Rodrigo ignoró por completo las burlas de Enrique, respiró profundamente y apretó con fuerza la mano de la chica, cuya palma temblaba ligeramente por los nervios. —Amo a Noa. No me casaré con nadie más en esta vida. La haré la mujer más feliz en este mundo.

Dicho esto, el hombre giró la cabeza para mirar a su amada, con lágrimas profundas como el océano en sus ojos. —Por favor, permítame casarme con Noa.

Un rubor tímido apareció en el delicado rostro de Noa, sintiendo un cálido flujo en su pecho.

Leona los miró con rabia mientras se deleitaban en su afecto. Su expresión malévola parecía a punto de revelar su verdadera naturaleza y transformarse nuevamente en un monstruo envidioso en el próximo instante.

Enrique, al escuchar las palabras, emitió una risa sarcástica. —Rodrigo, en tu estado actual, ni siquiera tienes el derecho de estar frente a mí. El hecho de que pueda hablar contigo ya es más que suficiente. ¿Cómo te atreves a pedir la mano de mi hija?

La última vez en la fiesta, ¿no d