Isaac estaba frente al edificio que estaba en la dirección que ese sujeto le había dado para que se vieran. Naiel lo había dejado hace unos minutos tras para que estuviera tranquilo. Se aseguraron de que Owen no los estuviese siguiendo o alguno de sus amigos matones.
La mentira ya estaba lista y por su culpa su mejor amigo faltaría el día siguiente a sus clases, sólo para buscarlo en ese lugar. Según le dijo éste iba a visitar a su madre que estaba a una cuantas calles de aquí y que se quedaría con ella para no levantar sospechas de donde se quedaría toda la noche por si Owen quería ir a buscarlo.
Fue hacia la recepción, sosteniendo su mochila sobre su hombro y sintiendo su labio palpitar por no clocarse algún medicamente después del golpe. Todo era culpa de O
— Ya no puedo, por favor... — gimió Isaac, apretando la alfombra — Detente, por Dios.— ¿Quieres que me detenga? — El menor asintió, con los ojos cerrados — ¿Seguro?— ¿Sí? — Mordió su labio — No, mentira. Sigue, por favor.— Eso pensé.Isaac perdió la cuenta de las veces que se había corrido tanto en la cama como en esa hermosa y cómoda alfombra que parecía estar hecha para ocasiones como estás debido a la comodidad que esta tenía en el momento de tener sexo. Amaba a esa porquería sexual que apenas estaba conociendo.— Sí..
Meses más tarde.Los encuentros con Blake estaban siendo más contaste cada día. Ya su primer encuentro había sido hace unos largos dos meses y las vacaciones de invierno en la universidad habían llegado. Todos en el restaurante estaban patas arriba porque el jefe les había dicho que le daría vacaciones un grupo de empleados siempre y cuando cumplieran con los estándares para ganárselo y no quedarse como los demás aquí a la espera de que algo bueno suceda les suban el sueldo.Sus encuentros con el alfa se volvieron tan placenteros que cuando Owen lo usaba para su propio placer, se imaginaba que la persona que estaba sobre su propio cuerpo era Blake y que se podía correr si se lo proponía, pero no le daría
El calor y el olor asqueroso de Egipto no se hicieron esperar cuando pisó el lugar que no quería ni ver. Los adornos navideños estaban por todo el aeropuerto. No le había mencionado a nadie que llegaría ese día a ese país, ni siquiera le dijo a Blake que se iría de Londres, porque si lo hacía, éste era capaz de secuestrarlo y prohibirle la salida del país.Llamó a un taxi vacío y dio la dirección de la mansión del vicepresidente, le mandó un mensaje a Jean para que supiera que ya había llegado y que les avisara a los guardias que debían de dejarlo pasar.Aunque sólo pasaron unos pocos meses desde que se marchó de ese país, las cosas parecían haber cambiado un poco. Sus padres, esos sujetos que no parecían serlo en lo absoluto nunca se animaron el llamarlo desd
Se dejó caer en la cama, sintiéndose cansado por todo el trabajo que se había forzado hacer ese día. Los juegos de Owen parecían de esos que no tenían fin cuando iniciaba y siempre terminaba lastimado por su culpa. Estaba cansado y lastimado por su culpa y todo se debía a él.Miró sus muñecas con lastima, todo era su maldita culpa por dejar de caminar de manera graciosa y estaba levantando muchas sospechas acerca de su relación con Owen. Jean no mencionaba nada y estaba seguro de que se debía a que estaba cansado de tener que hacer las cosas por él y no lo culpaba en lo absoluto.Éste lo ayudó a escapar y él solito volvió con su verdugo, porque podía volver a decirle a Jean lo que pasaba, pero se mantuvo en silencio. Blake arregló se quitó el saco que se había puesto para ir a trabajar, ya había llegado a su destino en cuestión de unas horas después de una llamada alarmante de alguien que no conocía, pero que sabía del paradero de su alma gemela.Lo citó en una pequeña reunión en un lugar privado. Ya había pasado cinco largos meses, por lo que de todas formas iría a visitar el país y a llevarse a Isaac lejos de ese psicópata. Lo único que había recibido de éste, fue una simple carta que llegó en año nuevo, pidiéndole tiempo.Tiempo que ya no tenía para seguir dándole porque lo extrañaba más que cualquier cosa. Descubrió que Owen siguió asistiendo a la universidad como cualquier otro estudiante, ya que sus padres se lo habían dicho de que si se terminaba la universidad, podEpílogo
— Los muñecos no lloran.— Los muñecos no hablan.— Los muñecos no se mueven.— Los muñecos no sienten dolor.— Los muñecos no pueden amar.*****Owen nunca fue un niño normal. Puede que en el pasado haya tenido la desdicha de presenciar como el hombre que lo engendró. Desde esa noche, no volvió a ser el mismo. Todo lo hizo por su papá… por esa persona que hizo todo lo posible por salvarlo.Todo comenzó un día como cualquier otro en la casa. Tenía apenas diez años cuando entraron nuevos esclavos a trabajar a tiempo completo, pero esta vez eran híbridos y humanos. Vio a ese pequeño niño de ojos tan azules que parecían de un muñeco.Ese mocoso estaba sosteniéndose del vestido de su madre, mientras caminaba con dificultad por su larga cola gatuna, algo que también le llamó la atención. Le pidió a su padre Jean que le dijera al niño que jugara con él.
Owen nunca fue un niño normal. Puede que en el pasado haya tenido la desdicha de presenciar como el hombre que lo engendró. Desde esa noche, no volvió a ser el mismo. Todo lo hizo por su papá… por esa persona que hizo todo lo posible por salvarlo.Todo comenzó un día como cualquier otro en la casa. Tenía apenas diez años cuando entraron nuevos esclavos a trabajar a tiempo completo, pero esta vez eran híbridos y humanos. Vio a ese pequeño niño de ojos tan azules que parecían de un muñeco.Ese mocoso estaba sosteniéndose del vestido de su madre, mientras caminaba con dificultad por su larga cola gatuna, algo que también le llamó la atención. Le pidió a su padre Jean que le dijera al niño que jugara con él.Pero el niño se negó y eso lo enfureció a tal punto que no cenó esa noche y no insistió. Una semana más tarde, lo encontró en el jardín de la enorme casa con unos juguetes que había dejado en el sótano porque ya no los quería con él.— Son míos — se los
Su nariz se arrugó en el momento que el maquillaje fue puesto en su rostro. No quería, pero debía de mantenerse como una estatua mientras era vestido. Su delgadez era visible, casi no probaba y cuando lo hacía era a escondidas del lobo que ahora estaba concentrado en buscar la manera de que se viera como un muñeco de porcelana.Dieciocho años, sólo tenía dieciocho años y era el objeto de un chico de diecinueve años con serios problemas en la cabeza. Medias hasta los muslos y zapatos de Merceditas fueron colocados. El mayor siguió arreglando su ropa de manera adecuada según él, hasta que al fin estuvo satisfecho.— Ahora si — dijo, feliz — Eres arte.El menor no respondió, ni siquiera se movió de su lugar. Fue levantando por las axilas y llevado hacia el centro de la cama, en donde estaba expuesto a cualquier cosa que el mayor quisiera hacerl