Capítulo 16
Odell terminó por soltarla con una expresión presumida al ver que Sylvia se angustiaba.

Mientras tanto, Sylvia rechinó sus dientes y se tragó su resentimiento.

“¿Qué demonios haces aquí a escondidas?”, le preguntó Odell.

Sylvia respondió con calma: “Echo de menos al niño y quiero verlo”.

Odell resopló. "Vaya, muy bonito, ¿no?".

Entonces se levantó e indicó a los guardaespaldas: “Llévenla a mi coche”.

La expresión de Sylvia cambió y preguntó: “Odell, ¿por qué me llevas a tu coche? ¿Vas a hacerle algo a tu querida exmujer?”.

Ella dijo esto con un guiño astuto y seductor.

Mirando su delicado y bello rostro, uno recordaba lo encantadora que era.

“Tienes un concepto demasiado elevado de ti misma”, replicó Odell con severidad.

“Entonces, ¿por qué me llevas a tu coche toda atada?”.

“Puedo hacer lo que me da la gana”.

“Entonces, ¿estás diciendo que intentas aprovecharte de mí?”, dijo Sylvia con un suspiro, como si estuviera profundamente decepcionada por lo insensible que era.

El rostro de Odell se volvió tormentoso. “¡Cierra la boca ahora mismo!”.

“De acuerdo, no es que pueda resistirme, ya que me tomas como rehén, de todos modos”, comentó Sylvia mientras se encogía de hombros con indiferencia.

Odell se esforzó por contener las palabras que quería escupirle a la cara.

Después de eso, se agachó frente a ella hasta que sus rostros estuvieron a centímetros de distancia. Parecía estar atravesándola con su agresiva mirada mientras declaraba con frialdad: “No tengo ningún interés en ti. Si sigues jugando, te cortaré la lengua”.

Sylvia se apartó de él.

No podía permitirle que siguiera haciendo de las suyas.

Tener que lidiar con él no era la principal preocupación. Pensaba en Isabel, que estaba en casa esperando noticias de Liam.

No podía tener a Isabel preocupada por ella, así que se tranquilizó rápidamente y sus ojos se tiñeron de humor mientras lo hostigaba. “No te creo”.

Odell frunció el ceño.

“Te creeré si me dejas ir”, continuó Sylvia.

Odell se quedó sorprendido.

Tras unos segundos de silencio, empezó a sonreír. Su sonrisa era encantadora y parecía tener un significado oculto.

El primer instinto de Sylvia fue resistirse de nuevo.

Le agarró la cara de inmediato y le susurró lo mismo que ella le había dicho tiempo atrás: “No importa si me crees o no”.

Sylvia sintió un nudo en la garganta mientras la sonrisa desaparecía de su rostro. Preguntó con valentía: “¿No puedo ver al niño?”.

“No”.

“Soy la madre de Liam”.

“Él no necesita una madre como tú”.

Su voz era insípida y carente de emociones.

Sylvia sintió un tirón en el corazón.

¿Liam no necesitaba una madre como ella? ¿Cómo era posible que Odell tuviera tan mala percepción de ella?

Sylvia apartó la cabeza, sintiéndose tan enfurecida que se negó a mirarlo.

Odell observó la forma en que se apartó y se quedó momentáneamente desconcertado por el acto.

¿Cómo se atrevía esta mujer a faltarle al respeto de esta manera?

Le gritó de inmediato al guardaespaldas: “¡Llévenla a mi coche ahora mismo!”.

“¡Enseguida, señor!”.

Varios minutos después, Sylvia fue empujada por la salida trasera de la propiedad y arrojada a la parte trasera de su coche. Para su asombro, levantó la vista y vio a Tara sentada allí tranquilamente.

Tara preguntó a Odell, quién entró en el coche: “Odell, ¿por qué la has atado?”.

Odell miró a Sylvia, cuyos movimientos estaban completamente restringidos, y respondió con naturalidad: “Es más fácil ocuparse de ella cuando volvamos”.

“¿Es una buena idea? Al fin y al cabo, es la madre de Liam”, dijo Tara en voz baja.

Odell parecía disgustado por la mera sugerencia de esto. “Liam no necesita una madre como ella”.

Tara parecía querer decir algo, pero pensó que era mejor no oponerse a Odell. Al final, respiró profundamente y se tragó las palabras, luego se volteó hacia Sylvia con una mirada de simpatía.

Sylvia contuvo una mueca y se burló: “Tara, si te compadeces tanto de mí, le pedirías a tu hombre que me dejara ir en lugar de expresar tu falsa simpatía”.

La expresión de Tara cambió. “Sylvia, Odell ya ha tomado una decisión, así que no diré más nada. Además, tú eres la que está equivocada. Si yo fuera tú, me disculparía en lugar de ser tan terca”.

Sylvia se rio. “Je…”.

La forma en que se rio ante ese comentario fue sarcasmo puro.

La fachada amable de Tara se fue desvaneciendo poco a poco mientras preguntaba con una sonrisa forzada: “Sylvia, ¿de qué te ríes?”.

“Me estoy riendo de ti”, afirmó Sylvia como si Odell no estuviera presente en el coche con ellas. “Has estado con Odell durante tantos años y fuiste su amante durante incluso mucho más tiempo que eso, ¿y aun así, no tienes la autoridad o las agallas para enfrentarte a él?”.

Mientras Tara se quedaba sin palabras, la irritación se hizo inmediatamente evidente en sus rasgos.

Sylvia continuó diciendo con un suspiro: “Qué pena. Me parece que él tampoco te quiere tanto”.

“Tú…”.

Tara estuvo a punto de perder los estribos con la malvada mujer. Respiró profundamente y se volteó hacia Odell con una mirada de agravio. “Odell…”.

Odell respiró hondo y le indicó al guardaespaldas que estaba fuera: “Consigue un pedazo de cinta adhesiva y sella su boca”.

El guardaespaldas hizo lo que le habían dicho.

Sólo había dado varios pasos cuando otro guardaespaldas salió de la casa a toda prisa.

"¡Amo Odell, malas noticias! ¡El joven amo acaba de desmayarse a causa de una fiebre severa!".

Una expresión de preocupación apareció en el rostro de Odell. Inmediatamente después, se desabrochó el cinturón de seguridad y salió corriendo del coche.

Sylvia también se incorporó. Sin embargo, no pudo liberarse de las cuerdas que la ataban.

Poco después de que Odell se fuera, Tara se volteó hacia ella con una mueca. “Sylvia, ¿no estás desesperada por ver a tu hijo?”.

Sylvia respondió con la mirada entrecerrada: “¿Por qué? ¿Vas a desatar estas cuerdas por mí?”.

“No puedo hacer tal cosa. Si lo hago, Odell se enfadará”. Tara se rio.

“Entonces, ¿por qué te has molestado en preguntarme?”, la reprendió Sylvia con severidad.

“En los pocos años que llevamos sin vernos, te has convertido en una mujer vulgar”, se burló Tara.

Sylvia: “En los pocos años que llevamos sin vernos, todavía no has dejado de ser una zorra”.

Tara tuvo que esforzarse por encontrar palabras durante varios dolorosos segundos antes de responder: “Sylvia, será mejor que no te adelantes. Todo lo que tengo que hacer es decir una palabra a Odell, y él hará que te abofetee sesenta veces de nuevo y te desterrará de la Ciudad de Westchester. No podrás volver nunca más”.

“Estoy segura de que has estado ocupada, susurrando en sus oídos y calumniándome. ¿Por qué no me ha desterrado todavía de la Ciudad de Westchester?”. Sylvia se burló: “Parece que no te quiere tanto”.

“¡Puta!”. Tara perdió la compostura. Levantó la mano hacia Sylvia y la arqueó para abofetearla.

Justo cuando su palma estaba a centímetros de golpear a Sylvia, sintió de repente que otra mano le agarraba el brazo con firmeza.

Era la mano de Sylvia la que, de alguna manera, se había liberado de las cuerdas.

Los ojos de Tara se abrieron de par en par, sorprendida. “¿Cómo has...?”.

¡Zas!

Sylvia abofeteó la cara de Tara con el revés de su mano.

Tara se quedó boquiabierta.

Sylvia sonrió con satisfacción. “Tara, considera esta bofetada como un interés de las sesenta bofetadas que me propinaste hace tres años. Te devolveré cada una de ellas en su momento. Solo tienes que esperar”.

En medio de la frase, Sylvia se liberó de las cuerdas, procedió a hacer nudos alrededor del cuello y las muñecas de Tara y la ató al coche.

Luego salió del coche y se marchó sin dudarlo.

Mientras tanto, Tara luchaba desesperadamente en el coche.

Cuanto más luchaba, más se ceñían las cuerdas a su cuerpo, hasta el punto de que le costaba respirar.

Se enfadó y, frustrada, gritó en voz alta: “¡Solo espera, zorra!”.
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