Capítulo 8
—Pa... papá... ¿qué haces aquí?

María, incrédula ante la repentina aparición de Antonio, dejó caer el cuchillo del susto. Cambié mi expresión serena por una de angustia, con lágrimas en los ojos:

—Antonio, ¿por qué tardaste tanto? ¡Casi no volvemos a verte, tu hijo y yo!

Mi tono entre dolido y reprochador lo ablandó instantáneamente. Me desató las cuerdas y me abrazó fuertemente, como si hubiera recuperado un tesoro perdido:

—Perdóname por llegar tarde. No temas, siempre te protegeré.

Mientras sollozaba en su pecho, lancé una mirada desafiante a María, quien permanecía inmóvil. Ella enloqueció e intentó arrancarme de los brazos de Antonio:

—¡Papá, está actuando! ¡Es una cualquiera!

Temblé más fuerte:

—Antonio, quería matar a nuestro hijo...

Esta vez, Antonio le dio una bofetada a María. Ella, tocándose la mejilla hinchada, lo miró incrédula:

—Papá, ¿me pegas por esta inferior? ¡Nunca me habías pegado!

Antonio rugió:

—¡Basta! —y ordenó a los guardaespaldas—: La señorita ha enloquecido,
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