VINCENTLa sigo hasta que se sube a uno de mis coches y el conductor la saca de las puertas. Entonces, vuelvo corriendo a nuestra habitación y me dirijo al baño. Me apresuro a ir al retrete y vomito todo el alcohol que me he obligado a beber a primera hora de la mañana para ayudarme con mi actuación.Al terminar, tiro de la cadena y me siento en el suelo, acercando las rodillas al pecho y frotándome la cara con las palmas de las manos.Ella me quería. Dijo que me amaba y yo le rompí el corazón.—Perdóname, Carmen...— Me susurro las palabras que quiero decirle. —Perdóname... por favor.Te dejo ir y sólo puedo esperar que no vuelvas.No antes de atrapar al hombre que quiere alejarte de mí.Hagas lo que hagas, Carmen, por favor no vuelvasCARMENLa habitación huele a polvo y a humo. Las cortinas están corridas, oscureciendo su aspecto. En ella hay una cama cubierta con sábanas blancas en el centro, un armario de roble, una bolsa de frijoles y una guitarra colgada en la pared, una guitarr
VINCENT—No deberías haber hecho eso, idiota—, frunce el ceño Tatiana a través del teléfono. —Me has hecho quedar aún peor que antes ante ella. Sabes lo mucho que me odia...—Ella no te odia, Williams—, la corto con un tono cortante. Escuchar la misma frase me irrita.Ahora ella también me odia. Otra vez.—Sí, y el sol sale por el oeste...— Prácticamente puedo verla poner los ojos en blanco mientras habla. —¿Cuándo dejarás de sacrificar tu felicidad sin razón aparente? Lo importante es que ha dicho que aceptará a mi hijo. ¿No era eso suficiente para ti?—Hice lo que tenía que hacer, Tatiana. Ella no estaba segura conmigo. No puedo ponerla más en peligro sólo porque esté casada conmigo.—Vincent, esto no es sano—, argumenta la molesta señora del teléfono. —Tú la necesitas. Ella te necesita. Vosotros dos estáis hechos el uno para el otro.—Olvídalo—, gruño, jugando con un botón de mi traje mientras me reclino en mi silla. —Háblame de él. ¿Cómo está?—Los analgésicos le hacen dormir todo
CARMENEl golpecito en el cristal me hace apretar con fuerza la almohada. Es el tercero en los últimos veinte segundos y el hecho de que no venga de la puerta me asusta más. Subo las rodillas hasta el pecho, acurrucándome como una ardilla bajo la manta mientras aprieto los ojos.¿Y si es él? El hombre del cuchillo. ¿Debería llamar a papá?Debería haber hecho caso a mamá y dormir en su habitación en vez de en la mía.Hay otro golpecito, esta vez más fuerte, y oigo crujir algo. Creo que es el cristal de mi ventana. Asomo lentamente la cabeza por la manta, mis ojos se posan en la ventana y veo una pequeña grieta en el cristal. Normalmente mantenía las ventanas abiertas, pero ahora prefiero tenerlo todo bien cerrado después del horrible incidente.—¡CARMEN!El grito me hace saltar de la cama al reconocer la voz. Es profunda, áspera y forzadamente ruidosa. Mi corazón late deprisa, mis pies golpean el suelo mientras corro más allá de la ventana y abro de par en par la puerta de mi balcón.E
VINCENTLa jodí. La he cagado bien cagada.Me froto la frente entre dos dedos, masajeando con fuerza mientras recuerdo los sucesos de anoche en flashes. Me duele la pierna por alguna razón y cuando me esfuerzo por recordar, veo visiones mías trepando a un árbol.Un puto árbol hasta el balcón de Carmen.¿Qué demonios me pasa? Me he comportado literalmente como un chaval de dieciséis años que acaba de ligar por primera vez. Ese no era yo. Pero todo lo que quería era llegar a Carmen. Llegar a ella sin importar lo lejos que estuviera. Perdí la cordura cuando vi su cara en el balcón. Todo lo que quería hacer era tomarla en mis brazos y besarla con fuerza. Quería olvidar por un tiempo que ella no podía estar conmigo, que tenía que mantener una actuación.Fracasé. Fracasé, joder.Evité ir a casa después de levantarme por la mañana y en su lugar volví a la oficina. Justin se sorprendió de verme a tiempo y me hizo saber que hoy tenía que asistir a unas seis reuniones, una detrás de otra. Por a
CARMENTal como dijo mamá, lo encuentro en el bar privado de nuestra casa, en el vestíbulo. Se está sirviendo otra copa. Ya se ha tomado tres en los últimos diez minutos sin mirar a ninguna parte, solo hacia delante, donde hay más botellas de vino caro en las estanterías.Cuando está a punto de beberse otra copa, me acerco a él y paso lentamente por el vestíbulo. Aunque oye mis pasos, no se le nota en la cara. Tomo asiento en el taburete junto a él, con los pies colgando en el aire.—Papá...— Le toco el hombro con una mano mientras con la otra le quito suavemente el vaso.Él enarca las cejas, lanzándome una mirada escrutadora.—¿Qué quieres? — Refunfuña la pregunta, evitando mirarme. Apoya los antebrazos en la encimera mientras mira el vaso que he vuelto a colocar sobre ella.No bebería delante de mí. Le da vergüenza.Es como si por primera vez viera a mi padre de verdad. Tiene la camiseta metida por fuera del pantalón, las manos frías cuando se las toco y el pelo más largo de lo norm
VINCENTMe parece que ha pasado una eternidad cuando abro los ojos. Una luz blanca y cegadora procedente del techo me hace cerrarlos de nuevo. Gimo, me pongo de lado y me levanto con el codo. Me duele el hombro, siento el cuerpo débil y la cabeza mareada, con puntos negros que me bloquean la visión.Empiezo a recordar vagamente a Justin inclinado sobre mí, murmurando algo sobre joderme la vida. Me aprieto las sienes con las dos manos y sacudo la cabeza, intentando deshacerme en vano del pesado peso que llevo dentro. Miro a mi alrededor y me veo todavía en los confines de mi despacho, y entonces mis ojos se posan en el reloj de la pared, encima de mi escritorio. Se acercan las siete de la tarde.¿Qué demonios ha pasado? ¿Nadie ha ido a verme? Han pasado tres horas.Arrastro mis pasos lo más rápido posible hasta la puerta y la abro de golpe. La oficina está casi vacía, se acerca la hora de cierre y otros dos trabajadores son los únicos que quedan.—jefe...—¿Dónde está Justin? — le preg
CARMENLa casa de los Llorís está inquietantemente silenciosa cuando paro el coche a sus puertas. No hay trabajadores esperando en la puerta, ni guardias en las verjas, ni rastro del jardinero. Las luces del porche están apagadas y lo primero que pienso es en problemas. La opulenta mansión apesta a algo inhumano en su interior.Me desabrocho el cinturón de seguridad y desciendo del coche mientras saco el teléfono del bolsillo. Mantengo las manos sobre el botón de emergencia situado en el lateral del teléfono mientras subo las escaleras hasta la puerta principal.Todo está a oscuras, salvo las luces del edificio. El cielo tiene rayas azules y moradas que se mezclan con cada relámpago. El lugar, normalmente alegre, parece la casa de los horrores y me hace tragar saliva, con el temor de que Rhina me pidiera que viniera aquí.&i
CARMENEl pánico se apodera de mí y, en lugar de desatar suavemente el hilo de mi pierna, tiro con fuerza de él, el fuerte hilo me corta la piel del pie mientras me levanto, dando pasos hacia atrás para alejarme del hombre.—Me estoy hartando de esto. ¿QUÉ COÑO TE PASA? — le grito. —¿QUÉ QUIERES?—Te quiero muerto—, suelta despreocupado, dando un paso hacia mí. Rhina y Daysi están justo detrás de mí y están llorando. Echo un vistazo al suelo intentando buscar mi teléfono, pero no está en ningún sitio cercano. —No sabía que matarte sería tan difícil. Siempre me sorprendes, Carmen.Hay risa en sus palabras, del tipo que suena como si se estuviera riendo de sí mismo y no se avergüenza de ello. Debe de estar enfadado co