Pensaba que por un momento María era simplemente una doctora común y corriente, pero no me imaginaba que su familia tuviera tanto dinero.La miré a María, tartamudeando un poco y, de repente me quedé sin argumentos.—¿Q-qué quieres hacer, exactamente?María me miró déspota de arriba a abajo, luego, con una voz autoritaria, preguntó: —¿Acaso estabas con Carla hace un rato?No sabía en realidad por qué María me hacía esa pregunta. Tampoco sabía si debía decir la verdad o mentir.Mi mente estaba confundida por completo, como un lío de hilos enredados, y ni siquiera tenía la capacidad suficiente de organizar mis palabras.María, al ver que no respondía, de repente alzó la voz: —¡Te estoy hablando, ¿qué estás mirando?Me dio un susto tremendo al oírla; sentí como si mi corazón fuera a salir disparado por mi boca.Temblando, respondí: —No, he estado todo el tiempo en mi habitación.Pensé por un momento, y finalmente decidí mentir.No importaba cuáles fueran las intenciones de esta malvada mu
María me apretó con fuerza cada vez más, y sentí que mi corazón latía más lento de lo normal.Sobre todo, esa mirada penetrante de ella, tan intensa, como si ya hubiera descifrado todo lo que pensaba.No me atrevía a mirarla. Con un sentimiento de culpabilidad, aparté sigiloso la mirada, y noté cómo empezaba a sudar frío. .—No, no es lo que tú dices.María se acercó cauteloso, con su rostro completamente serio. Ella era una mujer muy astuta, capaz de leer la mente de las personas. Ya no necesitaba mi respuesta porque había llegado a sus propias conclusiones.En ese preciso momento, María sentía una mezcla de emociones.Siempre decía que no le importaba lo que yo hiciera, pero, al darse cuenta de lo que había pasado entre Carla y yo, algo en su interior la atormentaba, como si alguien le hubiera robado a su hombre.Yo no entendía lo que pasaba por su mente, solo quería evitar que supiera la verdad.Pero justo en ese preciso instante, María me ordenó con tono aterrador: —¡Gira la cabez
—¡Si no lo haces, seguro que te arrepentirás!La última frase de María no era una amenaza, sino una afirmación tajante.Y, además su tono estaba lleno de una presión inmensa.Eso hizo que me diera aún más miedo, si llegara a saber lo que había pasado entre Carla y yo.Pero en el fondo, sentía una mezcla de frustración y enojo.Estaba tan molesto y con tanto coraje que casi deseo agarrar a esa mujer y abofetearla dándole así una lección de una vez por todas.—Pero si voy directamente y le digo a ella que no me gusta, ¿no estaría siendo demasiado exagerado?Me sentía atrapado por las terribles amenazas de María, pero ir a decirle a Carla algo como eso me parecía una carga imposible de soportar.Acababa de estar con Carla, y ahora tendría que decirle que no me gustaba, algo que me parecía e inapropiado.Lo que María quería no era tanto que le dijera eso a Carla, sino más bien verificar si mis palabras coincidían con sus posibles sospechas.¿O tal vez quería escucharme admitir algo en ese
Me reí directamente.¿Acaso esta mujer pensaba que no podía vivir sin ella? ¿Ahora se pone a hacerme el papel de estar en control?No sabía que, en realidad, no me importaba ni en lo más mínimo.Pero tenía que hacerme el pendejo, porque si no, ¿cómo podría seguir provocándola?Así que le respondí: —Claro que no te voy a bloquear, fue un error, lo que paso fue que accidentalmente eliminé tu contacto.María: —¡No te creo ni una condenada palabra!Con una sonrisa nerviosa, le respondí: —Lo que te digo es la verdad. Eres tan guapa, con un cuerpote que deja a todos sin palabras, ¡borrarte jamás!María: —Ya no te andes con ese maltrecho de estupideces, ¿ya has pensado en lo que te dije antes?Yo: —Sí, ya lo he pensado. Creo que podríamos intentarlo, pero ¿podemos esperar un poco antes de vernos?María: —Entonces qué, ¿vamos a tener una relación a distancia? ¿Amor telefónico?Yo: —No es que no se pueda, pero siempre hay que conocerse primero, ¿no? Yo soy un poco lento para abrirme, y si nos v
Se dice que las mujeres que saben cómo hacerse las mimadas y las más caprichosas son las más afortunadas y las que terminan consiguiendo siempre lo que quieren, y pues María pensaba que, sin duda, la suerte de su madre era un buen ejemplo de todo ello.Su padre le cumplía todos los caprichos y hacía todo lo que ella decía, la consentía como a una mocosa de 5 años.Se contaba que, cuando Alodia dio a luz a María, el dolor que sufrió durante el parto fue tan intenso que juró que no tendría otro hijo.Y al final, Carlos cumplió su promesa y no permitió que Alodia tuviera un segundo hijo.Por eso a pesar de que sus suegros insistieron una y otra vez, Carlos siempre estuvo del lado de su esposa.Por esa razón, Carlos solo tuvo a María como hija.Carlos se dedicó a educarla con mucho esmero, con la esperanza de que, cuando ella creciera, algún día pudiera tomar las riendas de su empresa.Sin embargo, María no sentía el menor interés por los negocios. Lo que le apasionaba era la medicina.Al
—María, ¿tú crees que tu padre está dándole a la vida alegre con otra mujer?Esta pregunta había estado rondando la cabeza de Alodia todo el camino. No podía sentirse tranquila hasta que aclarara dicho asunto.María sonrió y dijo: —A decir la verdad, todos los hombres del mundo tienden a ser unos infieles, pero no creo que mi padre lo haga, del dicho al hecho hay mucho trecho.Alodia se sintió muy satisfecha y feliz al escuchar la respuesta de su hija.Sin embargo, no pudo evitar fruncir el ceño: —¿Entonces por qué él ahora se muestra tan distante conmigo? No solo pasó más de 20 días sin llamarme, sino que cuando regresé por mi cuenta, tampoco me mostró la más mínima calidez.—Cuando los hombres actúan así, es porque o están siendo infieles o están en el camino hacia la infidelidad, algo se estarán tramando los muy pipis alegres. María, todavía me siento inquieta. ¿Crees que debería contratar a alguien para investigar a tu padre?María le sirvió un vaso de agua a su madre y, con una ac
María estaba cada vez más sin palabras: —Si ya sabes que papá te quiere y te cuida, ¿por qué siempre le buscas problemas?—Y lo de la última vez, ni siquiera quiero comentarlo. Solo porque querías beber agua un poco caliente, y tu papá te la sirvió muy caliente, ¡ya dijiste que no te quería y le armaste un show por eso! ¿No crees que te estás comportando de una manera exagerada con él?Alodia no le dio mucha importancia y le respondió: —Pues claro, antes, cuando le pedía que me sirviera agua caliente, él lo hacía a la temperatura perfecta, ni un grado más ni menos. Nunca había pasado algo como lo de esa vez, ¡casi que me quemó la lengua!María miró a su madre con una cara de frustración, casi incapaz de creer lo que estaba escuchando.—Te estás comportando como una mocosa. Papá solo está perdiendo la paciencia porque te has vuelto demasiado caprichosa. Por eso es que te trata así.—Querida hija, te estás equivocando. Esto no es capricho, es simplemente… solo la esta mimándola un poco y
—¡Ay, María, ¿qué es lo que haces? Me has pegado tremendo susto!— Alodia se llevó la mano al pecho, visiblemente sorprendida.Al darse cuenta de que la expresión de su hija no era la habitual, Alodia finalmente preguntó con tono preocupado: —¿Qué es lo que pasa, María? ¿Sucedido acaso algo?—Aunque fuera algo muy grave, no deberías ponerte siempre tan enojada. Si te enojas mucho, te saldrán arrugas a temprana edad.—No más mira a mamá, ya tengo más de 50 años, y mi piel sigue tan tersa como la del culito de un bebe. El secreto es que rara vez me enojo. Aunque lo haga, siempre trato de sonreír.Alodia era una mujer que no se preocupaba por nada. Su esposo la adoraba y no le permitia que hiciera nada, y ya de por si, era algo inepta ya que no había nada en casa que tuviera que gestionar.Además, siempre había sido una mimada, lo que hacía que, a pesar de tener más de 50 años, pareciera una jovencita de unos 30.Y esa sensación de juventud no solo venía de su apariencia o su figura, sino