AlessandroMis dedos tamborileaban sobre la superficie del escritorio de madera maciza, un ritmo constante, como un reloj marcando la cuenta regresiva para mis enemigos.El cigarro humeaba entre mis dedos, lanzando una espiral de humo que se elevaba hacia el techo. El sabor amargo y familiar del tabaco me daba una calma que casi podía llamar placer.Me gustaba este ambiente, me hacía sentir que tenía el control, que todo a mi alrededor estaba en calma porque yo lo permitía.Frente a mí, sobre la mesa, estaban las carpetas con las vidas de mis armas, esas pequeñas herramientas afiladas y letales que había moldeado con mis propias manos.Todos habían servido bien a su propósito, pero ya no contaba con la mayoría de esos recursos.Aún recordaba el día en que me crucé con aquella niña de ojos claros y desafiantes.Había algo en ella, un potencial brutal que solo necesitaba la dirección correcta. Y yo, generoso como siempre, le di esa dirección.La convertí en la Pantera, mi pequeña asesin
AlessandroNo podía evitar esbozar una sonrisa al pensar en lo que estaba por venir.Cada uno de los jefes de familia pronto se reunirían, y yo los llevaría justo donde los quería.Todos pensaban que los había citado a una reunión de emergencia por la amenaza de la Camorra y el debilitamiento de la familia Moretti, pero en realidad, era el paso final de mi jugada.Me acerqué al extremo de la mesa, mi lugar habitual en estas reuniones, el lugar que había ganado en la familia a través de años de paciencia y estrategia.Mañana en la noche, cada uno de esos supuestos líderes conocería la verdad, una verdad que los haría arrodillarse y aceptar mi poder.En unas pocas horas, revelaría que Nicola Moretti, el cachorro arrogante, había traicionado a su propia familia, aliándose con la Camorra, y que su “mujer” no era otra que la Pantera.Levanté el teléfono del escritorio que había comenzado a sonar y atendí la llamada entrante.—Padre, —dijo, su voz baja respetuosa. —Tengo noticias.—Dime, Fi
AlessandroVittorio apenas abrió los ojos, su mirada intentando enfocarse en algún punto delante de él.Sabía que estaba luchando por mantenerse consciente, por aferrarse a los últimos minutos de su vida, pero incluso él debía saber que el final estaba cerca.Me incliné un poco más, disfrutando de cada segundo, de cada pequeña señal de su dolor y su debilidad.—¿Qué… qué haces? —murmuró con dificultad, su voz apenas se entendía.Solté una carcajada baja, fría, como si acabara de escuchar el mejor chiste de mi vida.—¿Qué hago? —repetí, sacudiendo la cabeza. —Vittorio, ¿de verdad te sorprende? Pensé que eras más listo. Todos estos años, permitiéndome acercarme, confiando en mí. Y todo lo que hice fue observarte, estudiar cada debilidad, cada error. Me dejaste entrar en tu familia como si yo fuera uno de los tuyos… y ni siquiera te diste cuenta de que estaba destruyéndola desde dentro.Él me miró con una mezcla de desconcierto y desesperación, y pude ver el momento exacto en que la verd
NicolaLa iglesia de San Domenico, en el corazón de Palermo, había sido testigo de los eventos más sagrados de la ciudad durante siglos.Y hoy, sería el escenario donde se definiría el futuro de la familia Moretti… y de aquellos que habían osado traicionarnos.El aire de la iglesia era fresco, y el olor del incienso de la misa de la mañana aún impregnaba el ambiente, mezclándose con la luz suave que entraba por las vidrieras.Estaba de pie frente al altar, bajo la mirada serena de los santos, y no pude evitar sentir una calma extraña, un alivio en el pecho.El reloj marcaba las ocho en punto cuando saqué el teléfono que había conseguido y comencé a marcar los números.Empecé por llamar a quienes sabía que estarían de mi lado.La primera fue a Giulia Ferraro. Sabía que ella no necesitaría muchas explicaciones, pero debía ser concreto.—Giulia, —dije en cuanto respondió. —Necesito que vengas a la iglesia de San Domenico a las diez de la mañana. Es importante.—Nicola… —Su tono era firme
NicolaPodía ver las expresiones de incredulidad en algunos rostros, la sorpresa en otros.Pero no necesitaba dar explicaciones.Bastó con que vieran a Valentina con ese vestido, que me vieran a mí, esperando con una calma fingida, para que entendieran el mensaje: ella y yo estábamos por unirnos, y nadie podría cuestionar su lealtad.Valentina avanzó con pasos seguros, sus ojos fijos en los míos. Cada paso que daba parecía un juramento silencioso, una promesa que iba más allá de cualquier palabra.Me quedé inmóvil, observándola, sintiendo cómo cada rincón de la iglesia se desvanecía a nuestro alrededor. Solo existíamos ella y yo.Cuando finalmente llegó a mi lado, sentí que mi mano temblaba al tomar la suya. Su piel estaba cálida, y ese simple contacto me hizo sentir un alivio que ni siquiera sabía que necesitaba.La miré, sin poder contener una sonrisa sincera.En ese momento, el peso de todo lo que habíamos vivido, de cada traición, cada herida y cada secreto, se desvaneció. Solo es
ValentinaPor mucho tiempo había luchado contra esto, contra lo que Nicola me hacía sentir, contra lo que significaba aceptar esta relación.Toda mi vida había sido entrenada para ir en contra de los Moretti, para ver en ellos a mis enemigos, los culpables de todo lo que me habían arrebatado.Pero ahora… ya no le veía sentido seguir resistiéndome. Nicola era lo único que tenía, lo único que me hacía sentir... humana.Y si este matrimonio lo dejaba tranquilo, si le daba la seguridad que necesitaba para seguir siendo el hombre frío y calculador que ambos necesitábamos para derrotar a Alessandro, entonces estaba dispuesta a hacerlo.A pesar de todo, el amor que sentía por él era innegable, imposible de ocultar. Sentía cada latido de mi corazón con una intensidad desconocida.Al mirarlo, vi en sus ojos un brillo que rara vez mostraba, una calidez que no le concedía a nadie más que a mí.Nicola Moretti, el futuro Don de Palermo, el hombre que había conquistado mi corazón de una manera que
NicolaCuando el último hombre de la Camorra cayó, me tomé un segundo para recuperar el aliento.Me limpié la ropa, sacudiendo el polvo y las astillas de madera que habían saltado de los bancos destrozados. Valentina estaba a mi lado, aún con el arma en la mano, su respiración controlada, aunque podía ver qué aún estaba alerta.Ella siempre estaba lista para pelear de nuevo. Y eso me excitaba mucho.Algunos de los jefes de familia comenzaron a acercarse a nosotros, sus ojos se intercalaban entre mi esposa y yo, llenos de incredulidad y sorpresa en sus rostros.Sentí el peso de sus miradas sobre mí.Sabía que tenía que hablarles, tenía que tomar el control de la situación antes de que las dudas comenzaran a germinar en sus mentes.Este ataque de la Camorra, en nuestro lugar sagrado, no solo era una agresión contra nosotros, sino una declaración abierta de guerra.Pero ellos aún no sabían quién era el que estaba al mando de la Camorra. No se lo esperaban.Abrí la boca, listo para explic
NicolaSolo dejándome llevar por el impulso animal que me invadió, la rodeé con mis brazos y la levanté del suelo.Valentina dejó escapar un grito, y se aferró a mis hombros, envolviendo sus piernas en mi cintura. Sus labios estaban tan cerca de los míos que casi podía sentirlos, pero no nos besamos todavía.Apenas crucé la puerta, el aroma a pino y a la madera vieja nos envolvió. Había una chimenea en un rincón, unas cuantas velas sobre una mesa, y una cama grande cubierta con sábanas blancas.Caminé hacia la cama con ella aún en mis brazos, y mientras lo hacía, comencé a arrancar los restos del vestido de novia que aún colgaban de su cuerpo. La tela, rasgada y sucia por la pelea en la iglesia, cedió fácilmente bajo mis manos.—No estás perdiendo el tiempo, ¿eh? —susurró, con esa voz ronca que siempre usaba cuando quería provocarme.—Nunca lo hago contigo, —le respondí, tirando el último trozo de tela al suelo.La empujé contra la pared con fuerza, haciendo que soltara un jadeo entre