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TRES AÑOS ATRÁS 

Él guardia caminó por los pasillos de la gran carcel, se pasó las manos por las rejas de metal y dio vuelta hacia las celdas de mayor seguridad. Escuchó los quejidos y gritos de los presos.

Se acercó a la última jaula y observó al hombre tatuado que se ejercitaba como si su vida dependiera de ello.

Theo gruñó cuando el guardia golpeó las rejas de su jaula, se levantó del suelo totalmente sudado a causa del ejercicio. Se limpió las pálidas palmas de sus manos y miró al hombre uniformado.

—¿Qué quieres?— dijo Theo.

—Tienes visitas —le contestó el guardia.

Él preso sonrió y asintió antes de soltar una pequeña risa, se llevó las manos al cabello y se lo acomodó hacia atrás. Se acercó a la reja y to

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