Las pesadillas la envolvían constantemente, como enredaderas que se ciñen al cuello. Luna sacudía la cabeza con desesperación, respirando con dificultad, sintiendo que le faltaba el aire. De repente, su garganta emitió un grito ronco.—¡No, no!—¡Diego!—¡No te vayas!Entonces, se despertó de golpe, abriendo los ojos. Estaba empapada en sudor, su pijama de seda estaba completamente mojado, pegándose a su piel y delineando su figura esbelta.Inhaló profundamente, esforzándose por calmar su acelerado corazón. Demonios, ¿por qué estaba soñando de nuevo con esto? Hacía tanto tiempo que no tenía esa pesadilla.Recordaba vívidamente cómo se sentía, el calor recorriendo su cuerpo, la confusión que le nublaba la mente, sin saber qué había sucedido después. Al despertar, lo primero que vio fue a un hombre desconocido, a quien nunca había visto antes: ¡Leandro!Todavía podía recordar con claridad su cuerpo fuerte y desnudo, y su rostro helado y atractivo. Quedó tan asustada que no pudo pronuncia
Luna abrió los ojos desmesuradamente. El brebaje se le vertió directamente en la garganta, y no pudo vomitar; él la tenía completamente bloqueada. Él seguía vertiéndolo, y ella se vio obligada a tragarlo todo. Era demasiado amargo y le dolía muchísimo.Al terminar de administrarle el medicamento, su sufrimiento no terminó. Su lengua revoloteó en su boca, profundizando el beso, y cuando el amargor comenzó a disiparse, Luna se sintió casi ahogada.Él la sujetó con fuerza por la nuca, y el beso se volvió cada vez más apasionado y salvaje. Sintiendo que algo no andaba bien, Luna aprovechó un descuido para liberarse de sus labios, jadeando y gritando:—¡No, no!Ella no tenía fuerza y realmente no soportaba más agitación. Los ojos de Leandro, que antes estaban ardientes, se oscurecieron de repente. En realidad, él había escuchado todo; ella, en su sueño, gritaba el nombre de Diego, exclamando: "¡Diego, no te vayas!"Su emotividad era auténtica y él la escuchó claramente.En ese momento, su r
Leandro entró en la habitación. Luna, instintivamente, se encogió en la cama, asustada.Leandro se acercó hasta el borde de la cama, y fue entonces cuando Luna se dio cuenta de que en sus manos sostenía un tazón de gachas. Al percibir el aroma de la comida, su estómago no pudo evitar emitir un sonido de hambre; realmente estaba hambrienta.Ella tomó el tazón entre sus manos. Las gachas eran muy tentadoras, cocinadas con carne de res desmenuzada y acompañadas de camarones frescos, vieiras, verduras y más. Solo con mirarlas, su apetito se despertó. No pudo evitar tragar saliva.Sin embargo, cuando intentó comer, se dio cuenta de que sus dedos temblaban, y no podía sostener la cuchara; se le resbalaba varias veces. Se sintió muy avergonzada, incapaz de sostener el tazón o la cuchara.Leandro le lanzó una mirada; en sus muñecas había marcas rojas, resultado de haberse apretado demasiado al luchar.Él frunció el ceño. De repente, le quitó el tazón de las manos.Luna exclamó: —Eh, yo, aún no
Fuera de la ventana, la oscuridad reinaba en el mundo. Las cortinas de la habitación estaban bien cerradas, y en el aire flotaba un ambiente de intimidad.Luna López había perdido su ritmo de respiración, con el rostro teñido de un suave rubor.En realidad, estaba distraída por lo que había descubierto: él llevaba un perfume que no le pertenecía…Él jamás usaba fragancias, seguramente era de otra mujer.De pronto, frunció el ceño bonito.El hombre pareció darse cuenta de su distracción y, como un castigo, la sometió a su severidad.Fue un largo proceso. Finalmente, el hombre se levantó y se dirigió al baño para bañarse.Luna ya estaba completamente agotada, esforzándose por levantarse de la cama, mientras el murmullo del agua resonaba en el baño.El hombre con quien acababa de tener una relación, era su esposo en nombre, Leandro Muñoz. Era un hombre que nunca había prestado atención a su bienestar en la cama, y que solo sabía satisfacer sus deseos a su modo violento.Llevaban casados t
—No necesitas saberlo.En los ojos de Leandro, además de la frialdad, ya se percibía una pizca de impaciencia.—Te pagaré suficiente dinero. Esta villa ya es tuya. Te daré cien millones de una vez como la manutención, y además cada mes…Antes de que pudiera terminar la frase, Luna lo interrumpió. Era la primera vez que lo hacía. En el pasado, nunca se atrevía a hacerlo.—No quiero nada, solo quiero a Sía.La atmósfera en la habitación se volvió tensa drásticamente. La sensación opresiva y sofocante se apoderó, mientras la luz amarilla y fría de la lámpara parpadeaba débilmente.Sía…Era su hija, que ahora tenía poco más de dos años.Cuando Luna dio a luz a Sía, sufrió una gran hemorragia que dañó su vientre. El médico le dijo que le costaría quedar embarazada de nuevo. Por lo tanto, ya no era necesario tomar anticonceptivos, pero aparentemente, él no quería darle ni la más mínima oportunidad de quedarse embarazada.Se rio con desdén:—¿Puedes mantenerla?Luna también se rio de repente:
Luna se levantó del suelo con un semblante apagado y planeó ir a recoger sus cosas.Sin embargo, al bajar por la escalera de caracol, escuchó los murmullos entre los sirvientes.—El señor se fue con un rostro sombrío.—Quiero regresar a trabajar en la mansión, no aquí, sirviendo a esa mujer.—Exacto, su hija es también un desperdicio. ¿La has visto?—No, dicen que desde que nació no ha salido del hospital. Es pura enferma. Tener a esta madre e hija en la casa es realmente un maldito infortunio. Si yo fuera el señor, ya las habría echado.—Es cierto que esa mujer es un poco desafortunada, pero si hubiera tenido un hijo, su situación sería mejor.—No vale la pena tener compasión en ella. ¿No lo sabes? Hace años, usó trucos sucios y quedó embarazada para casarse con el señor. De lo contrario, con su condición, ¿cómo podría haberlo logrado? Para castigarla, Dios la hizo dar a luz prematuramente y, además, tuvo solo una hija que no sabe hablar.—¿Qué? ¿Es muda? ¿O tiene alguna discapacidad
La oficina del Grupo Muñoz se ubicaba en la planta superior.Este era el edificio más lujoso de la capital, con ventanales de vidrio que ofrecían vistas a los rascacielos y puentes que se alzaban por doquier. Leandro estaba de espaldas frente a esos ventanales, con una postura erguida.Su asistente, Yael Hernández, le entregó la tarjeta de crédito y la llave que Luna le había devuelto.Mientras tanto, el celular de Leandro recibió un nuevo mensaje. Era un SMS de la tienda de segunda mano, mostrando un monto de más de un millón, con la anotación de “Reembolso por ropa y joyas”.Leandro frunció el ceño. Con un “crack”, rompió la tarjeta de crédito que tenía en la mano.—¿Ella ya se ha mudado? —le preguntó a Yael.Yael titubeó:—Jefe, quizás debería ir a la villa para ver personalmente. No sé cómo describirlo…Leandro frunció el ceño. En realidad, no quería ir. Si ella se iba, que se fuera. ¿Por qué debería ir a revisarlo?Sin embargo, algo lo llevó a la villa.Cuando Leandro abrió la pu
Días después, Luna encontró su primer trabajo como planificadora de negocios en una compañía de inversiones.Su especialidad en la universidad era matemáticas y economía, así que no le fue difícil conseguir empleo.Alquiló un departamento y contrató a una niñera para que cuidara de Sía mientras ella salía a trabajar durante el día. La nueva oficina no estaba lejos de su casa, así que, en caso de que Sía tuviera algún problema, podría regresar de inmediato.Hoy, al llegar a la oficina, varios empleados estaban comentando animadamente rodeando una pantalla gigante en el área común. Al pasar por allí, escuchó algunas frases de la conversación.—¿Viste la noticia? El primer amor del Leandro Muñoz regresó al país hace un par de días.—Ah, te refieres a la señorita Celia Fernández, la primera dama de la ciudad, ¿verdad?—Sí. ¡Qué envidia! Un paparazzi los fotografió en un hotel de lujo, y el señor Muñoz tomaba de la mano a la señorita, ¡se veían muy enamorados!—Uff, no somos compatibles… La