Salinas

Llegamos a la playa y mis padres alquilaron sillas y sombrillas, tres en total; unas usarían mis padres, la otra los padres de él y la última la compartiría con Aarón. No recordaba lo mucho que me gustaba pisar la arena con mis pies descalzos y lo caliente que se sentía entre mis dedos. Me coloqué un poco de bloqueador y eché mi cabeza para atrás. Se sentía tan bien, que había ignorado a Aarón por unos minutos hasta que se sentó en frente de mí.

—¿Me puedes oír? —preguntó Aarón mirándome fijamente.

—Lo lamento, había olvidado por completo lo bien que se sentía estar en la playa.

—Deberíamos venir más seguido.

—No, eso sería mucho pedir a tus padres, y no queremos molestar.

—Siempre tan modestos.

—¿Querías decirme algo?

—Vamos a nadar un rato a la playa.

—No me digas que tienes tabla de surfear.

—No, no tengo una —se rio—, si la tuviera la hubiese traído.

—¿Qué hay de la marea?

—Estaremos bien, yo cuidaré de ti.

—Eso es un alivio.

Le dijimos a nuestros padres donde estaríamos y entramo
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