Mi padre sufre

MARCUS

—Mayla, ¿estás dormida?— pregunté en voz baja, sabiendo que mi compañera necesitaba descansar todo lo que pudiera, sin embargo, yo empezaba a sentirme cada vez peor, mi herida me estaba pasando factura.

No estaba seguro de cuánto tiempo habíamos estado atrapados en el sótano, pero Gregorio había vuelto para comprobar mi herida, murmurando para sí mismo acerca de cómo debería estar sanando y cómo se había asegurado de que me había dado la dosis correcta de plata para mantenerme con vida pero evitar que cambiara.

Dedujo que mi lobo estaba demasiado angustiado y había pasado un poco a un segundo plano, garabateando caóticamente sus pensamientos en su papel.

Necesitaba agua, las toxinas que flotaban en mi cuerpo necesitaban ser eliminadas, mi garganta estaba seca y mi voz áspera. Sonaba como si hubiera estado tragando cristal.

Mayla no me respondió, y miré a través de la oscuridad para verla apoyada contra la pared, con los ojos cerrados y la cabeza ladeada; mis ojos bajaron hasta
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