✧✧✧ En el salón de audiencias, dentro de la mansión de Luna Plateada. ✧✧✧ Alfa Connor, en su trono de madera tallada, observaba con sus penetrantes ojos grises a su bisabuela, la hechicera Zoraida, quien trazaba los últimos símbolos en el círculo de sangre que había dibujado en el suelo. Las farolas de pared en compañía de los elegantes candelabros iluminaban tenuemente el amplio salón. Tabitha, permanecía cerca de la hechicera, mientras Beta Arlen estaba de pie a mano derecha del Alfa, con los brazos cruzados y porte frío, observando en silencio la ceremonia. Zoraida se paró en medio del círculo y comenzó a recitar su hechizo extendió sus manos y se formó un círculo de magia que le iba mostrando las imágenes de territorios de los lobos a una velocidad impresionante y que solo ella podía observar. Un resplandor escarlata iluminó toda la habitación, justo cuando terminó el acto; con un suspiro profundo, dejó caer sus manos temblorosas. El círculo de sangre brilló tenuemente ant
Tabitha, miró fijamente a su hija, en ese instante, una pequeña sonrisa se dibujó en los labios de esa hembra madura, y volvió a dirigir su mirada hacia el Alfa. Zoraida observaba con curiosidad desde su silla, mientras Beta Arlen asentía, aprobando la valentía de Blanca. Alfa Connor entrecerró los ojos, estudiándola. A medida que lo hacía, una sombra de duda comenzó a nublar su juicio. Un instante de incertidumbre lo invadió. Era una decisión arriesgada. Su Luna era muy joven y su falta de experiencia en estos asuntos podría costarle la vida. —¿Estás segura? —preguntó, sorprendido por su propia pregunta. Lo más sensato sería rechazarla y enviarla a descansar. Pero Blanca no titubeó, y al instante respondió: —Absolutamente, Alfa. Mi lugar está contigo y con la manada de Luna Plateada. Haré lo que sea necesario. Connor respiró profundamente, cerrando los ojos un momento, tratando de encontrar calma. ¡Era inútil! Su lobo, Sirius, reaccionaba con una intensidad salvaje ante l
—¿A dónde me llevas? —le pregunto Alfa Connie. Leo alzó una ceja, viendo con asco a esa hembra. —¿No escuchaste? ¿Acaso estás sorda, loba?, creí escuchar que tu especie tenía muy buen sentido auditivo~ —ese hombre-dragón soltó una sonrisa burlista. Connie frunció el ceño, con un rápido movimiento de su mano usó su magia y en segundos, quedó vestida. La hembra se puso de pie y se dirigió a pasos firmes a la salida. Pero… Había algo extraño en Leo, que llamaba poderosamente su atención, normalmente alguien que iba a llevarla a algún lado, debería caminar delante y guiar, sin embargo, ese ser castaño, simplemente iba detrás de ella. Habían caminado por varios minutos, y Connie desconocía el pasillo por el que ese ser la estaba llevando. Alfa Connie detuvo sus pasos y volvió a ver hacia atrás. Su mirada llena de sospecha y alerta, hizo cambiar el color de sus ojos a un intenso carmesí, mientras su loba, le pedía que fuera precavida. —¿Pasa algo? —le preguntó seriamente, L
¡POOOF! Un destello blanco iluminó la oscuridad en las profundidades del bosque colosal. El Rey Dragón emergió de un portal, con Mirza a su lado. La magia de la dragona era única, poderosa, un lazo invisible que conectaba su esencia con todos aquellos dragones a quienes alguna vez había sanado. Leo, claro está, era uno de ellos. —Es ahí, Gael —dijo Mirza con voz firme, señalando un punto en el horizonte. A simple vista, el lugar parecía un claro vacío en medio del bosque, pero Gael sintió de inmediato la vibración de la magia de Leo. Su ceño se endureció, sus ojos brillando con una ira que apenas podía contener. Sin dudarlo, el Rey Dragón avanzó en segundos. Sus manos se alzaron hacia la barrera invisible que protegía el túnel de Leo. ¡Y EN UN SOLO MOVIMIENTO… LA ROMPIÓ! ¡CRAAAANK! La barrera invisible estalló, enviando cientos de fragmentos de rocas volando por los aires. Por un instante, el caos reinó. Pero la magia blanca del Rey dragón cubrió a ambos, a
El aire se detuvo, cuando Gael permitió que su magia blanca y pura lo envuelva por completo. El cielo, como si respondiera a su llamado, se oscureció de inmediato. La lluvia cayó con una fuerza implacable, una tormenta que no era natural, sino provocada por su poder y magia de elemento. Connie alzó la vista. Era un espectáculo que no veía desde hacía mucho, desde que era solo una cachorra. Esa lluvia fría e implacable, le trajo recuerdos. Gael estaba desatando la verdadera naturaleza de su poder. "Es… hermoso" Pensó la loba, mientras la lluvia helada cubría su cuerpo pero no la mojaba, ya que el aura blanca de la magia de Gael la envolvía aún. Ella permanecía sentada en el césped, justo frente al árbol con el que había estado a punto de estrellarse. Y entonces, lo vio: el dragón blanco, majestuoso y aterrador, remontó vuelo hacia su enemigo, el dragón marrón. Leo no dudó. Con un rugido ensordecedor, fue contra Gael. Las garras de ambos destellaban con magia
Finalmente, Gael se detuvo frente a Connie. La loba lo miraba fijamente, atrapada por su intensa mirada, incapaz de desviar los ojos de ese ser imponente. —¿Estás bien, pequeña? —preguntó el Rey dragón, su voz grave y profunda resonando en el bosque. Connie solo pudo asentir, lenta, casi temblorosa. Todo lo que había presenciado se sentía como un sueño irreal, uno del que aún no lograba despertar. Su corazón latía frenético, y no era por la batalla que acababa de presenciar. Era por él… Por ese ser albino que ahora se inclinaba hacia ella, tan cerca que podía sentir el calor de su aliento. Antes de que pudiera reaccionar, Gael, con un movimiento ágil, la alzó entre sus brazos. Él la sostenía con una delicadeza que contrastaba con su imponente figura. Sus manos rozaban sus muslos mientras Connie, vulnerable, apenas cubierta por un vestido sencillo que había conseguido crear con su magia inestable, se aferraba a él. Ella rodeó su cuello con los brazos, buscando refugio en s
El vestido corto, blanco y de finos tirantes, se adhería al cuerpo de Connie, empapado por la fina capa de sudor que cubría su piel. La tela marcaba cada curva, cada detalle de su figura sensual y a la vez atlética, dejando poco a la imaginación. Sus pezones se delineaban bajo la tela, mientras el vestido, sin nada debajo, la volvía provocativa e irresistible. —¿Matarlo…? —murmuró Connie, abriendo los ojos con una lentitud inquietante. Pero esta vez, ya no eran celestes. Ahora brillaban de un rojo intensos, como un par de hermosos rubíes, un fuego que prometía peligro y deseo. Gael apenas reaccionó. Él ya estaba acostumbrado a los cambios en esa loba Alfa, a cómo su humor y su naturaleza salvaje coloreaban su mirada. Pero esta vez, algo era diferente. Algo en el aire lo desconcertaba, algo que no podía identificar. Lo que Gael ignoraba eran las feromonas que Connie liberaba, un grito silencioso de deseo imposible de apagar. Esa loba lo quería, lo exigía, y su cuerpo lo sabía
Connie asintió lentamente, con un brillo pícaro en su mirada. —Sí… Tienes que irte… —susurró la loba, mientras sus muslos se separaban con una lentitud calculada. El vestido resbaló por su piel, revelando su desnudez, su feminidad palpitante, húmeda, impaciente por él. Pensaba en su fuerza, en la intensidad de su mirada violeta, en ese carácter indomable que la volvía loca, que la hacía querer rendirse a él por completo. Sin dudarlo, lo atrajo hacia su cuerpo. Sus manos, temblorosas y firmes a la vez, recorrieron su espalda, sintiendo cada fibra de sus músculos tensos bajo sus dedos. —Ah… Hablo en serio, Connie… —murmuró él con voz ronca, lleno de deseo y de una lucha interna que parecía perder. Sus manos se deslizaron descaradas sobre los muslos de ella, tocándola como si no hubiera un mañana. Su rostro se hundió en su cuello, respirándola, absorbiendo ese aroma único que lo enloquecía, el aroma de la única loba en el mundo, que le importaba. Alfa Connie lo rodeó con sus pier