Capitulo 1 "El pasado de la dama"

No sé cuánto tiempo pasó hasta que Oliver terminó conmigo. Solo sé que dormí hasta el mediodía del día siguiente y, al despertar, cada movimiento era una agonía, como si me hubiera atropellado un camión. El dolor físico casi me hacía olvidar el emocional. Casi.

Mi teléfono vibraba insistentemente. Varias llamadas perdidas del hospital. M****a, la cita para más exámenes. Como si necesitara más confirmación de que mi vida se estaba desmoronando. Después de asearme rápidamente, ignorando las marcas en mi cuerpo, me obligué a conducir hasta el Hospital General de Barcelona. Mis piernas temblaban tanto que apenas podía pisar el acelerador.

En mi prisa, choqué accidentalmente con una mujer en el pasillo. Nuestros papeles se mezclaron en el suelo. Me disculpé profusamente mientras la ayudaba a levantarse, sintiendo una punzada de envidia por su vida aparentemente normal. Ella simplemente recogió sus documentos y se fue sin decir palabra. 

Mientras recogía mis propios papeles, escuché una voz que no había oído en tres años. "¿Daphne?" Era mi padre. Mi corazón dio un vuelco.

Me giré, incrédula, las lágrimas ya corriendo por mis mejillas. Allí estaban, mis padres, a quienes no había visto desde mi boda con Oliver. Una parte de mí quería correr hacia ellos, abrazarlos, suplicarles que me perdonaran. La otra parte sabía que nunca sucedería.

"Papá, mamá, ¿qué hacen aquí...?"

Antes de que pudiera terminar, mi madre se abalanzó sobre mí y me arrebató los papeles de las manos. Sus ojos se abrieron de par en par al leer "cinco semanas de embarazo". Lo siguiente que sentí fue el ardor de su bofetada en mi mejilla. El golpe me hizo tambalear, pero el dolor emocional era mucho peor.

"Mamá, ¿qué haces?" pregunté, aturdida.

"¡Eres una desvergonzada! ¿Cómo pude dar a luz una hija biológica como tú?" gritó. Sus palabras me atravesaron como cuchillos. "¡Oliver es tu amigo de la infancia! ¡El prometido de tu prima! ¡Prácticamente crecieron como hermanos! ¿Cómo pudiste...? ¿Cómo pueden tener una bebé así? Ustedes…"

En su rabia, mi madre intentó golpearme de nuevo. Vi la columna de mármol detrás de nosotros. Si esquivaba el golpe, ella podría hacerse daño. No tuve dudas, lo recibí. El impacto fue brutal. Sentí como si mis órganos internos se hubieran desplazado. Un sabor metálico llenó mi boca. 

Mientras caía al suelo, vi nuevamente los papeles esparcidos. No eran míos. Eran de la mujer que había chocado antes, ella estaba embarazada. Una risa amarga burbujeo en mi garganta. Qué ironía. Todo este drama por un error. Pero, ¿acaso importaba? Para ellos, yo siempre sería el error. 

Vi a mi padre ayudar a mi madre a levantarse, ella también cayó al suelo pero parece estar bien. Se alejaron sin siquiera mirarme. Su propia hija, tirada en el suelo, sangrando, y ni siquiera una mirada de preocupación. Su rechazo dolía más que cualquier golpe físico. 

Desperté en una cama del hospital, desorientada. Un médico se acercó, preguntándome si había informado a mi familia sobre mi enfermedad. El pánico me invadió. ¿Mi familia? ¿Los mismos que acababan de abandonarme en el suelo del hospital? 

"Mi estado de ánimo es vital para la recuperación ¿No?," dije, desesperada por evitar más humillación. "Yo no quiero que nadie me mire con lástima. Si mantenemos esto en secreto, será mejor para mi recuperación, si me siento a gusto ¿verdad?"

"Señora Blackwood, tiene Demencia temprana debido a su condición de cuerpos de Lewy," dijo el médico con gravedad. "Es una enfermedad progresiva y compleja. Necesitará cuidados especializados y el apoyo de su familia."

Mordí mi labio hasta sentir el sabor metálico de la sangre. Mi familia no me cuidaría. Solo acelerarían mi enfermedad. La idea de depender de ellos, de Oliver, me aterrorizaba más que la enfermedad misma.

"Doctor, por favor," supliqué, mi voz quebrándose. "Puedo hacerlo sola. Lidiaré con las alucinaciones, con los temblores, con todo. Yo... no estoy lista para perder mi mente, no permitiré que ocurra. Se lo ruego."

Sabía que era una ilusión esperar el amor de Oliver, especialmente ahora. Pero la idea de que me viera así, débil, enferma... No podía soportarlo.

"Señorita, dada la naturaleza de la DCL, necesitará supervisión constante. Es la política del hospital," insistió el médico.

Supervisión constante. Dependencia total. El fin de cualquier dignidad que me quedara. Cerré los ojos, tratando de contener las lágrimas. ¿Por qué había llegado a esto? 

"¡Pero no tengo familia!" grité, mis puños apretados, mis uñas clavándose en mis palmas. El dolor físico era casi un alivio.

El doctor finalmente asintió con resignación. Nuevamente patética, incapaz de inspirar nada más que lástima. 

"Deberá firmar unos papeles y grabar un consentimiento verbal asumiendo los riesgos de continuar el tratamiento sola, y que es usted quien se niega a comunicar su estado de salud a su familia".

"Yo lo haré". Acepté de inmediato, aferrándome a este último vestigio de control sobre mi vida.

"Iré a preparar los papeles y debo notificarle al director del hospital su decisión". Cuando el doctor abandonó la sala, el silencio se volvió insoportable.

Me levanté, incapaz de soportar el silencio sofocante de la habitación. Encendí la televisión solo para escuchar el anuncio de que mis padres me repudiaban públicamente, que jamás volviera a estar asociada a la familia Evans. En resumen, era un monstruo que no debiera haber pertenecido a su familia.

El control remoto se deslizó de mis manos. Las lágrimas ardientes corrían por mi rostro, quemando mi piel y también mi alma. Una cruel y lenta ironía.

Reí amargamente, mirando la luz cegadora sobre mi cabeza. El peso de mi diagnóstico, la traición de mi familia, todo era abrumador. Nadie cree en mí.

En mi desesperación saque mi móvil, busqué instintivamente a Oliver, como lo hacía de niña. "Oliver... papá... mamá ya no me quieren," sollocé patéticamente, odiándome por mi debilidad pero incapaz de detenerme.

Su respuesta fue fría y brutal, "Te lo mereces", y terminó la llamada. Su indiferencia me atravesó como un cuchillo helado.

"Todo fue un malentendido," intenté explicar, pero él no escuchaba. Nadie lo hacía. Estaba gritando en un cuarto vacío.

Lo que siguió es mi tormento. Sus palabras finales antes de caminar al altar resonaron en mi mente: "Daphne, ¿por qué vives cuando Eva murió? Quiero que expíes tus pecados con tu vida, por eso me caso contigo. Me aseguraré que el resto de tu vida sea peor que el infierno."

Cerré los ojos, deseando desaparecer. ¿Era este mi castigo por amar? ¿Por existir? La progresión de la DCL casi parecía un escape misericordioso de este infierno que llamaba vida. Al menos, con el tiempo, podría olvidar todo este dolor.

Pero incluso ese consuelo era amargo. Olvidar significaría perderme a mí misma, perder los pocos momentos felices que alguna vez tuve. ¿Qué quedaría de mí entonces? Una cáscara vacía, sin recuerdos, sin identidad.

Y aun así, una parte retorcida de mí lo anhelaba. Porque cualquier cosa, incluso el olvido total, parecía mejor que esto.

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