Capítulo 2
Dolorida, me llevé las manos al vientre, protegiéndolo instintivamente. El dolor era punzante, pero aún más lacerante era la traición.

Renuncié a mi vida cómoda, a mi identidad, para convertirme en la sirvienta de esta familia, una sombra sin valor. ¡Y a cambio, solo obtuve desprecio y humillación!

Pero… ¿qué culpa tenía mi hijo?

Apretando mis brazos alrededor de mi vientre, traté de protegerlo, pero ellas parecían poseídas por una furia insaciable. Victoria e Isabel pateaban mi espalda, mi cara y mi cuerpo sin piedad, cada golpe como una punzada de dolor que se clavaba hasta en mi alma.

—¡Maldita! ¿Quién te crees que eres para engañarnos diciendo que estás embarazada? —Isabel me tenía inmovilizada, sentada sobre mí, mientras sus bofetadas caían sin piedad, una tras otra—. ¡Deberías morirte!

Sentía mi mente desvanecerse; la sangre me llenaba la vista, y el dolor era tan intenso que creí que perdería el sentido.

Entonces, una ráfaga de voces y ruido llegó desde afuera, y de repente la puerta se abrió de una patada.

Pensé que alguien había venido a salvarme.

Pero lo que me esperaba era otro infierno.

Eva entró rodeada de un grupo de personas, todos con cámaras y celulares listos para grabar. Vestía de blanco, con las mejillas marcadas por lágrimas recientes, y a cada paso que daba, su presencia se hacía más imponente. Su voz cortante resonó en el aire, sacudiéndome desde lo más profundo.

—¡La amante de Izan! ¡Sal de una vez, descarada! —gritó, alzando una pancarta en la que, con letras grandes y rojas, se leía: "¡Desenmascarando a la amante! ¡Justicia por amor!"

Victoria e Isabel, boquiabiertas, no alcanzaban a reaccionar ante la escena. Lo que debía ser su gran golpe para humillarme había dado un giro inesperado: Eva se adelantó y las dejó fuera de juego.

Eva se aferró al brazo de Victoria, y con voz dolida, exclamó:

—¡Señora, tú tienes que hacer justicia por mí!

Luego avanzó hasta quedar frente a mí, y entre lágrimas dirigió su mirada a la cámara. Su voz estaba cargada de drama, perfecta para su audiencia.

—Izan y yo nos amamos desde hace cuatro años. Pensé que él y yo éramos el uno para el otro… hasta que regresé al país y descubrí que esta mujer aprovechó mi ausencia para seducirlo y arruinar nuestra relación.

¡Paf!

Un golpe seco ardió en mi mejilla, obligándome a mirar hacia otro lado. Sentí el sabor metálico de la sangre en mi boca, pero Eva no se detuvo.

—¡Así es como terminan los que destruyen familias ajenas! —gritó, y su voz temblaba de furia contenida—. Voy a mostrarle al mundo la clase de persona que eres. ¡Voy a exponer tu desvergüenza ante todos mis seguidores!

Todo sucedió tan rápido que mi mente quedó en blanco.

—¡Estás… mintiendo! ¡Soy… la esposa… de Izan! ¡La amante… eres tú! —conseguí decir, mi voz rota por el dolor y la frustración.

—¡Mentiras! ¡Mi hijo jamás se casaría con alguien como tú! —Victoria saltó de inmediato, alzando la voz para cubrir mis palabras.

Izan y yo siempre habíamos mantenido nuestro matrimonio en secreto. Nadie en el exterior lo sabía, y ahora, Victoria tenía todas las intenciones de ocultarlo. Lo último que querría sería reconocerme como la esposa de Izan cuando su plan era dejarme fuera para que Eva tomara mi lugar.

Sacudí la cabeza, tratando de encontrar algo de compasión en sus ojos, pero todo lo que encontré fue una mirada fría y burlona.

—¡No te hagas ilusiones! —continuó, con un tono venenoso—. Apenas eres la hija de una sirvienta que trabajó toda su vida en nuestra casa. ¡Izan estaba confundido, nada más!

Traté de explicarme, de defenderme, pero las palabras se atascaban en mi garganta, como si alguien me estuviera estrangulando. Todo intento de hacerme escuchar se ahogaba en el vacío.

La turba que había traído Eva estaba enardecida, y de pronto, una lluvia de huevos podridos, hojas marchitas, e incluso condones usados comenzó a caer sobre mí.

—¡Descarada! ¿Cómo te atreves a decir que Eva es la amante? —gritaron mientras uno de ellos me empujaba con fuerza contra el piso helado, el frío me devolvió a la realidad de golpe. Me encogí, abrazando mi vientre, y grité—: ¡Por favor, no lastimen a mi hijo!

—¿Hijo? ¿Otra de tus mentiras, maldita cualquiera? —gritó alguien entre las sombras.

—¡Mátala! ¡Esa mujerzuela lo merece!

—¡Esta tipa siempre tan fingida! ¡Se lo tiene bien ganado!

Entonces lo sentí: una tibia y húmeda sensación que me bajaba por las piernas. Al tocarme, mis dedos se mancharon de sangre, y el color rojo encendió mis ojos.

—Mi… mi hijo… —musité, apenas capaz de respirar por el dolor intenso que se expandía por mi cuerpo.

—¡Ahhh! —Mi grito se ahogaba en la multitud—. ¡Por favor! ¡Llamen una ambulancia! ¡Rápido, ayúdenme!

—¡Deja de fingir, estúpida! ¡A estas alturas y sigues actuando! —Isabel avanzó hacia mí con una mirada salvaje, me agarró del cabello y estrelló mi cabeza contra el suelo. La sangre se extendió en el piso, formando manchas profundas bajo mi rostro.

—Voy a matarte hoy mismo, maldita. Así aprenderás a no meterte con mi hermano —gritó, cada palabra cargada de un odio visceral.

De pronto, escuché una voz familiar desde la entrada, un grito enardecido:

—¡Branca! ¡Mierda, que se detengan todos!

El mundo comenzó a dar vueltas, y lo último que sentí fue el calor de mi propia sangre antes de perder el sentido.
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