119. La última conversación

El día siguiente amaneció gris, frío y absolutamente silencioso.

Por supuesto, seguían pasando coches, la gente salía de casa para ir a trabajar y los niños iban al colegio. Pero el ruido que había, ese sonido típico al que los oídos de Emanuele estaban acostumbrados, no podía penetrar en la enorme burbuja de silencio que la rodeaba.

La llamada del delegado del día anterior era una respuesta que había estado deseando recibir, pero ahora que sabía que el último deseo de su hermana era verla, un peso insoportable se apoderó de su corazón.

Sarah iba a morir. Y todo lo que tenían juntos eran conversaciones breves, vigiladas y cronometradas.

Emanuele se miró en el espejo. Llevaba un abrigo negro y pantalones del mismo color, así como botas oscuras. Llevaba el pelo teñido de rojo recogido en un moño apretado, y por mucho que intentara disimular con maquillaje su cara hinchada y enrojecida por el llanto, seguía siendo evidente para cualquiera que prestara un poco más de atención.

Joshua ap
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