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Capitulo 2 "El pasado de la dama"

Miré al techo del hospital, sintiéndome como un pequeño bote en medio de una tormenta, naufragando hacia su centro. Apreté los dientes para soportar el dolor que me recorría el cuerpo. Mientras mi conciencia fluctuaba, los recuerdos de hace ocho años inundaron mi mente, tan vívidos como si hubieran ocurrido ayer.  Fluctuaba entre el presente y el pasado, arrastrándome…

Tenía casi diecisiete cuando vi a Eva rodeada de delincuentes. Sin pensarlo, corrí a protegerla. Aunque temblaba de miedo al sentir el cañón frío en mi frente, me mantuve firme frente a ella. Mi único pensamiento era proteger a mi prima, a quien todos adoraban. 

Pero Eva... Eva me empujó hacia los criminales. "¡Llévensela a ella! ¡Es más joven y podrán obtener un mejor precio!", gritó. No podía creer lo que oía. Mi bondadosa y perfecta prima, me estaba sacrificando para salvarse. En ese momento, sentí que algo dentro de mí se rompía irremediablemente.

 

Me empujaron contra la pared, desgarrando mi uniforme. Pensé que todo estaba perdido hasta que Oliver apareció. Mi corazón dio un vuelco al verlo. Quería correr hacia él, buscar consuelo en sus brazos. Pero Eva fue más rápida. Se desarregló el vestido y fingió protegerme. "Oliver, no culpes a Daphne. Es joven, frágil. Yo puedo soportar esto mejor", mintió descaradamente. 

Sentí como si el tiempo se hubiera congelado. Nunca olvidaré la mirada de decepción en los ojos de Oliver. Me sentí sucia, avergonzada, incapaz de defenderme. ¿Cómo podía explicar la verdad cuando todo parecía estar en mi contra?

Segundos después, todo se había tornado en disparos y gritos. Oliver, intentando protegernos a ambas, recibió un disparo en el brazo. No podía soportar verlo sangrar. Todos lo llamaban el "hombre perfecto", pero yo sabía la verdad: él trabajaba más duro y se esforzaba más que cualquiera. Lo había amado en secreto durante años y notaba sus avances, cómo crecía con cada paso que se obligaba a dar.

Eva, en su cobardía, se aferró a Oliver, limitando sus movimientos. Cuando recibió otro disparo en el pecho, algo dentro de mí se quebró por completo.

"¡Si quieren tocarlo, tendrán que pasar sobre mi cadáver!", grité, poniéndome frente a Oliver.

Eva aprovechó la oportunidad para huir, abandonándonos a nuestra suerte. Mi único pensamiento era proteger a Oliver. El chico que brillaba, quien era mi sol.

Sin pensarlo dos veces, me lancé sobre Oliver cuando vi al criminal balancear su navaja. El corte que recibí en la cabeza fue brutal; sentí el sabor metálico de la sangre en mi boca. Pero no aflojé mi agarre.

"¡Nadie puede lastimar a mi Oliver! Nadie...", grité, quebrándome. Dolía... Dolía tanto...

Con manos temblorosas, logré activar la sirena de policía que tenía grabada en mi teléfono. Los delincuentes, asustados, huyeron. Fue entonces cuando perdí el conocimiento.

Cuando volví a abrir los ojos, lo primero que supe fue que Oliver necesitaba una transfusión de sangre urgente. Su tipo de sangre, RH O negativo, era escaso. Entre gemidos, a duras penas logré mantenerme lúcida. Me arrodillé ante el médico, suplicando que me permitiera ser la donante. El tiempo apremiaba y el doctor tenía en claro que era la mejor alternativa.

El médico me explicó los riesgos. Había perdido mucha sangre y mis heridas recién suturadas aún estaban frescas. Pero no tuve que pensarlo ni un segundo. Extendí mi brazo sin vacilar. El doctor sacudió la cabeza, impotente, mientras conectaba la aguja.

Me esforcé por mantenerme consciente durante todo el proceso. El médico me advirtió que detendría la transfusión si me desmayaba, pero no podía permitirme fallar. Oliver estaba a escasos metros de mí, luchando por su vida. Cada gota de mi sangre era preciosa para él.

Mientras sentía cómo la vida se drenaba de mi cuerpo, le supliqué al doctor que mantuviera mi donación en secreto. Él no estaba de acuerdo, pero mi insistencia desesperada finalmente lo convenció.

Después de 72 horas de observación, nos dieron el alta. El color había vuelto al rostro de Oliver, y yo me sentía débil pero aliviada de que estuviera a salvo.

Al regresar a casa, el ambiente era insoportablemente tenso. Todos habían creído la versión de Eva: que ella me había llamado pidiendo ayuda, que yo había acudido valientemente, pero que en un momento de pánico la había empujado hacia los criminales. Según ella, lo había soportado todo para proteger a su "pequeña prima".

Nadie creyó mi verdad. Ni siquiera intentaron escucharme. "Es comprensible", decían con falsa comprensión. "Eras joven, es normal querer escapar ante el peligro." Decían que no me culpaban, pero sus acciones decían lo contrario. Mis padres se distanciaron, mis amigos me evitaban, y Oliver... Oliver comenzó a tratarme con una frialdad que me helaba el alma.

La dulce, perfecta y bondadosa Eva. ¿Quién aceptaría mi versión frente a la suya? Comprendí la abismal distancia que había entre nosotras y quién ocupaba realmente un lugar importante en el corazón de las personas que yo amaba. ¿Su amor hacia mí todo este tiempo se había tratado de una mera ilusión?

Una semana después, Oliver regresó. Había intentado encontrar a los culpables o pruebas, pero todo había sido destruido. Al verlo, mi corazón saltó de alegría. Planeé cada palabra que le diría, pero la espera fue en vano.

Oliver, al salir del despacho, fue directamente a Eva para proponerle matrimonio. Ella, entre lágrimas, aceptó emocionada.

Esa noche, lloré hasta quedarme sin lágrimas, escondida en mi habitación. El dolor era insoportable, pero no tenía a nadie a quien recurrir.

Pronto, toda Barcelona solo hablaba de la pareja dorada: Oliver y Eva. Me sumergí en mis estudios, trabajando incansablemente. Pensé que si me volvía inteligente y refinada, incluso mejor que Eva, tal vez... tal vez Oliver me vería de verdad. Tal vez encontrarían las pruebas y todos descubrirían la verdad. Pero estaba equivocada. La pesadilla estaba lejos de terminar.

Pero incluso en medio de mi desesperación, una parte de mí sigue aferrándose a la esperanza de que algún día, de alguna manera, Oliver verá la verdad. Y otra parte, la que más me duele admitir, se conforma con el hecho de que él sea feliz. Si Eva era su felicidad, una parte retorcida de mí deseaba que lo fueran.

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