Mentiras fragmentadas
Mentiras fragmentadas
Por: Gina Morris
Prólogo

Las gotas espesas que golpeaban el ventanal retumbaron al compás del corazón de la chica que acababa de mirar los ojos de la muerte, ojos familiares, ojos que muchas veces observó en completa calma y desconociendo de lo que eran capaces realmente. Los pensamientos le nublaron la vista con lágrimas de desesperación, estaba asustada y rezaba en su mente para que pudiera salir ilesa, aunque sabía que no era del todo posible debido a la alta cantidad de información que ella resguardaba.

La taza le resbaló de entre los dedos cuando aquella persona le sonrió en espera de su rápido deceso. Las palabras en voz ajena seguían frescas en sus oídos que se negaban a aceptar lo dicho.

Había ingerido Morinett sin saberlo, una hierba natural bastante comercial en Fantell, hierba que en grandes cantidades era mortal. Quien la acompañaba en la habitación le había confesado minutos atrás aquella fechoría como si se tratara de un juego divertido.

Macabro pero divertido al fin.

No podía creerlo, no de aquella persona.

Hilos de sangre le brotaron de la nariz, el colapso fue inevitable, no podía hacer nada ya salvo resignarse y tratar de no demostrar el sufrimiento físico que comenzaba a pesarle, para morir intentando no dejar caer su dignidad.

El veneno atacaba rápido, se maldijo por ser tan torpe e ingenua y tosió frente a quien se convertiría en su homicida. Paredes blancas y luces bajas fueron testigo de lo sucedido en realidad esa noche, situación que pasaría debajo de la mesa como todo lo que ocurría en la ciudad.

Porque en Fantell todos cumplen sus sueños, pero el precio es alto si no el más costoso, y es hacerte de oídos sordos, ser un ciego que calla.

Su muerte quedaría impune, pues no tenía familia que le hiciera justicia y tampoco era alguien a quien otros extrañarían. Sólo una forastera que había contado con demasiada suerte de principiante dentro de un nido de serpientes. Quiso retroceder en el tiempo para evitar meterse con las personas equivocadas pero ya era demasiado tarde para reaccionar.

Cayó de rodillas en el suelo helado, nevaba, era diciembre.  Las alucinaciones previas a su muerte llegaron, y con ellas leves destellos de la realidad que vivía y que pronto dejaría.

Los temblores corporales no tardaron en aparecer y muy pronto se sumió en una oscuridad sin retorno, llevándose con ella secretos que no podían salir a la luz nunca.

Jamás.

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