Descuido

Edmundo analizaba sus probabilidad de librarse los dos jóvenes que Bryan había dejado a su cuidado eran débiles unos adolescentes aventureros que no conocían todos los peligros que encontraban en la guerras.

Podía oler su miedo, ese deliciosos sabor del pánico.

El por el contrario era un lobo ágil y rudo. Sería muy cruel si se enfrentaba a ellos, con un solo golpe los aniquilaría. Aún con todo el dolor que sentía en su brazo, el ardor y las punzadas ya estaban corriendo hasta su hombro.

Sudaba frio, respiraba profundamente, el dolor lo estaba volviendo loco, pero hacia todo por mantenerse cuerdo y aparentara fuerza.

Los jóvenes se miraban constantemente tratando de intercambiar pensamientos, se mantenían prevenidos.

—Tengo sed —gimió Edmundo tosiendo enseguida.

—¡Cállate! —le ordeno él más alto y robusto. Edmundo sonrió burlándose de su intento por controlar la situación.

—Denme un poco de agua, solo un poco

—No hay agua por aquí. —insistió para que cerrara la boca.

—Ustedes también
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