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El abogado de Javier volvió a interrumpir, esta vez, para solicitar al detective Ramos que dejara ir a su cliente:

—Señor Ramos, creo que por hoy ya es suficiente. Es evidente que mi cliente está en toda la disposición de colaborar.

—¡Muy bien gracias! Pueden marcharse. Si requerimos de su presencia lo llamaremos —dijo el detective Ramos, mirando el reloj de su muñeca y con cierto fastidio.

El detective lo dejó marcharse, sin embargo, muchas preguntas se hacía en relación al caso. ¿De no ser él quien directamente asesinara a su esposa, estaría involucrada una tercera persona? ¿Sería Javier un autor intelectual del crimen? ¿Cuál sería el móvil de aquel asesinato? Solo había que ampliar el abanico de posibles sospechosos y testigos, esperar los adelantos hechos por los técnicos forenses, las pruebas de laboratorio y las evidencias recabadas en el sitio del suceso para ir descartando hipótesis, entre ellas, las de un posible suicidio.                                

III

El día de la boda de Javier y Amanda fue todo un acontecimiento. Para la celebración del enlace matrimonial, se invirtió más dinero en la realización de la fiesta que en la ceremonia religiosa, y es que la mayoría de los invitados casuales asisten justamente a ellas por ir a la fiesta. En ella había todo tipo de platos, bebida, música y hasta espectáculos en vivo. Esa suntuosa fiesta se celebró en las áreas abiertas del Club Mar y Tierra, al cual eran asiduos visitantes desde hace ya bastante tiempo. Allí se encontraban más de trescientos invitados y uno que otro coleado, entre ellas una chica que había conocido Javier hace mucho tiempo.

Era muy bella con un cuerpo sinuoso, de ojos verde aceituna y cabello negro largo. Llevaba un vestido vino tinto ajustado y corto, donde se dejaban ver unas piernas hermosas. Era todo un encanto que no dejaba de pasar desapercibida. Su nombre era Esmeralda, allí es cuando uno a veces queda boquiabierto cuando ve nombres de atributos u objetos que coinciden con las personas, como Aurora, Ángeles, Bella, Celeste, Dulce, Estrella y así por el estilo.

¡Era una maquina sexual aquella chica! Sus caderas se movían mientras besaba, mordía y acariciaba, ¡todo al mismo tiempo! Javier, que era un experto, no se quedaba atrás. Su experiencia lo hacía un torbellino de lujuria. Lograba que hasta la más tímida se convirtiera en una mujer lujuriosa. Su especialidad era tomarla, someterla, penetrarla, jugar con su lengua, buscar aquel punto que entre sus piernas las hacía llorar de placer. No todos sabían ese secreto. Javier sabía cómo encontrarlo y hacerlo estallar cual si fuese un volcán. Posiblemente ese era su gancho, su coartada para tener las que deseara.   

Javier, al verla entre la muchedumbre, palideció y se dijo sí mismo:  

—¿Y a esta nena quién la invitó?

Luego se acercó a ella cuando vio el momento apropiado, justo al verla alejarse del grupo de invitados donde ella hablaba, y con mucho disimulo, en voz baja y casi inquisitiva, le preguntó:

—¿Qué haces tú aquí?

—¿Ya no te acuerdas de tus amigas? —inquirió, haciendo un gesto con las manos como si estuviera encerrando la palabra amigas entre comillas.

—¿Estás loca? O ¿esa copa de coñac que cargas te hizo daño? Sabes que si alguien se enterase de lo nuestro sería la comidilla del momento y el centro de atención en esta boda. ¡Ni qué pensar de mi esposa si se llega a enterar!

—Tranquilo, Javi. —Le decía así por cariño—. ¡Me portaré muy bien!

—Está bien, disfruta del momento y no hagas travesuras. Por cierto, ¿tu novio sabe que estás aquí?

—Ummm, posiblemente. —Dibujó en sus hermosos labios una sonrisa maquiavélica.

—¿Posiblemente? ¡Por dios! Sabes que es un desquiciado.

El novio de Esmeralda era un celópata sin remedio. Vivía monitoreándola todo el tiempo. En una ocasión le pidió que le enviara una foto para saber con quién estaba. Cada vez que algún hombre se le acercaba, él también lo hacía para saber sus intenciones, e incluso le prohibió tener en sus contactos el teléfono de cualquier persona del género masculino. Hasta ese nivel de locura y posesión llegaba el pobre hombre. Estar en esa fiesta era un riesgo para ella. Javier ya había tenido un encuentro con ese tipo, Robert se llamaba. En una oportunidad, manejando su vehículo como siempre, vio que al lado donde estaba conduciendo, se le acercó un motorizado y al verlo se sobresaltó.

 —¡Mierda! —exclamó.

—¡Desgraciado! —le gritó Robert, señalándole con el dedo—. Te tengo vigilado, aléjate de mi novia, —Y dándole un patada a la puerta del carro, aceleró su moto.

Javier quedó totalmente confundido, preguntándose quién era ese desquiciado. Pensó en algún novio celoso de algunas de sus aventuras, luego de comentárselo a Esmeralda, supo que era su novio, en aquel momento le dijo:

—Ese patán es peligroso, en cualquier momento se le puede ocurrir una barbaridad. Es mejor andar con cautela, no me dijiste que tenías novio y menos de ese calibre.

—Pensaba en decírtelo —añadió, alzando los hombros.

—¡Vaya! ¡Menudo susto! Por un momento pensé que me iban a robar o algo peor, que me secuestrarían.

—Ese es el precio de ser guapo, rico y mujeriego —dijo Esmeralda, soltando una carcajada.

Ese fue el primer escarmiento y llamado de atención para Javier, quien llevaba una vida de vicios y placeres. Quedaba en él reflexionar sobre aquello o seguir en sus aventuras.

Volviendo a la boda, la presencia de Esmeralda lo inquietaba, temía que ocurriera una barbaridad en su boda y sobre todo, no solo quedar mal con su futura esposa, sino con su suegro y futuro socio. Reflexionó:

—A partir de este momento debo de evitar dejar cabos sueltos.

Sin embargo, eran muchos los cabos sueltos que tenía a lo largo de su trayectoria como play boy, los cuales andaban por allí y aparecían de vez en cuando.

Al finalizar la fiesta, la mayoría ya se había ido, solo quedaba uno que otro grupo de personas tomando, hablando, otros durmiendo la borrachera. Javier y su esposa Amanda decidieron irse después de despedir a sus familiares y amigos. Toda la noche y parte de la madrugada fue agotadora aunque divertida, para Javier especialmente, después de haber pasado un susto con Esmeralda, quien al parecer ya se había marchado. Un verdadero alivio.  

Ya dentro del vehículo, Javier muy animado, le preguntó a su flamante esposa:

—¿Qué te pareció la boda, amor? Yo la encontré extraordinaria, comí como un cerdo —agregó riéndose.

—Muy buena, cariño, aunque estoy agotada.

—¿Fueron muchos los regalos? ¿Alguno que te haya gustado?

—En realidad tengo que verlos, son muchos. ­—Y volteado su cabeza hacia donde estaba Javier, le dijo—: Por cierto, no me habías comentado de que tenías una prima muy bella.

—¿Prima? ­—preguntó extrañado.

—Sí, se llama Esmeralda.

Javier sintió un frío que le recorrió el cuerpo, además de una sensación extraña y desagradable en el estómago. No hallaba qué palabra utilizar para no meter la pata.

—¡Sí, mi prima Esmeralda! —exclamó con una sonrisa falsa y nerviosa —Y  ¿de qué conversaron?

—De nada, solo se acercó a saludar.

Javier, poniendo en marcha su vehículo, pensó con cierta preocupación: ¡Esa Esmeralda está completamente loca!

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