Una dolorosa pena que compartir, Cecilia.

Era terriblemente doloroso para el hombre ruso ver como la joven Alcántara se deshacía en lágrimas y desesperación, ella gritaba que quería morir también para ir al lado de su pequeño.

Las máquinas comenzaron a hacer ruidos y los doctores vinieron a ver qué pasaba.

— ¡Señor, por favor salga de la sala, tenemos que estabilizar a la paciente de nuevo!

— ¡No, no te vayas Egon, no te vayas, no le abandones, no puedo sola con este dolor, no puedo! — Cecilia no quería quedarse sola en la sala con extraños doctores que no comprendían su sufrimiento.

— Está bien amor... No voy a irme, nunca voy a irme, me quedaré aquí, estaré a tu lado y juntos vamos a vivir nuestro duelo. Pero prométeme que vas a luchar por vivir, jurame que no vas a dejarme solo con esta pena. — Las inesperadas palabras de Egon fueron para Cecilia el aliciente justo que necesitaba. Ella lo miró y asintió. Solo ellos podían sentir en carne propia lo destrozados que estaban sus corazones.

Los doctores no pudieron
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