Alonzo y Fiorella estaban enredados en un frenesí de deseo. Sus cuerpos se encontraban en una danza salvaje, suspiros y jadeos llenaban la habitación mientras las sábanas se arremolinaban alrededor de ellos. Fiorella, con su melena despeinada y su piel ardiendo de placer, se aferraba a Alonzo con una intensidad casi desesperada. Él, con su cuerpo firme y ardiente, recorría cada centímetro de su piel con labios hambrientos, dejando un rastro de fuego a su paso.Era un encuentro impulsivo, alimentado por la pasión y la necesidad de olvidar. Fiorella lo quería todo de él, lo exigía con cada movimiento de sus caderas, con cada gemido ronco que escapaba de su garganta. Alonzo, por su parte, se sumergía en su calor, en su cuerpo que lo envolvía y lo reclamaba sin inhibiciones. Pero, en medio de la intensidad, en un momento de éxtasis desbordante, las palabras escaparon de sus labios sin que pudiera detenerlas:—Te deseo, Aurora...Fiorella se detuvo de golpe. Su cuerpo se tensó, su mirada
Dante estaba sentado en su amplia biblioteca, rodeado por estantes de madera oscura repletos de libros antiguos y manuscritos de valor incalculable. El aire olía a cuero y pergamino, un aroma familiar que lo había acompañado desde la infancia. Sostenía un vaso de whisky en su mano derecha mientras marcaba un número en su teléfono móvil. No tuvo que esperar mucho antes de que la voz de Alonzo contestara al otro lado de la línea.—¿Qué pasa, Dante? —preguntó Alonzo con un tono distraído, mientras sus manos seguían jugando con la mujer al frente de él, quien devoraba su clavícula con gran intensidad, y con una de sus manos rodeaba su polla, haciéndole masajes de arriba abajo,.—Voy a salir con Aurora. La llevaré hasta el club —respondió Dante con calma, pero con esa autoridad que siempre lo caracterizaba.Hubo un breve silencio en la línea. Alonzo tensó la mandíbula y, sin pensarlo, apartó bruscamente a la mujer que tenía sobre sus piernas. La rubia lo miró con sorpresa y disgusto mient
Dante conducía con firmeza, sus manos sujetaban el volante con destreza mientras el motor rugía bajo sus pies. La tardé caía sobre la ciudad, y las luces de los faroles iluminaban el camino con destellos dorados. A su lado, Aurora lo miraba de reojo, con una sonrisa que no había visto en ella en mucho tiempo.Dante aprovechó un semáforo en rojo para girar el rostro y atrapar sus labios en un beso intenso, uno que le robó el aliento. Aurora correspondió sin dudar, su risa suave escapándose entre sus labios cuando se separaron.—Deberías mantener la vista al frente —susurró ella, su voz juguetona.Dante sonrió, deslizando su mano con suavidad por su muslo hasta encontrar la fina tela de su ropa interior. Aurora se estremeció ante el contacto, pero antes de que pudiera decir algo más, el sonido de su teléfono interrumpió el momento. Uno de sus hombres le había enviado un mensaje.—Don Dante. Varias camionetas vienen detrás de nosotros. No estamos solos…Dante alzó la mirada al retrovisor
Dante seguía conduciendo con precisión, sus manos firmes en el volante, su mirada fija en la carretera. A su lado, Aurora respiraba entrecortadamente, su cuerpo tenso por la adrenalina del momento. Pero entonces, algo captó la atención de Dante y una sonrisa cargada de ironía se dibujó en su rostro.Alonzo venía de frente, acompañado por varios hombres en una camioneta negra. Sus ojos se abrieron de par en par cuando vio cómo, de la nada, una enorme grúa embestía la camioneta de Alonzo con una fuerza brutal. Alonzo sintió un golpe fuerte que sacudió todo a su alrededor. El estruendo metálico y el rechinar de los neumáticos lo alertaron de inmediato. Con el corazón acelerado, giró la cabeza y vio cómo una grúa avanzaba a toda velocidad en su dirección, embistiéndolos sin piedad. Sus ojos se abrieron con sorpresa, pero no había tiempo para reaccionar.Con un instinto afilado por años de experiencia, Alonzo se sostuvo con fuerza y levantó la voz por encima del caos. —¡Agarrasen fuerte
El rugido del motor de la grúa resonó en la autopista cuando el conductor presionó el acelerador a fondo. Con un estruendo metálico, la pesada máquina embistió la parte trasera de la camioneta de Dante, haciéndola sacudirse violentamente. El impacto empujó el vehículo hacia adelante, haciendo que las ruedas traseras se despegaran del suelo por un instante antes de volver a caer con un chirrido de llantas.Dante sintió el golpe en su espalda y apretó la mandíbula. Con movimientos rápidos, retiró el cargador vacío de su metralleta y encajó uno nuevo, dejando que el sonido metálico del mecanismo alistándose se perdiera en el caos.Sin perder más tiempo, sacó medio cuerpo por la ventanilla, sintiendo el viento azotarle el rostro, y abrió fuego contra la grúa que los perseguía.Las balas impactaron contra el parabrisas blindado de la grúa, dejando grietas en el vidrio pero sin atravesarlo. El conductor, un hombre de rostro curtido y manos firmes, apretó los dientes y apartó una mano del v
Dante abrió los ojos con una sensación de pesadez en la cabeza y un sabor amargo en la boca. Su respiración era entrecortada, y un dolor punzante en las muñecas le hizo entender que estaba atado. Intentó moverse, pero los amarres en sus muñecas lo mantuvieron firmemente en su lugar. Su vista estaba borrosa, pero al parpadear varias veces, su entorno comenzó a definirse, una bodega fría y oscura, con un aroma rancio de humedad y óxido, y por supuesto a escremento, las ratas y cucarachas pasaban a su alrededor.Al girar la cabeza con dificultad, su mirada se posó en una figura inmóvil a su lado. Su corazón se detuvo por un instante al reconocer a Aurora. Ella estaba desmayada, con las muñecas igualmente atadas, su cabello cayendo sobre su rostro pálido. Dante sintió un escalofrío recorrerle la espalda mientras luchaba por soltarse. Todo, absolutamente todo lo volvía al día que se suponía que se iba a casar, ese trágico día donde tuvo que luchar por mantenerse con vida, ese día donde
El aire en la habitación era denso, impregnado de un olor rancio a humedad y metal oxidado. Dante sentía la opresión de las ataduras en sus muñecas, la cuerda áspera clavándose en su piel. Frente a él, Aurora yacía inconsciente sobre una silla de madera desvencijada, su respiración pausada y tranquila contrastando con la tensión que cargaba el ambiente. El hombre gordo, de manos gruesas y movimientos torpes, se inclinó lentamente hacia ella con una sonrisa ladina, sus dedos gruesos deslizándose peligrosamente sobre sus piernas de Aurora, pero ella aún seguía dormida, ajena a lo que estaba sucediendo. Dante, que estaba atado y amordazado, se sintió lleno de rabia y desesperación al ver a Aurora en esa situación.Dante forcejeó con más fuerza, sintiendo la sangre hervirle en las venas. Su instinto de supervivencia y su rabia se fusionaron en un solo impulso. Con un esfuerzo sobrehumano, Dante movió sus manos con más fuerza, la cuerda cedió apenas un poco, pero suficiente para que su d
La camioneta negra avanzó por la carretera desierta, con los faros iluminando los restos de una persecución que había terminado en tragedia. El motor rugía con un sonido grave mientras la lluvia ligera mojaba el parabrisas. Dentro del vehículo, Vittorio observaba en silencio los rastros de destrucción, autos destrozados, casquillos de bala dispersos y manchas de sangre sobre el asfalto.Cuando la camioneta se detuvo, uno de sus hombres se acercó con el rostro tenso.—Jefe, en la camioneta todavía hay un hombre con vida —dijo con tono suave.Vittorio no perdió tiempo. Bajó del vehículo y caminó rápidamente hacia los restos de la otra camioneta accidentada. Su mirada gélida se posó sobre el cuerpo malherido dentro del automóvil. Sus facciones se endurecieron al reconocer a Alonzo, por lo visto quien fuera que hubiera hecho eso, habían fallado en su objetivo.—Llévenlo a un hospital de inmediato —ordenó Vittorio con voz firme, sin apartar de Alonzo tratando de buscar entre los escombro