Paso toda la tarde viendo series en N*****x hasta que noto la hora en mi reloj, viendo que eran las 7 de la noche. Así que, perezosamente, me levanto de la cama y me dirijo directamente al baño. Me doy una ducha rápida y, al salir, voy directo hacia mi armario. La verdad es que no sabía qué usar para ir a un club nocturno, nunca había tenido la oportunidad de ir a uno. Sin más, me decido por un vestido celeste con un estampado de flores en el centro y unas zapatillas blancas. Mi cabello rubio lo dejo suelto y me hago un sencillo maquillaje en el rostro. Unos 40 minutos después, ya estaba lista. Tomo mi bolso y mi teléfono, y salgo de la mansión. Veo el auto de Verónica estacionado a un lado de la carretera. Camino rápidamente y entro al auto. —¡Al fin sales, cariño! Ya iba a llamarte. Ahora quiero preguntarte algo —me dice Verónica con una expresión asombrada en su rostro. —¿Qué sucede? —le pregunto intrigada. —Amiga, ¿qué rayos es ese atuendo que llevas puesto? —me dice mientras
"La esposa del magnate multimillonario, Alexander Líbano, estuvo anoche en el Encanto Nocturno compartiendo románticamente con el CEO de la constructora Colleman." —Decía el periódico, acompañado de unas fotos en las que aparecía junto a Erick, tomada de la mano, sentada en su regazo y besándonos. Incluso en una de ellas, él me abrazaba. Pero desde el ángulo en que fueron tomadas las fotos, parecía que fui yo quien inició el abrazo. Se notaba que quien las había capturado quería inculparme. Salgo de mis pensamientos cuando siento que me arrebatan el periódico y una bofetada cae en mi rostro. —Eres una maldita prostituta. ¡Por tu culpa nos vamos a ir a la ruina! Si eso pasa, juro que me las vas a pagar, Aslin —me grita mi padre, rabioso, mostrando los dientes. —Y no solo eso, papá. Mira cómo está vestida, parece una ramera de barrio bajo. Ya sé, hermana, que eres muy libertina, pero al menos trata de moderar tu comportamiento. ¡Mira lo que has hecho! Has avergonzado a las dos famili
Abro mis ojos y la claridad de la habitación me obliga a cerrarlos de inmediato. Luego de adaptarme mejor, noto que estoy en una habitación blanca. En mi mano tengo insertada una intravenosa. Al observar a mi alrededor, mi mirada se detiene en el hombre sentado elegantemente en un asiento de cuero negro, mientras tecleaba con velocidad en un computador que tenía sobre su regazo. —Veo que ya has despertado —me dice sin levantar la mirada del computador, desconcertándome, ya que no esperaba que me hablara. —¿Qué le hiciste a Erick? —le pregunto, y de repente noto cómo su ceño se frunce y clava sus ojos furiosos en mí. —No ha pasado ni un minuto desde que despertaste y ya estás preguntando por ese hombre. ¿Tanto te interesa, Aslin? —me dice, haciendo énfasis en esto último. —No es que me interese, es solo que no deseo que personas que no están involucradas paguen por mi culpa —le respondo, encarándolo. —Sabes muy bien que siempre cumplo mis promesas. Si hubieras hecho caso a mis pa
En una carretera oscura y desolada, los gritos de un hombre se mezclaban con el sonido seco de los golpes. Tres guardias lo golpeaban sin piedad. —¿Acaso sabes de quién es esposa la mujer que besabas en ese club nocturno? —preguntó uno de los guardias con una sonrisa burlona. —No lo sé, ni me interesa. Todo lo que sé es que la amo profundamente —respondía el hombre entre jadeos, su voz reducida a un susurro. El guardia soltó una carcajada cruel antes de soltar otro golpe certero. —Pues debería interesarte, porque la mujer que besabas es la esposa de Alexander Líbano. Erick palideció al escuchar ese nombre. De inmediato, comprendió la magnitud de su error. Un escalofrío recorrió su cuerpo cuando el hombre sentado en la parte trasera de un lujoso BMW bajó el cristal. Con un simple chasquido de sus dedos, los guardias se detuvieron al instante. —No quiero verte cerca de mi mujer nunca más —dijo Alexander con frialdad—. Esta ofensa tendrá consecuencias. Me aseguraré de que, para maña
Al llegar a nuestro destino, Verónica me ayuda a salir del auto y me guía hacia su apartamento. No pierde el tiempo y de inmediato comienza a curar mi mano herida y la cortada en mi frente. —Aslin, esto se ve muy mal. ¿No prefieres ir al hospital? —pregunta con el ceño fruncido. —No, Vero, no te preocupes. En unos días sanará —respondo con amargura. —No puedo creer lo cruel que es Alexander. Cruzó por tu lado y simplemente te ignoró como si no te conociera en lo absoluto —dice, enojada. —Lo sé, pero ya estoy acostumbrada. Es increíble que, después de tres meses, me lo haya tenido que encontrar en una situación tan vergonzosa. Después de que Verónica termina de curarme, entro al baño y me doy una ducha. Al salir, ella me presta uno de sus vestidos. Me lo pongo y me acuesto en su cama para descansar un rato. Paso el resto de la tarde en casa de Verónica. Cuando miro la hora en mi teléfono, veo que ya son más de las siete de la noche, así que me levanto de la cama y me pongo los zap
—¡Alexander, por favor, tienes que creerme! ¡No lo hice! —le ruego hasta más no poder. —¿Por qué le creería a una mujer vulgar como tú, Aslin? —me dice con desprecio. De inmediato me toma por el brazo y me arrastra fuera de la habitación, lanzándome al piso sin ninguna piedad, a la vista de todos. —¡Guardias, sosténganla fuerte y no la dejen ir! —ordena con firmeza. Ellos vienen hacia mí y me capturan sin titubear. —¡No, Alexander! ¿Qué haces? ¡Por favor, haz que me suelten! ¡Soy inocente! —le grito, llorando a mares. —Vamos, llévenla al auto —ordena nuevamente, y los guardias me arrastran como si fuera una criminal. Al salir del hospital, me meten en una furgoneta mientras Alexander nos sigue de cerca. Me lanza al suelo con brusquedad, y mi cabeza choca contra uno de los asientos. Grito de dolor. Segundos después, siento cómo la furgoneta se pone en marcha. —¡Alexander, por favor! ¿Qué me vas a hacer? ¡Déjame ir, te lo juro, no le hice nada a tu madre! ¡Nunca sería capaz! ¡Te
Tres meses después... Mi cuerpo yacía recostado en una cama vieja dentro de una sucia celda. Mis lágrimas, desde hace mucho, se habían secado. Mi dolor y tormento se habían convertido en un grito silencioso. En mi mirada, el brillo se extinguió hace tiempo; solo era un muerto viviente. Vivía el día a día entre los barrotes de esta prisión como un alma vacía, sin sentimientos, sin emociones, sin felicidad. Me había perdido por completo entre las frías paredes de esta cárcel. El frío me calaba los huesos, pero lo que más dolía era la traición. Me abrazaba las rodillas, buscando consuelo en la soledad. Alexander, el hombre al que amé con toda mi alma, me había señalado como la asesina de la señora Zara. Recordaba el momento en que los policías me arrestaron, las esposas apretando mis muñecas mientras él, con ojos llenos de fingido dolor, afirmaba que me había visto hacerlo. Pero yo era inocente. Amaba a la anciana como a una madre. ¿Cómo podía haberle arrebatado la vida? Los días pa
Me encontraba en la entrada de la prisión con un pequeño bulto de ropa en mis manos. No podía creer que, después de tres meses, volvía a ver la luz del sol. Di unos pasos fuera y, a lo lejos, vi decenas de autos estacionados a un lado de la carretera. Supe de inmediato de quién se trataba. Apreté los puños mientras sentía cómo mis dientes rechinaban de ira. El mayordomo salió de uno de los autos y se acercó a mí. —Señora, es un placer volver a verla. El señor Líbano la espera en el auto. Permítame ayudarla con su equipaje —dijo amablemente. Asentí en silencio y caminé hasta el vehículo. Abrí la puerta del copiloto y subí, dejando claro que no tenía intención de sentarme junto a ese hombre cruel. Por el espejo retrovisor, vi cómo me dedicaba una mirada de muerte. Su respiración se agitó poco a poco al notar mi decisión, pero giré el rostro con indiferencia. Si creía que me importaba molestarlo, estaba muy equivocado. Esos días habían quedado atrás. El mayordomo tomó el volante y