Me quedé hecha de piedra cuando Peter me pidió que me acercara para tocarme. Fui una cobarde, maté al tigre y le tuve miedo al cuero. Es que no es lo mismo decirlo que hacerlo.
—Carrie, ¿sigues ahí? —inquirió con preocupación.
—Yo… eh… Sí, es que… —balbuceé. Peter se acercó lentamente, encontrándome a mitad de camino.
—¿Dónde quieres que empiece? —indagó, acariciando mis hombros con suavidad. La pregunta de Peter fue clara, quería que marcara el inicio, lo que conllevaría a un fin. ¿Qué se suponía que le iba a decir? No tenía idea de cómo dar un beso, menos podría indicarle dónde quería que iniciara.
—Eres el experto. Tú decide —insté sin titubear, aunque en mi interior estaba encorvada en posición fet
¿Qué clase de mujer soy? ¿Cómo puedo llorar, lamentando no haber aceptado una propuesta que me dejaba en tal mal lugar? La respuesta estaba en mis narices, porque sabía que si aceptaba una relación así, me perdería, que jamás podría escapar de ella, que no podría desligar mis deseos de mis sentimientos. Porque era innegable, sentía cosas por Peter más allá del sexo. Quería más que eso y él no podía dármelo. Sabía que tomé la decisión correcta, pero eso no significaba que me aliviara. No lo hacía ni un poco.—Estás rara, Nat. Dímelo.—Soy rara, Ming. No recuerdo ni mi nombre.—Hay algo más. Los ojos te brillan de una forma extraña, estás distante, has tomado mal tres órdenes. ¿Tiene que ver con Peter?
Henry condujo por veinte minutos hasta una enorme mansión a las afueras de la ciudad. Al llegar, Peter se bajó del auto y me ofreció su mano como soporte. Caminamos juntos hasta la enorme puerta de madera y vidrio en forma de “U” invertida, que se abrió antes que la alcanzáramos.—Gracias, Marie —le dijo a la muchacha de servicio. Le ofrecí una sonrisa y seguí caminando del brazo de Peter.Miré con asombro el lujo y la extravagancia que residían en cada espacio de la enorme casa. El piso de mármol se reflejaba como un espejo, los techos doblaban la altura de Peter y en ellos destacaba una decoración minuciosa de líneas en yeso. A la izquierda, había un recibidor con sofás negros, dispuestos en “L”, sobre una alfombra gris con blanco.En la pared adyacente, vi una pintura que despertó en mí emociones ext
Después de secarnos y ponernos la ropa, entramos a la casa, hasta llegar a un comedor amplio. Me senté en uno de los ocho sillones blancos, disponibles frente a la mesa de madera. En el centro de ella había un hermoso ramo con rosas rojas.Peter se sentó a mi lado y poco después entró al comedor un hombre alto, de cabello castaño claro y ojos cafés; usaba un uniforme blanco, como el de los chefs y traía una botella de vino tinto en la mano, junto con dos copas. Las llenó y la puso delante de nosotros.—Gracias, Jahir —el hombre hizo una reverencia y se fue.—Pruébala —pidió Peter. Acerqué la copa a mi rostro, caté el vino, como él me había enseñado, y luego disfruté del delicioso regusto que dejó en mi paladar—. Quiero saborearlo en tu boca —¿Fue una orden o un deseo?—. Ven
—Natalie, ¿dónde estuviste todo el día? —preguntó la voz chillona de Pattie.¿Cómo entró a mi apartamento?—Leo me llamó llorando. Dijo que tú... ¿qué es lo que te está pasando? —Odié su tono de reproche y quería estrangular a Leo por llamar a mi madre. No tenía derecho de involucrarla.—Escucha, mamá. Soy una mujer adulta, no una niña, y eso es algo que ambos tienen que entender.—¿Cómo puedes ser tan insensible? Tenías una relación sólida con él y lo dejas a un lado —exhalé exhausta por tener que seguir dando vueltas en círculos con respecto al mismo tema.¿Por qué no se pone de mi lado? Se supone que su hija soy yo, no él.Caminé a mi habitación y cerré la puerta con
Llamé a Leo de camino a mi apartamento, mientras viajaba en un taxi. Algo me dijo que ir a Suiza era lo correcto y pensé que estaba en deuda con él, que merecía la oportunidad, por haber dedicado su tiempo para encontrar una solución a mi pérdida de memoria. Le dije que me iría con él con una condición, Pattie no podía saberlo, no quería enfrentarla en ese momento. Quedamos en salir el lunes a primera hora, esperaba hablar con Peter antes de eso para darle la noticia en persona, de lo contrario, me tocaría decírselo por teléfono.—Dichoso los ojos que te ven —le dije a Ming. La encontré en la entrada del edificio con un chico.—Hola, Nat. Te presento a mi primo Aoi, llegó hoy de Nagoya y se va a quedar conmigo un tiempo.—Hola, Aoi.—No habla inglés, por eso lo enviaron, para que le enseñe.<
—Hola, soñadora. Espero que no hayas desayunado, Marie preparó un banquete para ti —su saludo llegó acompañado por un abrazo. Lo apreté fuerte contra mí, sabiendo que esa sería la última vez que nuestros cuerpos estarían tan cerca—. ¿Qué pasa? —preguntó, intuyendo que algo iba mal.El banquete de Marie no llegaría a ser servido luego de que contestara esa pregunta. La noche anterior, luego de botar a Leo casi a empujones de mi apartamento, me tumbé en la cama a pensar en mis posibilidades, que se resumieron en dos: mentir o decir la verdad.—Tengo que decirte algo. ¿Podemos sentarnos? —le pedí con nerviosismo.—Eso puede esperar, desayunemos primero —instó con ternura.—No puede esperar, tiene que ser ahora.—Es algo malo, lo siento en tu voz. Fue Henry, te dijo que
Cinco días, el mismo número de sesiones con el psicólogo Thomas Vincent, y el único avance que habíamos logrado era un título para mi estado severo de obcecación: Amnesia Disociativa Psicógena.Según Vincent, la experiencia que tuve en L.A. me originó un alto nivel de estrés que me llevó a bloquear mis recuerdos; porque él afirmaba que mis recuerdos seguían ahí, la dificultad estaba en el acceso consciente y la recuperación de ellos. Y a razón de mi insistente deseo de reprimirlos, seguían escondidos.Lo de mi estado de coma seguía siendo un misterio, los estudios que me hizo no revelaron nada que esclareciera ese hecho. Vincent estaba convencido de que, de forma inconsciente, me induje el coma, cosa que le fascinaba sobremanera.—Como usted misma ha mencionado, ha tenido dos episodios en presencia del señor C
Llegué a Ottawa a las ocho de la noche. Resultó que me equivoqué al comprar el pasaje y elegí un vuelo con escalas, por lo que tardé cuatro horas más en llegar.Mientras viajaba en el taxi que me llevaría a casa, se me ocurrió una idea bastante estúpida y desesperada que se materializó con una petición al chófer. ¡Le di la dirección de Peter!—Espéreme aquí, puede que no tarde mucho —le dije cuando llegamos al destino.—No hará lo que creo, ¿verdad?—¿Y qué cree que haré? —repliqué.—Meterse a robar en esa casa.—¿Tengo cara de ladrona? —le pregunté ofendida.—La cara no tanto, pero el aspecto… —miré boquiabierta al taxista y luego me di un vistazo rápido para corroborar la insinuació