33. El desahogo.

Cuando Emanuele se despertó, Joshua ya no estaba en la cama. Sobresaltada, la chica miró el reloj de la pared, preguntándose cuánto tiempo llevaba fuera. Entonces se dio cuenta de que llevaba allí veinte minutos.

Lentamente, la pelirroja levantó el torso y se incorporó. Seguía en bragas.

Una parte de su cerebro seguía sin poder discernir qué era verdad y qué no. ¿Se había imaginado todo aquello?

Los sutiles temblores que aún se apoderaban de sus dedos y de las manos de sus pies, así como el pequeño asomo de escalofrío en su espalda, eran la prueba de que sí, había sido real.

Emanuele se levantó, probando la firmeza de sus propias piernas, y se vistió. ¿Por qué Joshua había abandonado la habitación? Parecía bastante grosero. ¿O es que las cosas solían ser así y ella no estaba acostumbrada?

Cuando estaba a punto de salir, el hombre abrió la puerta. Llevaba dos tazas, una en cada mano.

"Hola, Bella Durmiente".

La chica se sonrojó de vergüenza.

"Ah, hola".

"Hola. Toma. Pensé que lo nece
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