La cena de las dos parejas felices se llevó a cabo en casa del abuelo, donde risas y alegría llenaron por completo la atmósfera.

Después de la cena, los sirvientes limpiaron cuidadosamente la mesa.

Rodrigo, frente a los testigos más importantes, ordenó a Luisana que sacara una gruesa pila de carpetas de un maletín y las dispusiera una a una ante el abuelo. ¡Las carpetas rojas cubrían toda la mesa redonda!

Sin embargo, estas eran tan solo una pequeña parte.

Solo el grosor de los certificados de propiedad nacional hizo que Clara, acostumbrada a grandes eventos, no pudiera evitar exclamar.

—No envidies sus muchas propiedades—dijo Alejandro, con los ojos entrecerrados, entrelazando sus dedos con los de ella debajo de la mesa, su voz suave—Lo que tiene, yo también lo tengo. No tengo menos que él.

—Lo que ustedes dos tienen, sumado al diez por ciento de las propiedades de Julio, ¿qué tengo yo para envidiar? — Clara mostró indiferencia en sus palabras, pero sus ojos brillaban con gran alegría