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Las copas chocaron esa noche. Habían tenido un largo y placentero paseo por toda la ciudad y Élise le había mostrado a Alexandre todos los puntos buenos que tenia esta; los lugares de shopping y recreativos, así como los mejores museos y, por supuesto, no podía faltar el paseo por la mejor parte de central park.

Élise se había sentido a gusto con él, y gracias a ello había podido olvidarse un rato de su parecido con su ex esposo. De todas maneras, ¿No tenían parentesco o sí? Sus apellidos eran ciertamente diferentes y los modos lo eran aún más, Alexandre Bertrand parecía ser todo un caballero. Los Edevane no eran ni los primero no los últimos albinos que existían sobre el planeta, eso era lógico.

—Parece muy pensativa señorita Bernadette, ¿Hay algo que la inquiete? — preguntó Alexandre al mirar la mirada ausente de la joven mujer, que parecía perdida entre pensamientos y recuerdos.

Élise salió de su estupor, estaba siendo grosera.

—No, no es nada, entonces, ¿Qué le ha parecido la ciudad? — preguntó a su vez Élise para evadir cualquier tema que le resultara incomodo.

Alexandre suponía que aquella mirada era para su medio hermano, seguramente ella aun lo amaba. apretando un poco los puños por debajo de la mesa, no comprendió porque razón era que eso le molestaba tanto, quizás, era el hecho de que sentía que nadie debería de amar a un maldito como lo era Armand.

Desviando su vista hacia afuera, miro por un momento a la ciudad desde lo alto de aquel edificio en el que se encontraban a punto de cenar. Un restaurante de lujo, por supuesto, el iba a impresionar a esa mujer a cualquier precio.

—La vista es maravillosa desde aquí, debo admitir que no esperaba que la ciudad fuera tan grande, por supuesto he venido en ocasiones anteriores, aunque nunca me había dado a la tarea de conocerla realmente, digamos que esta es mi primera vez realmente aquí — dijo Alexandre mintiendo, por supuesto que, si conocía bien New York, después de todo era un hombre de negocios.

Élise sonrió, aquello le parecía tierno.

—Usted parece ser un hombre muy serio, la ciudad suele ser ruidosa y un poco estrafalaria, pensé sinceramente que no le gustaría — dijo Élise como respuesta.

Alexandre sonrió y miro fijamente a la hermosa mujer frente a él.

—Digamos que me gustan las cosas prohibidas — respondió Alexandre sin dejar de mirarla, y aquello provoco un sonrojo en Élise.

 —Disculpen la demora, aquí tienen su orden —

Dijo el mesero quien servía los platos para ambos, ternera para Élise, y para Alexandre un gran filete mignon. Élise miro el plato de su acompañante, y entonces, sintió la necesidad de llorar, malos recuerdos llegaron a su mente, y tomando valor, intento disimular lo muy rota que se sentía por dentro en ese momento.

Alexandre no había pasado por alto aquello, y entonces, una leve duda surgió en su interior.

—Iré un momento al tocador, disculpe — dijo Élise disculpándose, necesitaba tomar un poco de aire antes de que sus recuerdos la enloquecieran. Sin embargo, no reparo en la mirada furiosa que la miraba atentamente al otro lado del fino restaurante y que se levantaba de su propia mesa para seguirla.

En el baño, Élise retocaba un poco su maquillaje, no podía mostrarse vulnerable, ese hombre no la conocía para nada y no volverían a verse después de esa cena, ella ya había cumplido con su trabajo y había recibido su paga por ello antes de entrar a cenar a ese carísimo lugar que tanto se parecía a los que Armand solía llevarla a cenar después de alguna golpiza.

Tomando aire, salió del baño para dirigirse a seguir atendiendo a su acompañante, cuando un fuerte tirón en su brazo la hizo sobresaltarse.

—Al fin te encuentro m*****a zorra, ¿Quién es ese bastardo con el que estas cenando? ¿Vas a revolcarte con él? —

Élise sintió como todo su cuerpo se paralizo. Reconoció esa voz, y reconocería esa voz en el último rincón del mundo y sin importad la cantidad de años que pasaran.

—Armand — dijo en un principio con un hilo de voz ante el terror que sintió en ese momento, era casi como sentir los golpes sobre ella nuevamente.

—Ni se te ocurra gritar, perra — Armand le ordenaba gruñendo para llevarla hasta un sitio alejado de las mesas, donde casi no había gente.

Élise comenzó a forcejear, no iba a permitirlo otra vez, no otra vez.

—¡Suéltame, suéltame! — comenzaba a gritar.

—¡Eres una m*****a perra! — Armand la había lanzado al suelo de un solo empujón. Estaba ebrio y es capaz de hacer cosas terribles, aquello era como una pesadilla.

—Armand, déjame ir. Ninguno de los dos quiere problemas — Élise intentaba razonar con él.

—¿Crees que te dejaré ir para que te revuelques con ese tipo? —se acercaba a ella cuando se estaba levantando. — Tú no puedes estar con nadie ¿Lo entiendes? Eres mía Élise — dijo tomándola con brusquedad del brazo haciéndole daño.

—Ya estamos casi divorciados. Tú estás con Jennifer, a punto de formar una familia y yo soy libre — respondió Élise mirándolo desafiante y haciéndole frente a quien fue su esposo…y su agresor, no sería una cobarde, él no iba a intimidarla.

Él no comprende. —¡Tú eres mía, solamente mía! ¡¿Por qué no lo entiendes?! — le gritaba Armand.

—Ya no y nunca más —contestaba ella mientras buscaba una salida con la mirada.

—Eso lo veremos — Armand amenazo levantando su puño.

Élise cerró los ojos y se tapo la cara para aminorar el efecto del golpe, estaba segura de que él iba a golpearla nuevamente, no obstante, el golpe nunca llegó. Abriendo los ojos para ver qué es lo que ha sucedido se sorprendió al ver que era lo que pasaba.

Armand estaba tirado en el suelo con el labio roto y mirando con odio verdaderamente atroz al que se ha transformado en mi salvador, el señor Bertrand.

—Es de salvajes golpear a una mujer — habló duramente Alexandre Bertrand.

—¡Yo hago con ella lo que me dé la gana! ¡No te metas, maldito bastardo! —masculla Armand lanzándose contra él.

Alexandre lo esquiva con facilidad y le da un golpe que lo manda directo al piso.

—Déjala en paz —le ordeno de forma muy fría.

—Ella es mía, ¿Quién demonios te crees que eres para meterte con mi propiedad? —contesto Armand, levantándose de nuevo.

Élise, asustada, no había notado la mirada en que ambos se dirigían, ni el como era que Armand estaba llamando a Alexandre. Los medios hermanos se miraron con verdadero odio, el que Armand estuviera justamente allí le resultaba algo verdaderamente inesperado a Alexandre, pero más aun inédito le resultaba que su cobarde medio hermano estuviese a punto de golpear a una mujer.

—¡Armand, ya basta! No soy tuya ni de nadie, ¡vete! — intervino Élise molesta y sintiéndose valiente al estar en compañía de Alexandre.

—Ya la oíste, lárgate, sucio cobarde — dijo Alexandre.

Armand escupió un poco de sangre y se limpió con la manga de la camisa. —¿Con que ahora te revuelcas con este, perra? —se ríe y mira a Alexandre. — Dime, bastardo, ¿Sigue siendo tan mala en la cama? — dijo con odio mirando a quien jamás llamaría su hermano.

—¡Cállate, Armand! —chilló roja y molesta Élise.

—Si no te vas, te romperé todos los dientes — advierte Alexandre.

—Es de esperarse que una ramera buena para nada como tú se consiguiera un perro guardián, aunque ¿Quién diría que sería justamente el bastardo Bertrand? — habla mordazmente y se encamina hasta la fiesta, arreglándose la corbata. — Me voy cariño, no te olvides de mí, nos veremos muy pronto, se que lo sabes, y más ahora que se en dónde estás — dijo mirando con desprecio a su medio hermano.

Élise se tapo el rostro con ambas manos y sintiéndose avergonzada, salió del fino restaurante en donde el escándalo había capturado la atención de los comensales que comenzaban a susurrar a sus espaldas. Aquello era malo, Armand ya sabia en donde estaba, debía de irse rápido de allí. Fuera del restaurante, Élise se intentaba cubrir los brazos con sus manos, había anochecido ya y comenzaba a sentirse algo de frio que alcanzaba a calentarse con aquel sencillo vestido que llevaba puesto.

—Vámonos, ¿Te parece bien si como última petición me acompañas a un buen bar? Olvidemos lo que acaba de pasar, prometo no preguntarte por ello — dijo Alexandre poniendo su fino saco sobre los hombros descubiertos de Élise, y ella, sintió que al menos por esa noche, estaría a salvo.

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