa!

Era cierto, morí hace cuatro años, apenas un año después de nuestro divorcio. Pero la voz al otro lado no lo creyó.

—¿Muerta? Esa mujer vivirá mil años más que yo. —La niña, entre lágrimas y enojo, exclamó.

—¡Eres un malvado! Nunca más te buscaré. Le diré a mamá en su altar que deje de quererte. ¡Y quemaré todas las cosas tuyas que mamá guardó!

Isabel lloraba desconsoladamente. Yo me sentía desesperada. Entonces, se escuchó una voz apagada desde el teléfono.

—¿Tu mamá en verdad murió?
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