Ciprian apareció en la puerta con una sonrisa burlona, sacudiéndose el polvo de las manos como si acabara de terminar el trabajo más sencillo del mundo. Estaba tan tranquilo, como si lo que acababa de hacer fuera lo más común, como si hubiera entregado un paquete en vez de enviar a un hombre inconsciente al degolladero.—El cerdo ya está en el camión con Cristopher —dijo, con una calma que casi parecía una burla, como si habláramos de cualquier cosa menos de la situación que teníamos entre manos—. Tenemos treinta minutos antes de que despierte, así que si quieren seguir abrazados como dos adolescentes enamorados, este es el momento.Arzhel y yo no nos soltamos. Ni siquiera nos inmutamos.Ciprian arqueó una ceja, claramente esperando que reaccionáramos como siempre. Me imaginaba que esperaba ver mi rostro rojo como un tomate o a Arzhel incómodo, retrocediendo y aclarando la garganta, avergonzado por la situación. Pero no hubo nada de eso. Esta vez no.Arzhel me abrazó con más firmeza,
La cabaña estaba envuelta en la misma sombra macabra de aquella noche.El aire olía a madera húmeda y cenizas de recuerdos podridos. Este era el lugar perfecto para terminar lo que él mismo había comenzado, un escenario sombrío para la culminación de nuestra historia.Rune, quien había sido el artífice de muchas tragedias, ahora era la víctima. Yacía inconsciente en el suelo, su respiración pesada y su ceño fruncido, como si todavía estuviera atrapado en un sueño perturbador, una mueca de incomodidad que reflejaba lo que estaba por venir. No había escape. La red de mentiras, de dolor, de decisiones equivocadas que había tejido lo había atrapado en su propia trampa.Ciprian chasqueó la lengua con diversión mientras terminaba de atarlo con una precisión casi artística. Las cuerdas se ajustaban alrededor de su torso y piernas, asegurándolo con fuerza a la silla de madera maciza, que a su vez estaba firmemente clavada al piso. No había forma de que pudiera liberarse, y él lo sabía. Lo est
Fingí luchar contra las cuerdas una y otra vez, con más desesperación, aunque sabía que no tenía sentido. La sensación de las fibras ásperas que me cortaban la piel era un recordatorio cruel de mi propia impotencia.Mis muñecas ardían por la fricción, mi piel estaba enrojecida y marcada por las ataduras. El dolor real estaba mezclado con mi actuación. Sentía el pulso latir con fuerza bajo la piel herida, un latido acelerado que no podía controlar. El sudor se acumulaba en mi frente, mi respiración se volvía errática, jadeante. Pero no me detuve.No podía detenerme.Debía dar la pelea más fuerte, hacer una actuación mucho más memorable.Rune gruñó, forcejeaba contra sus propias ataduras. Vi cómo sus brazos se tensaban, sus músculos se marcaban bajo la piel en un esfuerzo inútil por liberarse. Sus manos se cerraron en puños, los nudillos pálidos de la fuerza con la que los apretaba. Su mandíbula se tensó, sus dientes rechinaban con demasiada furia. Su pecho subía y bajaba con un ritmo a
—¿Lo sabes? —cuestioné escondiendo la sonrisa que se estaba queriendo formar en mis labios— ¿Desde cuándo?Mi actuación debía ser perfecta, tenía que regalarle esa pequeña satisfacción de haberme engañado todo este tiempo, de esa forma, su sorpresa al saber que lo tenía entre las cuerdas sería mucho mayor.—Lo supe todo el tiempo —confesó— desde que te vi en la ceremonia. Puede que no luzcas como mi Aideen, sin embargo, tu mirada, tu manera de moverte, eres ella.¿Acaso dijo «mi Aideen? Este hombre realmente había perdido el uso de razón. Mi mandíbula se tensó. Debía admitirlo, el llevarme a un pueblo preparado para limitar mi libertad, de esa forma había sido una jugada bastante buena. No era suficiente para ponerme en una posición desventajosa, pero, admitamos que jugó bien.—¿Por qué no me lo dijiste? ¿Por qué actuaste como si no me conocieras? —mi voz se quebró un poco. Debía hacerle creer que estaba confundida e incluso dolida.Su mirada cambió, era una mezcla de diferentes emoci
Una gran carcajada salió de mis labios antes de poder detenerla. No fue una risa de diversión, ni fue una risa de burla.Fue una risa hueca, amarga, como la única respuesta que podía dar ante lo absurdo de la situación. Porque, después de todo, ¿qué más podía hacer? Había pasado demasiado tiempo tratando de comprender a Rune, intentando descifrar qué parte de él era real y qué parte era una ilusión creada por su propia conveniencia.Y ahora, aquí estábamos, en el punto final del tablero.Ese idiota frunció el ceño al escuchar mi risa, su expresión se endureció con una mezcla de confusión y fastidio. No era la reacción que esperaba de mí. No era el temor, la súplica o el dolor que seguramente deseaba ver en mi rostro.—¿De qué te ríes? —preguntó con impaciencia. Sus ojos oscuros analizaban cada uno de mis gestos, buscando una explicación.Le sostuve la mirada, y tras unos segundos, negué lentamente con la cabeza, como si realmente no pudiera creer lo que estaba viendo, como si toda est
Con una señal de mi mano, di la orden para que se hiciera justo cómo todo esto comenzó. Los tres mosqueteros, es decir, Arzhel Ciprian y Cristopher, trajeron numerosas bandejas de incienso, preparadas para los funerales, justo como Rune lo hizo la última vez. El resto de los hombres se dedicaron a cubrir cada rincón de ese líquido precioso.El aire estaba denso, pesado, saturado con el olor a gasolina que se filtraba en cada grieta de la madera vieja. La cabaña, la misma en la que una vez fui traicionada, ahora se convertía en el escenario de su castigo. Todo era un reflejo de aquella noche, un eco del pasado vuelto contra él.La soga que ataba a Rune a la silla se hundía en su piel, la tela de su camisa estaba empapada de sudor y el cabello se le pegaba a la frente por la humedad del miedo. Jadeaba como un animal atrapado, su pecho subía y bajaba con respiraciones entrecortadas, demasiado rápidas, demasiado ansiosas. Sus ojos recorrían la habitación con desesperación, buscando algo,
Estábamos en camino a la villa Lancaster, ese lugar de tranquilidad que nos permitía estar lejos de todos los problemas y bullicio de la ciudad. El lugar que por bastante tiempo se había vuelto una cueva para resolver misterios y trazar planes de venganza. Ahora, era nuestro sitio para descansar esa noche.El humo del incendio aún flotaba en mi mente. Cerraba los ojos y lo veía: el crujir de las llamas devorando la cabaña, la forma en que el fuego danzaba en la oscuridad, pintando sombras retorcidas en la madera ennegrecida. Pero lo que más resonaba en mi interior no eran las llamas… sino los gritos.Su voz desgarrada aún vibraba en los rincones de mi conciencia. No me perseguía por culpa, no era un eco de remordimiento, sino la prueba de algo mucho más profundo: la certeza de que todo había terminado. Finalmente.Ciprian conducía con una mano firme sobre el volante, su rostro iluminado solo por el resplandor intermitente del tablero. Cristopher, en el asiento del copiloto, mantenía l
Estando ya en la villa, cada uno se dirigió a una respectiva habitación. Arzhel y yo nos dirigimos a la mía. El silencio se sentía distinto esta vez, no era tenso ni anticipatorio, sino calmado, como una suave ola que arrastra consigo los restos de una tormenta pasada.Me dejé caer sobre la cama con un suspiro profundo, sintiendo por primera vez en mucho tiempo que mi cuerpo podía relajarse sin que mi mente estuviera constantemente planeando el siguiente movimiento. Cerré los ojos por un momento, disfrutando de la suavidad de las sábanas, del colchón que me recibía sin exigencias ni condiciones.Era una sensación extraña. Mi piel todavía guardaba la memoria de noches en vela, de músculos tensos, de la necesidad perpetua de estar alerta. Pero ahora… ahora el peligro había desaparecido. Mi pecho se expandió con un aliento profundo, como si mi cuerpo recién estuviera aprendiendo lo que era vivir sin miedo ni rencor.Desde el umbral, Arzhel me observaba con una sonrisa divertida, apoyado