El reloj antiguo de la biblioteca marcaba las seis en punto cuando Dante cerró con firmeza el libro que sostenía. El silencio se volvió aún más pesado mientras Francesco, de pie frente a él, lo observaba con expresión impenetrable. La luz dorada del atardecer filtrada por las ventanas teñía de bronce los lomos de los libros, como si el tiempo se detuviera para presenciar lo inevitable.—Es mejor que se retire, Francesco —dijo Dante con voz baja, pero firme—. Aunque no crea que se irá con las manos llenas.Francesco entrecerró los ojos, y su mandíbula se tensó apenas un segundo antes de girarse hacia la puerta.—Eso lo veremos, Dante —replicó Francesco sin volverse del todo, y salió de la biblioteca con paso decidido.Dante lo siguió casi de inmediato, cruzando la sala con paso seguro. Su figura imponente avanzaba como una sombra acechante tras la silueta mayor de Francesco. Al salir al vestíbulo principal, la escena que encontró lo hizo detenerse de golpe.Vittorio estaba de pie junto
Dante permaneció unos segundos en silencio, observando las escaleras por donde Aurora había desaparecido. Luego, sin apartar la vista, hizo un leve ademán con la cabeza hacia Alonzo, que había permanecido al margen, tenso como un resorte.—Asegúrate de que Vittorio y Francesco se vayan. Ahora.Alonzo asintió sin decir una palabra y se acercó a los dos hombres, que aún no habían bajado completamente la guardia. Con gestos discretos, pero firmes, los guió hacia la salida. Vittorio lanzó una última mirada cargada de veneno antes de cruzar la puerta, mientras Francesco murmuró entre dientes algo que nadie alcanzó a entender.Dante no esperó a que se fueran. Apenas estuvieron fuera del umbral, subió las escaleras con pasos largos y decididos. El eco de sus botas resonaba con fuerza en el mármol, como si cada paso estuviera cargado de la misma urgencia que sentía en el pecho. Se detuvo frente a una de las puertas del ala este y la abrió sin llamar.Aurora estaba de espaldas, de pie junto a
Aurora alzó el rostro, todavía temblando por lo que acababa de oír. Los ojos de Dante estaban clavados en los suyos, llenos de una desesperación contenida que no era habitual en él. Había confesado todo, lo que lo llevó a buscarla, lo que lo empujó a acercarse… incluso lo que había cambiado dentro de él cuando ya no pudo verla como una venganza, sino como una herida que no quería dejar de sentir.—Te creo, Dante —susurró Aurora, su voz apenas un suspiro, pero suficiente para quebrar el silencio.Dante no lo esperaba. Dio un paso hacia ella, sus manos vacilantes, como si temiera que el mínimo roce la hiciera desaparecer. Aurora, sin embargo, fue quien cerró la distancia. Se abrazaron, fuerte, como si el mundo allá afuera se estuviera desmoronando y solo encontraran refugio en los latidos del otro.Los labios de Dante buscaron los suyos con urgencia, con una mezcla de alivio y deseo contenido. El beso fue largo, profundo, casi febril. Cuando se separaron, una lágrima rodaba por la me
Antonio se quedó un instante de pie, observando cómo los demás se dispersaban. No había dicho una palabra más desde la declaración de Francesco, ordenando que matará a los dos hombres que acaban de abandonar la reunión. Pero por dentro, hervía.No aceptaba ese cambio. No aceptaba que Vittorio, un recién llegado, se quedará con lo que él tanto había luchado, y por supuesto que no lo iba a dejar. Pero por ahora solo cumpliría las órdenes que le acaba de dar Francesco.Mientras bajaba por las escaleras principales, hizo un gesto casi imperceptible con la mano derecha a dos de sus hombres lo cuales se separaron discretamente del grupo que aún charlaba junto al salón principal y lo siguieron. Eran de los suyos, hombres de confianza, leales a él desde siempre. Gente que entendía el verdadero significado de los silencios.Antonio no dijo nada hasta llegar al garaje. Subieron a una de las camionetas negras.Él tomó el asiento del copiloto, los dos hombres en los delanteros. Otra camioneta, id
Aurora despertó lentamente, sus sentidos adormilados aún por el cansancio, pero reconociendo de inmediato el calor que la envolvía. Dante la sostenía entre sus brazos, su respiración profunda y calida vibrando contra su cabello. Durante unos segundos, se permitió disfrutar de esa cercanía, de la seguridad que le ofrecía su abrazo. Sin embargo, algo dentro de ella sabía que él no había dormido casi nada durante la noche. Lo había sentido moverse inquieto, levantarse en silencio más de una vez, como si las preocupaciones le carcomieran el alma.Con extremo cuidado, Aurora se deslizó entre sus brazos, procurando no perturbar su descanso. Dante frunció apenas el ceño en su sueño, pero no despertó. Ella lo observó por un instante, su rostro, que tantas veces había visto endurecido por la tensión y la rabia, ahora parecía vulnerable, joven, casi inocente. El impulso de acariciar su mejilla la tentó, pero se contuvo. No podía permitirse debilidades en ese momento.Desnuda, recogió su bata
Francesco se puso de pie al verla. Sus ojos, gastados por los años y las batallas, se iluminaron como si ante él estuviera un milagro largamente esperado. Sus labios temblaron ligeramente mientras extendía los brazos.—Mi niña… —murmuró con un nudo en la garganta—. Por fin estás de nuevo a mi lado.Aurora, movida por un impulso infantil que aún latía en su corazón, corrió los pocos pasos que los separaban y se lanzó a abrazarlo. Cerró los ojos por un instante, recordando tiempos más simples, donde los brazos de su abuelo eran un refugio seguro.Pero la realidad la golpeó casi de inmediato. Recordó todo lo que había pasado, lo que Francesco estaba haciendo ahora, las sombras que se cernían sobre todos. Se apartó de golpe, como si el contacto quemara.Negó con la cabeza, sus ojos brillando con una determinación fuerte.—No, no abuelo —dijo con voz quebrada pero firme—. No estoy aquí para eso. Solo vine para detenerte.Francesco frunció el ceño, confuso, como si no pudiera comprender aq
Antonio bajó las escaleras a paso tranquilo, como quien baja a recibir una visita esperada. Al llegar a la sala, se detuvo un momento en el umbral, observando la escena.Aurora aún estaba frente a Francesco, sus manos entrelazadas, su mirada suplicante.Antonio entrecerró los ojos.Ella había cambiado, no había duda. Había fuego en su espíritu, una determinación que la hacía brillar. Pero también era vulnerable. Y Antonio sabía exactamente cómo jugar con esas grietas.Entró en la sala, sus pasos resonando con autoridad.Aurora levantó la cabeza al oírlo. Su cuerpo se tensó de inmediato, sus instintos alertándola.Francesco también giró, frunciendo el ceño.—Antonio —dijo con una mezcla de sorpresa y desconfianza —. ¿Qué haces aquí?Antonio sonrió ampliamente.—Vittorio no está, querido amigo —dijo en tono ligero—. Me pareció oportuno ocupar su lugar en su ausencia.Aurora dio un paso atrás, sintiendo el peligro palpitar en el aire.Antonio la miró con una sonrisa que no alcanzaba sus
Antonio sonrió cínicamente mientras contemplaba la escena frente a él. El destello de una decisión peligrosa cruzó sus ojos. Con un movimiento lento y calculado, sacó su propia arma, apuntándole directamente al pecho de Francesco.Aurora sintió que el corazón se le detenía. Dio un paso hacia adelante, levantando las manos en un gesto desesperado.—¡Basta, Antonio! —gritó, su voz quebrada por el miedo y la desesperación.Antonio ladeó la cabeza, como si considerara sus palabras, y le dedicó una sonrisa aún más cruel.—Claro que sí, basta —dijo con una calma perturbadora—. Pero tú vienes conmigo.Sin bajar el arma, comenzó a caminar hacia ella. Aurora retrocedió instintivamente, pero antes de que Antonio pudiera acercarse más, Francesco se interpuso entre ellos, erguido como un muro humano, desafiante a pesar de su edad.De inmediato, los cinco hombres que rodeaban el salón volvieron a levantar sus armas, apuntando a Francesco y a Aurora. El ambiente se tornó más denso, más irrespirable