36. En el hospital

Dos paramédicos la miraban desde arriba, con sus uniformes blancos y un instrumental médico del que no sabía el nombre.

Frunciendo el ceño, Emanuele tardó un rato en darse cuenta de dónde estaba. Lo primero que notó, aparte de los desconocidos que la examinaban, fue que estaba tumbada en una camilla. Lo segundo fue que ya no estaba en la calle, rodeada de curiosos, autobuses, árboles y pájaros.

Lo tercero fue que la nariz le dolía como si estuviera rota. Y probablemente lo estaba.

También le dolía el resto del cuerpo. Sentía como si un camión le hubiera pasado por encima varias veces. Los pulmones le ardían al respirar y la garganta tampoco estaba muy bien. Dios mío, no había nacido para esto.

Mientras intentaba reorganizar sus pensamientos y se preguntaba dónde estaba, la muchacha vio que a su lado un joven apuesto y preocupado la cogía de la mano. Respondía a las preguntas de los médicos, pero ella no entendía nada. Quizá necesitaba una medicina más fuerte. Quizá eran extranjeros.

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