Rossie salió del departamento del Soho como una ráfaga, Jared nunca la había visto así, pero digamos que hasta se sintió un poco excitado de verla en aquel… estado.
–Pequeña, detente, por favor –Jared avanzó a tomar a su Rossie del brazo, a punto de cruzar la calle sin mirar a los lados. La salvó de ser atropellada, por poco, por una bicicleta.
–¿Hay algún lugar aquí en donde podamos desayunar? –preguntó una Rossana Regiés disociada, ofuscada y un tanto cabreada–. Ese café cargado me ha producido taquicardia.
–Conozco un sitio, pequeña –le dijo Jared, asiéndola del brazo, para que no se le escapara–. Ven.
Caminaron un par de cuadras hasta llegar a The Breakfast Club. Jared suspiró tranquilo de encontrar que el lugar no había sido cerrado por quiebra, como acostumbraba a ocurrir con los endebles pequeños negocios en Nueva York. Él mismo se encargó de abrir la puerta a su pequeña.
Tomaron asiento en la primera mesa que Rossie vio; esto
Aquella mañana del lunes, 14 de octubre del año en curso, Jared Cavalier y The Boyz in the Band discutieron asuntos concernientes a la banda. Aquella mañana, Toby Dammer hizo un balance del rating de la serie durante las dos últimas temporadas, y presentó proyecciones más que favorables que les generarían mucho más que las ganancias esperadas.Aquella mañana, una Rossie semi-borracha durmió en su oficina, mientras el futuro de la serie que ella dirigía se discutía al amparo de sus productores, que vieron cómo sus respectivas inversiones se habían duplicado en cuestión de un año y, dispuestos a cantar victoria, decidieron que era hora de cumplir la primera etapa de la promesa que habían hecho, unas semanas atrás, a sus fans.Aquella media tarde, después del almuerzo, The Boyz in the Band decidió, en conjunto, que seleccionarían, en sorteo público, a través de un live de Instagram, al continente favorecido para ser el primero en ejecutar su tan mentada promesa de ejecutar meets and gree
Es el martes, 19 de noviembre del año en curso. Un grupo más o menos nutrido de fans en sus treintas, cuarentas y cincuentas, esperan en el Aeropuerto Internacional de La Capital a que The Boyz in the Band arriben en su jet privado, tal como lo hicieron veintisiete años atrás. A diferencia de aquella época, las señoras ya no tienen ni el tiempo ni la energía para esperar en vela ni para gritar a voz en cuello las canciones de la banda mientras aguardan por sus ídolos. Ahora su espera es más bien modesta; callada, si se quiere. Aguardan sentadas en la sala de espera, con sus celulares en la mano. Solo pocas de ellas llevan carteles o algún outfit alusivo a la agrupación. A las demás se las podría confundir con viajeras recurrentes. A las 15h15, el jet de la banda toca tierra capitalina. Para las 15h40 minutos, los miembros de la banda y su staff han bajado ya del avión y se disponen a atravesar el arribo internacional, con todo el papeleo que ello implica. Para las 16h00, The Boyz
Si hay algo de lo que el Goodboy estaba consciente, es que le debía una disculpa a Annelise. Claro que jamás la había conocido en su vida, y tampoco le había prometido nada, pero de cierta manera, sentía que se lo debía. Y Rossana, también. Por muchas más razones, si se quiere. Una hora y media después de que The Boyz in the Band saliera del arribo internacional a saludar a sus fans, Jared Cavalier y Rossie, junto con el padre de esta, arribaron a la casa de la familia Regiés. El resto de la agrupación se dirigió hacia el Marriot, para pasar ahí la noche y descansar, porque la ronda de meets-and-greets se haría ahí mismo, al siguiente día, a partir de las nueve de la mañana. La casa de la familia se mantenía intacta: casi treinta años habían pasado, pero su estado de conservación todavía mantenía una imagen de hogar de familia que a Rossie le trajo a colación una nostalgia de la que se había olvidado que podía sentir. No los esperaba nadie, y don Gustavo Regiés los hizo pasar co
Annelise no estaba sola cuando don Gustavo le abrió la puerta: su pequeño hijo de doce o trece años se hallaba con ella. Ella también tenía las manos ocupadas. Portaba un pírex envuelto en papel aluminio que olía a lasaña, porque eso es, precisamente, lo que era. El pequeño llevaba otro pírex con aquel mousse de piña cremoso que tanto le divertía echar a perder a Annelise en la adolescencia, pero que, con el paso de los años, había llegado a perfeccionar hasta el cansancio. –Lleva eso a la refrigeradora, hijito –la característica voz mandona de la hermana mayor resonó por el primer piso de la casa, en cuanto dio apenas un paso adelante. Enseguida, como era habitual en ella, se apropió del hogar que un día, más o menos lejano, también había sido suyo. –No tienes idea del tráfico que hay allí afuera –le dijo a su padre, mientras señalaba con la cabeza a la calle–. ¿Ya llegó Rossie? –Está en su cuarto –dijo el señor Regiés–. Ya mismo baja a poner la mesa. –Pero que sea rápido –dij
Rossana secundó a su hermana mayor hasta la mesa del comedor. Y no le extrañó en absoluto que Annelise ocupara la cabecera. Después de todo, se trataba de la hermana mayor y de, al parecer, la invitada especial de aquella cena. –Déjame que te sirva –dijo Rossie, refiriéndose a la lasaña que acababa de calentarse en el horno. –No espero nada menos de ti –dijo Annie, en consecuencia. Jared, mientras tanto, anhelaba que, de todo corazón, si las hermanas iban a terminar peleando, al menos lo hicieran en inglés. Ro entró a la cocina para sacar la cena del horno. Y Jared la hubiera maldecido por ese gesto, de no ser porque la amaba demasiado. Los habían dejado solos. A Annelise y a él: a dos extraños, quienes apenas si se habían visto en el pasado. Aunque, de acuerdo con Jared, algo así jamás había pasado. El Emperador se dedicó a sonreír un poco, en lo que su pequeña volvía. Se dedicó, también, a examinar la madura belleza de su acompañante. Altísima –mucho más que Ro–, y de cuerpo t
Sobre los hombros de no-tan-gigantesFecha de la entrada: martes, 3 de diciembre del año en cursoPor Jimmy de Jail, para la Revista Digital Pop-e-tearsLo hicieron. Esos malditos hijos de perra lo hicieron. Y las malas lenguas dicen que lo hicieron tan bien, que las agradecidas fans los aman ahora mucho más que hace treinta años.No puedo decir que eso me alegre. No lo hace, en absoluto. Para un melómano snob de mi calaña, resulta una soberana abominación que cuatro tipos con cara de ángel (incluso en sus tardíos cuarenta) reciban mucha más atención por haber ido consistentemente al gimnasio y al spa (y quizás, también, al cirujano), por parte del público, que cualquier músico independiente que se la curra en las calles de New York, Milán, París, Ho
Es el 3 de diciembre del año en curso. Es, también, pleno verano en Colonia del Sacramento, Uruguay. El calor arrecia e invita a los transeúntes a refugiarse en los numerosos cafés que esta bellísima localidad ofrece a los turistas para que puedan aplacar la sofocación estival a punta de Fernet helado con Coca-Cola.The Boyz in the Band han huido hasta allí, luego de que su último lugar de destino, Montevideo, fuera visitado exitosamente por las fanáticas de aquel país, para cobrar su respectiva deuda de meets-and-greets con la banda.Exhaustos y un tanto cabreados por haber leído la columna de Jimmy de Jail, los chicos de la banda conversan alrededor de una refrescante mesa blindada por paredes de piedra.–Ese maldito de Jimmy de Jail es simplemente incapaz de alegrarse de nuestras victorias –dijo Niko Bass, a quien el calor le suele poner de mucho peor humor que el habitual–. No sé por qué carajos todavía la gente lo sigue leyendo.–For The Sake of Hating –dice Toby Dammer, mientras
Rossana Regiés no fue a trabajar el 4 de diciembre, sino el 5. Nadie la culpó por ello. Después de todo, era la showrunner, lo que la facultaba para hacer, cuando menos, lo que le diera la gana. Siempre y cuando los productores estuvieran de acuerdo, claro. Y dos de los cinco eran, respectivamente, su hijo y el hombre que estaba loco por ella, así que, eso. Cuando se presentó, aquel jueves 5, a las nueve de la mañana en el Libery Hall, se encontró con una sorpresa que la descolocó un tanto. –Buenos días, Rossie –le dijo Carmele Johnson, al levantarse de su asiento en la salita de espera de la oficina de Ro–. Espero no incomodarla. –Claro que no –dijo Rossie, luego de saludarla con un protocolario beso en la mejilla–. Eres bienvenida a mi oficina. Ven. Y Ro la hizo pasar como si de una esperada invitada se tratara. –Antes que nada –le dijo Carmele, luego de haber recibido, por parte de Rossie, una bebida caliente y de haber sido invitada a tomar asiento–, quisiera disculparme po