Elena también comparaba a Ignacio y Gonzalo con su padre, diciendo que el abuelo Armando prefería a los hijos ilegítimos. Desde pequeño, Mateo se resistía a complacer a los demás y a hacerlos felices. Si el cariño de alguien tenía que ser ganado, prefería no tenerlo.—Mateo, ¡tú también eres mi hijo
Mateo apretaba el látigo en su mano, con una mirada fría y sombría, recordando vivamente al lacónico Lisandro. Solo pronunció cuatro palabras.—¡Él se lo buscó!—Mamá sabe que quieren protegerme, —Ximena, con paciencia, les habló—. Pero esto es asunto de adultos, déjennos a nosotros manejarlo.» Pue
—Entiendo tus intenciones, —Lisandro tomó la mano de Ximena—, no quieres que yo y él nos volvamos enemigos.—Eso es lo que esperaba.—¿Acaso tengo miedo?—No se trata de miedo. ¡Es un asunto entre familiares!—Él no es mi familia, —dijo Lisandro, quien nunca había aceptado a Ignacio como su hermano.
—¿Qué quieres? —Ximena no se volteó, preguntó fríamente.Cuando Ximena escuchó la petición de Ignacio, le devolvió el favor con varios azotes, haciendo que Ignacio saltara y gritara de dolor. Ximena salió de la habitación furiosa. Lisandro, al ver su rostro enojado, pensó que Ignacio la había molest
Al ver a Gabriela acercarse, Ximena tosió y elevó la voz.—Buenos días, señorita Gutiérrez.Al oír que Gabriela llegaba, Daniel cerró la boca de golpe y salió corriendo de la sala, desapareciendo en un instante. Gabriela ajustó sus gafas de montura negra en la nariz. No era miope, solo usaba montura
—¿Agradecerme? Yo no soy de las que tienen compasión fácilmente.Ximena tomó lentamente el nido de golondrina que Anna le había servido. Catalina, con los ojos rojos e hinchados, ya no podía llorar más. Levantó la vista hacia el enorme ventanal, contemplando el crepúsculo sangriento, y en su rostro
Gonzalo mantuvo los ojos bajos por un largo rato antes de hablar.—Ella quiere nuestra actitud.—¿Qué actitud?Gonzalo levantó la mirada, sus ojos claros y serenos, fríos pero no hostiles.—Quiere que nos unamos a ella en un frente común.—Ella encierra a Nacho, —Catalina se hundió en el asiento—, l
Lisandro, que ya era bastante más alto que Ximena, se encontraba de pie un escalón por encima de ella. Se inclinaba hacia abajo, pellizcando los labios de Ximena en una postura cómica, como si ella fuera un pequeño conejo que él adoraba.Ximena fruncía aún más los labios y decía de manera poco clara