—Presiento, querido primo, que tu estrategia maquiavélica con Francesco Vannucci ha llegado a su fin y, en esta ocasión, me atrevo a afirmar que es irreversible —sentenció Aurora clavando una mirada gélida y severa en el rostro de su pariente. Su expresión adusta no dejaba lugar a dudas: la paciencia se había agotado.—Dudo mucho que Francesco considere a esa mujer algo más que un pasatiempo, una aventura efímera y carente de trascendencia. Él jamás podrá desterrar de sus pensamientos la imagen imborrable de Sofía —refunfuñó la mujer con un tono gutural, manteniendo su mirada fija con obstinación en la brillante publicación que Roger había arrojado con displicencia sobre la mesa de caoba. La fotografía impresa parecía irradiar una verdad que ella se resistía a aceptar.—Resulta verdaderamente lamentable que el objetivo de la cámara no haya conseguido plasmar con nitidez el semblante de esa joven desconocida. Esta incertidumbre me consume por dentro; una curiosidad insaciable me atorme
Era una verdadera fortuna que el objetivo de la cámara no hubiera logrado capturar su rostro con nitidez en las fotografías del aeropuerto.De haber ocurrido lo contrario, su tío la habría reconocido sin duda y le habría revelado su paradero actual.Y con esa información en su poder, Catalina albergaba la certeza sombría de que él urdiría alguna trama para desestabilizar su vida una vez más, sembrando el caos y la infelicidad en su existencia, tal como lo había hecho en el pasado.La posibilidad de que su tío volviera a entrometerse en sus decisiones y manipular su destino la angustiaba.—Discúlpame por todo este embrollo, Catalina. Comprendo que esta situación debe resultarte sumamente compleja e incómoda. Te prometo solemnemente que me aseguraré personalmente de que estés a resguardo de estos individuos carroñeros que solo buscan el escándalo. Mientras tanto, te sugiero que te tomes una ducha reconfortante. Aprovecharé este tiempo para prepararte algo ligero de comer. Después, iremo
En aquel instante, una calidez desconocida envolvió a la joven, como un abrazo invisible pero profundamente sentido que le permitió comprender la esencia de Francesco.Ahora entendía la bondad que emanaba de él y la nobleza que se reflejaba en cada uno de sus gestos y palabras. Era un reflejo de la maravillosa crianza que había recibido, el fruto del amor y la dedicación de unos padres excepcionales.Y luego estaba Lucía, la pequeña joya de la dinastía Vannucci, un torbellino de alegría y afecto que contagiaba a todos los que la rodeaban. Su presencia llenaba la casa de risas y travesuras, y su espíritu vivaz e inocente unía aún más los lazos familiares.En ese ambiente de cariño genuino y apoyo incondicional, la joven se sintió por primera vez verdaderamente arropada, como si hubiera encontrado un hogar en el corazón de esta extraordinaria familia.—¿Acaso eres tú la muchacha retratada en la fotografía? —inquirió la joven, cuya edad no superaba la de Catalina.—Me temo que sí —admiti
La tensión se apoderó de Francesco mientras sus dedos se cerraban con fuerza, formando un puño tan sólido como la determinación que lo había llevado hasta ese punto.No hacía falta ser muy inteligente para discernir la oscura intención que se cernía sobre su esperada participación en la exhibición de esa noche. La amarga realidad era que no podía señalar a nadie en particular, ya que esa sombra de sabotaje no era un evento aislado.En el turbio submundo de las gemas preciosas, había organizaciones enteras dedicadas al contrabando, acechando en las sombras, esperando su oportunidad para desestabilizar a los competidores y allanar su propio camino hacia la riqueza ilícita.La incertidumbre lo carcomía, sabiendo que la amenaza era palpable pero invisible, como un fantasma codicioso dispuesto a arrebatarle el fruto de su arduo trabajo.—Señor Francesco...La voz, cautelosa, interrumpió el torbellino de pensamientos que lo asediaban.Francesco, con la mandíbula tensa y la mirada centellean
Francesco frenó el coche con un chirrido de neumáticos justo al borde de la acera, impaciencia que se reflejaba en cada uno de sus movimientos al abrir la puerta y salir.Sus pies apenas tocaron el pavimento antes de que avanzara a grandes zancadas hacia la entrada, con la mirada fija en el umbral, como si el tiempo mismo se estuviera escurriendo entre sus dedos.Detrás de él, con el aliento entrecortado y una expresión de esfuerzo en el rostro, Vito lo seguía a duras penas, sus pasos resonando como un eco apresurado de los de Francesco.La urgencia en sus acciones era palpable, una atmósfera de apremio que los envolvía mientras se apresuraban, cada segundo contado en el tic-tac invisible de un reloj impaciente.Vito jadeó ligeramente, se detuvo un instante para recuperar el aliento y preguntó con curiosidad:—¿Qué sucedió?Francesco, que recuperaba la compostura gradualmente, respondió con un tono aliviado:—Todo ha llegado a su destino, Vito. La mercancía sustraída será recuperada p
El hilo de sus palabras se vio súbitamente truncado por el resonar de la voz del maestro de ceremonias, que cobró protagonismo en el ambiente, y por la aparición de una sucesión de imágenes vibrantes que comenzaron a desfilar en las pantallas estratégicamente dispuestas por todo el salón.Estas proyecciones dinámicas tenían como cometido anunciar y presentar cada una de las prestigiosas casas de diseño y joyería que participaban en la tan esperada exhibición.La atención de los presentes, dispersa hasta ese momento en conversaciones privadas, se volcó unánimemente hacia el espectáculo visual y auditivo que marcaba el inicio formal del evento y el comienzo de la presentación de las codiciadas creaciones.—¿Acaso esa fue la recopilación del año anterior? —inquirió Catalina con curiosidad.—En efecto, gracias a ella obtuvimos diversos acuerdos mercantiles de gran relevancia —respondió Francesco en un murmullo.—Una compilación estética y admirable —comentó ella con sinceridad.—Nada tien
Catalina se quedó con el corazón en un puño, el aire se espesó a su alrededor y contuvo la respiración con fuerza cuando la pantalla gigante del escenario se iluminó con el nombre que Francesco había elegido para su esperada presentación:«Colección de cenizas».Al leerlo, un escalofrío le recorrió la espina dorsal, una mezcla de asombro e inquietud punzante. Pero la sorpresa se intensificó aún más cuando debajo del título principal apareció, con una tipografía elegante y destacada, el nombre de la pieza central, el alma de toda la colección:«El corazón del fénix».La magnitud de estas palabras resonó en su interior, evocando imágenes poderosas de destrucción y renacimiento, de fragilidad y fortaleza, dejando en ella una sensación de profunda expectación y una ligera punzada de temor ante lo que estaba a punto de presenciar.Un torrente cálido de lágrimas brotó de sus ojos y rodó libremente por sus mejillas mientras observaba con el corazón henchido cada una de las exquisitas piezas
Tobías.—Ya es hora, Marta —espeté con desdén. —Catalina cumple 18 años. Basta ya de esta farsa. Que empaque sus cosas y se vaya. No necesitamos parásitos aquí.Marta me miró con incredulidad, como si no pudiera creer lo que estaba oyendo.—¿Cómo puedes decir eso, Tobías? ¡Es nuestra sobrina y la quiero como a una hija!Solté una risa fría, como si nada me importara.—¿Nuestra sobrina, dices? No me hagas reír. Es una carga, una molestia. Además, ya es mayor, que se busque la vida.Su rostro se enrojeció de rabia.—¡Eres un monstruo! ¿Cómo pude casarme contigo?Me acerqué a ella sonriendo con burla.—¿No lo recuerdas? Eras una simple cantinera, una inmigrante sin futuro. Yo te saqué de la miseria, te di un apellido, una vida. Deberías estar agradecida.—¡Te odio! Eres un ser despreciable —respondió Marta aterrorizada.—El odio es un sentimiento y tú no tienes derecho a sentir nada. Ahora haz lo que te dije. Empaca sus cosas y desaparece de mi vista.Me di la vuelta y le di la espalda a