Desde que Ema fue condenada a muerte y Leona fue humillada públicamente por Enrique en los pasillos del tribunal, sintió que la única posición que le quedaba en casa había desaparecido por completo, y la única buena impresión en el corazón de su padre se desvaneció como un leve espejismo.

Siempre había dependido del apoyo de Ema, convirtiéndose en una heredera adinerada y acostumbrándose a un estilo de vida muy lujoso. Sin embargo, con la confiscación de la propiedad privada de Ema, que prácticamente incluía todo su dinero en efectivo, Leona se encontraba completamente sin un centavo.

Aparte de las dos propiedades privadas y dos autos de lujo que su padre le otorgó, junto con los tres millones de dólares en su cuenta, no poseía absolutamente nada más. Leona solía gastar dinero sin restricción alguna, pero ahora se veía obligada a enfrentarse a la pobreza, una transición que la hacía sentirse impotente y bastante ansiosa.

Después de dos días de completa angustia, Leona de repente pensó