Tal parece que también Benedict va a encontrar otro amor y rehacer su vida.
—¿Quieres probar? —la pregunta tan repentina de Benedict hace sonrojar a Pamela imaginando que habla de sus atributos muy visibles ahora frente a ella. —¡Está loco! ¿Por quién me toma? —responde ella de inmediato bastante ofuscada—. Ni siquiera lo conozco. —No veo cuál es el problema, es solo un whisky —responde Benedict señalando la copa, pero a la vez sonriendo de una forma que perturba a Pamela—. ¿Qué pensaste?—Nada —responde ella al darse cuenta de que metió la pata. —Bien, ¿Te vas o no? —pregunta él mientras busca algo en sus cajones—. Es tarde y necesito dormir.—¿Entonces no te importa que vaya a esta hora de la noche, sola? —cuestiona ella como si eso fuera un problema para él.—No —Benedict responde mientras se coloca su bóxer. Pamela lo mira indignada—, pero si quieres quedarte yo puedo…—Bien —Lo interrumpe ella—. Me quedaré aquí mismo en el sofá, quieta, no voy a molestar para nada. Pamela se acomoda allí con toda la intención de quedarse ahí mismo a dormir. Benedict
Una gran humareda se cierne en el horizonte, oscureciendo el cielo y cubriendo de sombras la mansión Turnnie. Fue un ataque sorpresa, devastador, planearon llegar hasta aquí durante todos estos meses para que todo saliera perfecto. El caos reina mientras las llamas devoran la casa y los cultivos, y los gritos de los sirvientes llenan el aire. En el centro del caos, Benedict mira con rostro sereno la destrucción. Se supone que este día marcaría la justicia que había esperado durante tanto tiempo. El hermano de Adelaide, Calixto, y su padre Bahram Valencia, finalmente debían recibir el castigo que merecían por el ataque al clan Arrabal, que había cobrado la vida de muchas de personas, incluido la de su hermano Egil, también por todas las veces que idearon matarla a ella. Sin embargo, ambos están desaparecidos. —Lo siento, señor, pero no podemos hallarlos por ningún lugar —Informa uno de sus hombres—. Todo indica que no están en la mansión. —¿Buscaron dentro de los sótanos? Benedic
Pamela se encuentra atareada cocinando dentro de la precaria choza en la que vive con su tía desde que su madre murió hace 20 años.Desde que llegó ayer en la mañana, su tía no ha dejado de reclamarle y llamarla de todas las formas posibles por haber escapado esa noche en la que quiso venderla a ese hombre asqueroso por un poco de dinero. Por supuesto que ella ya está acostumbrada a sus malos tratos con tantos años viviendo con ella, pero lo que hizo esa noche, sobrepasó todos los límites y no piensa dejar que vuelva a ocurrir. Todavía lleva puesta la venda en su rodilla, y aunque el dolor ya es casi inexistente, teme que sus heridas se infecten. Mientras guisa la carne para el almuerzo, toma un vaso de vidrio y sirve un poco de agua, pero al darse la vuelta, una figura oscura y grande sentada en el único sillón de la pequeña salita, la sobresalta, haciendo que el vaso caiga de entre sus manos al suelo. —Hola, pequeña —La voz ronca y firme de Benedict la estremece de pies a cabeza
—¿No es lo mismo que tú piensas hacer? ¿Acaso tú no vas a reclamar lo que compraste? —pregunta Pamela a Benedict en un tono amargo mientras se señala a sí misma. —Por supuesto que sí lo reclamaré —responde él, seco—. Con la diferencia que yo seré tu esposo, conmigo tendrás todo lo que nunca soñaste tener, no te tomaré a la fuerza, pero eso no garantiza que cuando tú misma decidas estar conmigo, no sea duro contigo, porque es así como me gusta follar. Serás la señora Arrabal, la madre de mis herederos, mi mujer. Un silencio abrumador los envuelve en ese momento. Pamela ni siquiera sabe qué responder a eso. Él le extiende su mano y Pamela tarda unos segundos en tomarla. Benedict la lleva a su regazo, así como cientos de veces tuvo a Adelaide. De cierto modo, Pamela le recuerda a ella, su inocencia, su espontaneidad, su sencillez. Benedict inhala el aroma de su pelo antes de dejar un beso nuevamente en su frente. Esto es algo que Pamela nunca antes ha vivido, ni siquiera sabe cómo re
En Roma, cinco años después…—¿Es en serio? —Adriano deja su copa de champaña a un lado y se acerca a Emma, quien está apoyada por el barandal de la terraza, pero mirándolo a él.—Por supuesto. Nunca estuve más segura de esto —responde ella con su habitual sonrisa que derrite de amor a Adriano. El hombre se acerca a ella y toma su rostro con ambas manos antes de dejar un beso suave en sus labios. Ha esperado por este día pacientemente por todos estos años. En muchas ocasiones quiso desistir, alejarse, intentar olvidarla, pero al darse cuenta de que no podía vivir sin ella, volvía a intentarlo una vez más. Hoy es el cumpleaños de Adriano y Emma organizó para él un almuerzo en un hotel muy renombrado de Roma, solo ellos dos, ya que Beatriz y Santos están de viaje en Marruecos, donde fueron a visitar a su madre y vuelven esta noche. En todos estos años, ellos compartieron momentos inolvidables juntos. Todos piensan que son pareja, pero la verdad es que no han podido dar ese paso hasta
Al salir del aeropuerto, Adriano lleva a todos a cenar a una pizzería, donde les comunica que él y Emma van a casarse mañana al medio día. Esa noche, todos se quedan despiertos hasta muy tarde programando lo que van a hacer. Bea se encarga de los postres y la comida, Emma contrata un servicio de planeador de bodas para que organice todo lo necesario, mientras ella escoge un vestido y la ropa para Eleonor y Gaspar. Santos hace las invitaciones a algunos de los socios y empresarios y llama al juez. Adriano organiza el viaje de luna de miel. Había querido ir hace mucho tiempo a Grecia y este es el momento ideal para hacerlo. Gracias al cielo consigue un hotel y un vuelo privado que los llevará hasta allí. El movimiento en la mansión Palumbo comienza desde la madrugada. Nadie está quieto y antes del mediodía, ya todo está listo. Adriano acomoda el boutonniere en la solapa de su saco frente al espejo. La sonrisa no se le ha borrado del rostro desde ayer. Siente que tanta felicidad no
—Amore mio —Emma llama la atención de Adriano, apenas se asoma por la puerta del baño mientras camina a paso lento hacia donde él se encuentra.—Per tutti gli angeli! —dice Adriano en un susurro mientras la detalla de pies a cabeza—. Emma, amore mio…—¿Te gusta? —pregunta ella avanzando con sus taconazos que retumban en toda la habitación, hasta quedarse a un paso de él. Adriano traga saliva un par de veces y ni aun así consigue desanudar su garganta. ¡Mierda! Él sabía que nada sería normal con ella en su luna de miel, pero esto supera ampliamente todas sus expectativas. Emma está tan bella que parece un ángel de seducción. De inmediato y sin ningún preámbulo, él cae de rodillas a sus pies, llevando sus manos a sus muslos y fijando su vista en la piel tersa y tan besable de esa parte de su cuerpo.—Estoy muy excitada, esposo mío —dice ella pasando sus dedos por el cabello de Adriano. Él cierra los ojos por un segundo y deja escapar un suspiro pesado—. ¿Qué harás al respecto?—Te dar
Emma mira con ojos de fuego a su esposo mientras él se esmera en salivar de manera correcta aquel objeto. Luego ella se coloca de espaldas a él, se agacha lo suficiente para ofrecerle una vista única, deliciosa y totalmente sexy de su trasero. La respiración de su esposo se triplica cuando su boca entra en contacto con su cuerpo. Vuelve a aspirar profundamente, sin el menor pudor, ese aroma tan característico de mujer que lo vuelve loco, luego sin más preámbulo y al borde del colapso toma por asalto su parte íntima. La lengua de Adriano está de fiesta esta noche. Recorre con afán cada pequeño espacio entre pliegues, saboreando, como si se tratase, de un néctar de los dioses. —Amor, así —gime desesperada, Emma—. Por favor, continúa. Adriano sigue con su labor, ahora con más ahínco, subiendo un poco más arriba y metiendo más presión en el lugar correcto para lubricar suficientemente ese orificio del cual se deleitará más tarde hasta cansarse. Dirige el tapón lentamente allí, donde