Salgo del estudio de Alexander, azotando la puerta tras de mí. Giro por el pasillo hasta llegar a la puerta de mi habitación. Rápidamente tomo el pomo y la abro, viendo que todo seguía igual. Sin embargo, algo llama mi atención: mi ropa ha desaparecido. No había ni una sola prenda en el armario, ni mis diseños. Los busco desesperadamente en todos los cajones, pues eran lo único que realmente me importaba. Unos minutos después, veo a Mary entrar por la puerta con los ojos aguados. Se aproxima a mí y me da un fuerte abrazo. —Señora, al fin ha vuelto. Siento tanto lo que pasó… Sé que usted no es culpable de nada. No entiendo cómo pudieron culparla, usted sería incapaz de cometer una barbaridad así —me dice con voz temblorosa y lágrimas en los ojos. Nos separamos del abrazo, y yo le dedico una pequeña sonrisa. —Aprecio mucho que confíes en mí, Mary. En verdad, te lo agradezco. Ella observa la habitación con el ceño fruncido. —Lo siento tanto, señora, pero la señorita Arlette vino u
Siento cómo la ira y el asco me invaden por completo. Sin poder evitarlo, le estampo una cachetada con fuerza en el rostro. —Eres una escoria. Nunca vuelvas a intentar tocarme. Entiende que te odio y te desprecio con todo mi corazón —le grito. Alzo la mirada y veo a Arlette descendiendo por las escaleras. —Mírala a ella, Alexander. Es a quien debes decirle que cumpla con los deberes de una esposa, no a mí —digo con desprecio antes de darme la vuelta y salir por la puerta, dejándolo furioso en su sitio. Al salir de la mansión, veo un auto conocido aparcado a un lado de la carretera: un Ferrari rojo. De inmediato supe de quién se trataba. Erick Colleman. Me sorprendo bastante al verlo. Mi intención era regresar dentro de la mansión, pero mi plan se ve frustrado cuando él baja del auto y me mira. —Aslin, te estaba esperando. Supe que saliste de la cárcel. Por favor, ven conmigo —me dice con una cálida sonrisa. —Erick, me sorprende verte aquí —le digo, algo desorientada. La verdad, no
Abro mis ojos y parpadeo varias veces al incomodarme la luz. Noto que tengo oxígeno puesto y una intravenosa en mi mano, y sobre todo, el dolor punzante que aún persistía en mi estómago. Aún sigo con vida - digo para mí en mi mente. Lo último que recuerdo es estar tendida en el mausoleo, en un charco de sangre, mientras Alexander venía hacia mí y lloraba intensamente. ¿Acaso fue un sueño? - me pregunto exasperada. Alexander llorando por mí... no podía creerlo, aunque se veía tan real ese sueño. De repente, escucho el murmullo de la puerta al ser abierta y veo a Alexander frente a mí, tan imponente y frío como siempre. Ahora no tenía ninguna duda de que todo había sido un producto de mi imaginación. ¿Cómo te encuentras? - me pregunta sin un deje de preocupación en su expresión. Yo solo volteo mi rostro y me quedo en completo silencio. Iba a decir unas palabras más hasta que el doctor entra por la puerta. Alexander saluda al médico cordialmente. ¿Y bien, qué es lo que tenía mi esposa
Dos días habían pasado desde que el doctor me dio el alta. Me dejó algunas indicaciones: en una semana debía comenzar la quimioterapia. En verdad, no sabía qué hacer. Ni siquiera tenía dinero para salvar mi propia vida y, aunque lo tuviera, no tendría oportunidad de todas formas. No me salvaría. Así que suponía que solo me quedaba rendirme. Tomo mi pequeño bolso y salgo del hospital completamente sola. Veo al chofer de la mansión esperándome mientras me hace señas para que suba al auto, así que, sin tener otra opción, voy hacia él y me subo. De inmediato, el auto se pone en marcha. Al llegar a la mansión, salgo rápidamente del auto y me adentro en esta. Cierro la puerta tras de mí y, al darme la vuelta, veo el rostro despreciable de Arlette frente a mí. Pongo mis pies en marcha y trato de evadirla, pero ella me toma del brazo y me jala. Cómo detestaba que hiciera eso. —Veo que no has podido aguantarte y has hecho toda una escena solo para ganar la atención de Alexander, maldita perr
- No por favor déjame ir por favor te lo ruego - le suplicaba al hombre pero este no me hizo caso para nada , trato de levantarme de la cama e ir hacia la puerta golpeaba las paredes tratando de encontrar la dichosa puerta sin éxito alguno el hombre al mirarme actuar tan ridícula , estalló en carcajadas nuevamente. - Palomita te vez tan adorable tratando de encontrar la puerta pero debo decirte que estás equivocada la puerta no está por ahí - me dice mientras da largas zancadas hacia mi - ven no te resistas la noche es larga nos divertiremos te haré sentir en el cielo esta noche - me dice sensualmente . Siento como nuevamente me toma del brazo y me estampa en la cama trato de resistirme pero su fornido cuerpo me lo impide , sin esperarlo él arranca mi vestido con sus fuertes manos dejándome en ropa interior me inspecciona de arriba abajo con su mirada - Sin duda eres deliciosa voy a disfrutar cada parte de tu cuerpo esta noche linda palomita - dice mientras acercaba su rostro al
Me incorporo con suavidad de la cama y, rápidamente, me dirijo hacia el baño. Al mirarme en el espejo, lanzo un grito al ver mi cuerpo marcado por moretones y chupetones. Ahora comprendía mejor por qué Alexander se había encolerizado, pero, de alguna manera, no me sentía culpable, pues él me había traicionado primero con Arlette. Al caminar hacia el baño, un dolor punzante recorre mi cuerpo, especialmente en el estómago, como si puñales me atravesaran. Es tan intenso que no puedo evitar caer al suelo de rodillas. —Coc, coc, coc —tosía sin poder evitarlo. De repente, empiezo a sudar y a vomitar sangre. En ese instante, recuerdo las indicaciones del médico: debía descansar y cuidarme más de ahora en adelante. Me había aconsejado que ingresara al hospital en los próximos días debido a mi enfermedad, pero, por supuesto, no lo haría. Si iba a morir, preferiría no pasar mis últimos días en un hospital, como si fuera una condenada. Viviría al máximo, aprovecharía cada momento, como si fuera
Abrí los ojos y noté que ya era de día. Me levanté y fui al baño, observando mi apariencia deteriorada. Tenía enormes ojeras debido al llanto y mi rostro estaba completamente pálido. Además, me percaté de que había perdido mucho peso; supongo que mi enfermedad poco a poco me estaba consumiendo. Cepillé mis dientes rápidamente y me di una ducha. Me vestí, bajé las escaleras y, de inmediato, los recuerdos de la noche anterior invadieron mi mente. La enorme mancha de sangre en el suelo había desaparecido; las mucamas habían hecho un trabajo impecable al limpiar, pues no quedaba ni rastro de la tragedia ocurrida. Me dirigí al comedor y noté que el desayuno estaba servido elegantemente. Me senté a comer sin mucho ánimo. Al terminar, intenté ponerme de pie, pero un alboroto proveniente del exterior captó mi atención. —Señora, espere, no puede pasar así. El señor Líbano me ha ordenado que no deje entrar a nadie en su ausencia— escuché decir a los guardias. —¡Quítate de mi camino, imbécil!
Abrí los ojos y, al darme cuenta de que estaba en un lugar desconocido, me sobresalté de inmediato. —Señora, por favor, cálmese. Está en el hospital. Ha vomitado mucha sangre y su estado es delicado. Le recomiendo que trate de relajarse —escuché decir a la enfermera. Sin embargo, no le presté atención en absoluto. Lo único que invadía mi mente era el temor de que Alexander intentara obligarme a donar mi médula ósea para salvar a Arlette. Miré a mi alrededor, buscando su figura en cada rincón de la habitación, pero él no estaba. De repente, escuché pasos firmes acercándose rápidamente hasta que la puerta se abrió de golpe, revelando el frío y severo rostro de Alexander. —Salga de aquí ahora —ordenó a la enfermera. Ella palideció de terror y comenzó a temblar antes de salir precipitadamente, dejándonos solos. —No puedo creer que tengas el descaro de montar una escena como esa frente al hospital —espetó con furia. —¿A qué te refieres, Alexander?— pregunté, confundida. —¡No finjas!