Tras seguir charlando acerca de la vida de Lady Wrightwood, su esposo, su próximo casi posible divorcio y su futura caída en la alta sociedad, dieron el almuerzo de Amelia por terminado y salieron juntas de comedor en dirección al corredor que daba al vestíbulo.‒ Muchas gracias, Eva, por siempre estar aquí para mí ‒ la tomó de ambas manos, la joven tenía las suyas enguantadas y ella añoró sus propios guantes, no tenía un segundo par y no quería pedirle a su tía que le comprara alguno, así que sonrió con nostalgia tratando de disipar las lágrimas que se le querían acumular en los ojos.‒ No tienes nada que agradecer, Amelia, me alegra mucho estar aquí y convivir con ustedes ‒ sonrió con agrado y elevó el rostro para mirarla a los ojos, su prima era más alta que ella pero estaban casi a la misma altura.‒ ¿Incluso cuando Thomas es un fastidio? ‒ le preguntó con una sonrisa pícara en complicidad, una de las actividades favoritas de Amelia era quejarse y burlarse de su hermanos mayor,
James no pensó en nada más y se enfocó en la empresa que traía entre manos, celosamente guardó la carta de nuevo en el bolsillo interno de su chaqueta, ahora tenía una nueva resolución, tomó su carruaje y le indicó al cochero el destino al que debían llegar. El camino se le hizo eterno, mientras atravesaban las calles de adoquines con el bullicio de la ciudad, él se sentía inquieto y lo demostraba repiqueteando la punta del pie izquierdo contra la madera del piso del carruaje, estuvo a punto de llevarse los dedos a la boca para morder sus uñas pero se refreno de ese hábito tan desagradable, el cual ni siquiera practicaba. No obstante, realmente habían llegado en un santiamén a la mansión de los Rauscher, se bajó con presteza del transporte, acomodó sus ropas, enderezó su chaqueta y se encaminó a la puerta principal de la vivienda, la morada de los Rauscher era gloriosa con columnas adornadas, era de las más opulentas de la alta sociedad, aunque nada se comparaba con la mansión de Seba
‒ Por supuesto que podemos ‒ agregó Lord Thomas acercándose a la joven, y tomándola del antebrazo prosiguió ‒. Es cierto que no tenemos la mejor relación con el Conde de Blakewells, pero eso no te da el derecho de faltarle el respeto. Eso sin mencionar que aún no descubren que eres parte de nuestra familia, porque en el momento que lo sepan será… ‒ Yo no soy parte de su familia, Lord Thomas ‒ respondió la joven con la voz quebrada ‒ Soy simplemente la acompañante de su hermana y le pido que me suelte ‒ pero antes de que Thomas decidiera soltarla o no, ella se zafó de su agarre. ‒ A Cassandra le encantaría conocerla ‒ dijo Edward tras un silencio prolongado ‒ Se siente en deuda con usted por salvar al pequeño vizconde ‒ agregó, ya que nadie decía nada, James ya no tenía ganas de decir nada más, había ido a por una disculpa y se encontró con más reproches. Pudo observar como el acompañante de Edward no se perdía ni un detalle de lo que estaba sucediendo. Dejó de pensar por un momento
19 de Julio de 1815, Londres.No podían continuar una conversación tan importante y de carácter privado como lo era esa en plena calle frente a la casa de los Marqueses de Rauscher, así que por mutuo acuerdo tomaron la decisión de partir en dirección a la vivienda de James, donde arribaron en un santiamén. Se fue con Edward y su acompañante hasta la residencia Blakewells, pues la mansión del conde era más segura en esos momentos y también se encontraba más en calma, dado que si los sirvientes del marqués tenían sospechas de lo que estaba sucediendo, lo cual era muy probable dadas las circunstancias, todo sería un caos y los chismes se esparcirían como la pólvora, de casa en casa más rápido de lo que canta un gallo. Era de vital importancia evitar el escandalo a toda costa.Aunque para James era muy sospechoso que la nota hubiera llegado a manos de Wrightwood cuando este se encontraba en una vivienda que no le pertenecía, si los secuestradores sabían que Edward se encontraba allí en es
‒ ¿Está seguro que las armas serán necesarias? ‒ escuchó que le preguntaba el joven a sus espaldas con un ligero temblor en la voz mientras James descendía del carruaje mirando para ambos lados, con la intención de cerciorarse de que no hubiera nadie más. ‒ ¿Alguna vez has escuchado que hay que tratar con piedad y misericordia incluso a la persona más cruel del planeta? Porque así lo hacía Dios ‒ en lo que el muchacho asintió con desconfianza él continuó con la idea ‒, pero nosotros no somos Dios ‒ dijo con la voz fuerte y la mirada afilada, descargaría todo su enojo con quien quiera que estuviera haciendo sufrir a Cassandra, sin mostrar piedad alguna.‒ No estamos solos ‒ anunció Max, quien con gran velocidad había sacado su arma para apuntar a la persona que se acercaba.‒ Max, soy yo, Mario ‒ el hombre se acercaba a grandes zancadas con los brazos en alto ‒, Lord Blakewells que bueno que han llegado.‒ ¿Qué ha pasado? ¿Dónde está Lord Wrightwood? ‒ preguntó dando un paso adelante.
La rabia le reverberaba los sentidos, el plan no había salido como él lo esperaba ¿Pero cuando salían las cosas como él las quería? No podía culparse, mucho menos en esta ocasión donde no tenía potestad sobre las acciones de los malnacidos que se habían metido con los Marqueses de Wrightwood en busca de venganza. Lamentablemente, Edward no fue en busca de su ayuda esa mañana, tal vez las cosas hubieran sido diferentes, pero pasado pisado, no era necesario señalar más culpables, suficiente con apuntar con el dedo a los captores que en esos momentos se encontraban en graves aprietos, el hombre muerto sin contemplación, el charco de sangre donde se encontraba inmóvil hablaba por sí sólo, mientras que la rubia seguía sentada en el piso y pegada a la pared tratando de detener la sangre que manaba de su herida, pero era tarde, ya había comenzado a escurrir sangre por la boca y tosía con fuertes movimientos que estremecían su pecho, lo que significaba que pronto se ahogaría y dejaría de resp
Por otro lado, la herida de Lord Matthew había sido en el costado, la bala estaba profunda, en un lugar de difícil acceso y no era posible sacarla, el doctor dijo que si lo cortaban para intentarlo el joven lord podría morir desangrado en cuestión de minutos, y que ni siquiera era seguro que llegaran a la munición, era un riesgo demasiado alto, así que decidieron dejarlo así. Se sabían de muchos casos y personas que fueron a la guerra y vivían con normalidad teniendo balas dentro de sus cuerpos. Así pues, sólo intentarían secar la herida para que se cerrara sin mayores complicaciones.Matthew tenía el semblante pálido, los ojos rojos y con ojeras, la piel cetrina y los labios resecos, no era solamente el impacto de bala lo que lo tenía en ese estado, los días que permaneció secuestrado habían hecho mella en él y su cuerpo estaba sufriendo las consecuencias, se mostraba débil pero curiosamente tenía una sonrisa ladeada en el rostro. ‒ ¿Su hermano siempre ha tenido ese humor positivo,
22 de Julio de 1815, Londres.Los días pasaban y Evangeline se sentía en ascuas, una parte dentro de sí se arrepentía de la manera en la que le había hablado al Conde de Blakewells, no había sido ella misma y le echaba la culpa totalmente a los tragos de whisky que había consumido antes de ir a escuchar detrás de la puerta, pero su lado más atrevido le decía todo lo contrario, tenía la fuerte opinión de que el hombre se lo tenía bien merecido por su descuido y que ella no debía rebajarse a pedirle disculpas o rendirle pleitesía, puesto que ella era la única que había hecho las cosas correctamente al salvar al pequeño heredero de una muerte atroz. Pero Evangeline no se vanagloriaba al respecto.El licor le había nublado la mente, después de dejar la botella y los vasos donde su prima le había indicado salió de la biblioteca a hurtadillas y se fue a por Amelia, necesitaba escuchar si realmente el conde estaba allí por ella y había sido descubierta, pero cuando llegó al pasillo se encont