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CARMEN

La casa de los Llorís está inquietantemente silenciosa cuando paro el coche a sus puertas. No hay trabajadores esperando en la puerta, ni guardias en las verjas, ni rastro del jardinero. Las luces del porche están apagadas y lo primero que pienso es en problemas. La opulenta mansión apesta a algo inhumano en su interior.

Me desabrocho el cinturón de seguridad y desciendo del coche mientras saco el teléfono del bolsillo. Mantengo las manos sobre el botón de emergencia situado en el lateral del teléfono mientras subo las escaleras hasta la puerta principal.

Todo está a oscuras, salvo las luces del edificio. El cielo tiene rayas azules y moradas que se mezclan con cada relámpago. El lugar, normalmente alegre, parece la casa de los horrores y me hace tragar saliva, con el temor de que Rhina me pidiera que viniera aquí.

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