La brisa nocturna agitaba suavemente las hojas, llenando el aire con un susurro tranquilo.Detrás de la majestuosa mansión de los Jiménez, un automóvil negro permanecía estacionado en la penumbra.Dentro del coche, tres figuras ocupaban sus asientos: el conductor en el frente, mientras Isabella y un hombre corpulento se encontraban en la parte trasera.—¿Dónde está? —preguntó el hombre, mirando con impaciencia a Isabella.Justo entonces, Viviana apareció y abrió la puerta del copiloto. Al entrar, lanzó una mirada fría hacia los pasajeros de atrás, deteniéndose un instante en el hombre antes de hablar:—Ya llevé a Celeste al jardín. Ahora todo depende de ustedes.En el jardín, bajo la sombra de los árboles, la delicada figura de Celeste parecía sacada de un sueño, casi irreal, iluminada por la suave luz de la luna.Isabella señaló con un destello de odio en sus ojos:—Esa es Celeste, ¿la ves?El hombre, de constitución robusta y algo torpe, tenía una expresión vacía, casi infantil.Sin
Gabriel permanecía en silencio. Celeste miró a su alrededor, preocupada, y decidió levantarse.—Vamos, te acompaño a buscar a tus papás —dijo, recordando que Gabriel siempre necesitaba alguien que lo cuidara debido a sus problemas mentales.—Celeste, hace mucho que no te veía. ¿Estás bien? —dijo Gabriel, sonriendo torpemente. Su voz y tono eran claramente diferentes a los de una persona normal.Celeste le devolvió la sonrisa.—Estoy bien, ¿y tú?Sus palabras fueron suaves y su rostro irradiaba calidez. Sus ojos, grandes y llenos de luz, parecían brillar bajo la tenue iluminación del jardín. El viento de la noche ondeaba la falda de su elegante vestido blanco, dándole una apariencia casi etérea, como una diosa bajo la luz de la luna.Gabriel la miraba, su corazón latiendo con fuerza. Con manos temblorosas, sacó del bolsillo un pequeño y colorido estuche y se lo tendió.—¿Es para mí? —preguntó Celeste, sorprendida.—Sí —respondió Gabriel, asintiendo con entusiasmo.—Gracias —dijo Celeste
En medio del caos, Gabriel y Andrés luchaban como dos bestias.Aunque Andrés tenía entrenamiento profesional, Gabriel, en su estado descontrolado, era una fuerza bruta, casi imparable. La tierra salpicaba y las ramas se rompían mientras los golpes resonaban con fuerza en el aire.A lo lejos, en el auto negro estacionado en las sombras, Isabella y Viviana observaban con sorpresa la escena que se desarrollaba en el jardín.—¡¿Por qué no me dijiste que Lorenzo también estaba aquí?! —la voz de Isabella estaba cargada de frustración. Su rostro reflejaba una mezcla de rabia y sorpresa.Viviana tampoco esperaba que las cosas salieran tan mal.—¡No invitó a Lorenzo! ¡No sé cómo ni cuándo llegó! —respondió, visiblemente nerviosa.—¡Con Lorenzo aquí, esa maldita perra se salvó de nuevo! —Isabella murmuró entre dientes, claramente furiosa.…En el jardín, Lorenzo levantó a Celeste en brazos y la colocó suavemente sobre la mesa de piedra. Su rostro estaba pálido y asustado. Lorenzo, tratando de oc
Lorenzo no mencionó el intento de agresión contra Celeste, protegiendo así su reputación.Pero todos los presentes, siendo personas astutas, notaron el detalle. Celeste llevaba puesto un saco que claramente no le pertenecía. El color del saco coincidía exactamente con el de los pantalones de Lorenzo.¡Esa prenda era de él!El murmullo entre los invitados no se hizo esperar. Todos sabían que Celeste era la supuesta novia de Samuel Vargas. Pero ahora, con esta escena, quedaba claro que había algo más entre ella y Lorenzo.La mente de los presentes comenzó a sacar conclusiones.Si Celeste tenía una relación tan cercana con los dos hermanos Vargas, eso significaba que la familia Jiménez podía ascender rápidamente en el mundo empresarial.Los empresarios, calculadores como siempre, comenzaron a pensar en cómo estrechar lazos con los Jiménez.Mientras tanto, los padres de Gabriel palidecieron. No podían creer que su hijo hubiera provocado a Lorenzo Vargas, uno de los hombres más poderosos. L
Todo por esa simple frase, «te extraño», él había decidido venir.Celeste, un poco aturdida, lo miró fijamente. El alcohol que había consumido comenzaba a hacerle efecto y su cabeza se sentía ligeramente mareada.Sin pensarlo demasiado, rodeó con sus brazos el cuello de Lorenzo y apoyó su cabeza en su hombro.El aroma masculino, cálido y familiar de Lorenzo la envolvió, haciéndola sentir segura.—¿Bebiste mucho? —preguntó Lorenzo al percibir el ligero olor a alcohol en su respiración.—Me siento mareada —se quejó Celeste, con un tono suave—. ¿Por qué decidiste quedarte?Sabía que a Lorenzo no le gustaba la familia Jiménez y pensaba que se iría sin más.Su voz, tierna y apacible, sonaba casi como un mimo.Lorenzo entrecerró los ojos, mientras sus largos dedos comenzaban a masajear con paciencia las sienes de Celeste. No respondió directamente a su pregunta.—¿Conoces a ese tipo? —preguntó, refiriéndose a Gabriel.A Lorenzo no le había importado dejarlo ir sólo porque Celeste lo había pe
—Está bien —murmuró Celeste entre sueños.Lorenzo no dijo nada más. Simplemente la levantó en brazos con facilidad y salió de la habitación.A causa de la llegada de Lorenzo, los invitados de la velada se habían quedado esperando en el salón principal, con la esperanza de verlo nuevamente y aprovechar para acercarse a él. Todos estaban ansiosos por tener un momento para entablar una conversación.En ese momento, las miradas se dirigieron hacia la escalera.Ahí estaba Lorenzo, descendiendo con paso firme, vestido con una impecable camisa blanca y pantalones negros. En sus brazos llevaba a Celeste, quien parecía dormida, con la frente apoyada sobre su hombro. Ella estaba cubierta por la chaqueta de él, lo que ocultaba parcialmente su rostro. Su elegante vestido de alta costura caía con suavidad, y sus piernas delgadas y pálidas se asomaban bajo el dobladillo. Los tacones dorados brillaban bajo las luces del salón.A medida que Lorenzo avanzaba, la imagen que formaban él y Celeste —su por
Esas palabras fueron tan tajantes que dejaron a Manuel incómodo, pero sabía que con Lorenzo no había espacio para discusiones.—Claro, claro, Señor Vargas. Todo ha sido gracias a Celeste. Nosotros solo hemos tenido la suerte de estar bajo su protección —dijo Manuel, riendo nerviosamente.Viviana sintió un escalofrío recorrerle la espalda bajo la intensidad de su mirada, pero intentó mantener la compostura.—Cuñado, todos queremos lo mejor para ustedes. Yo solo deseo que tú y mi hermana sigan bien juntos. Estoy segura de que serán muy felices.—¿De verdad lo deseas? —la voz de Lorenzo era tan fría como un cuchillo afilado.Viviana se quedó momentáneamente atónita, pero rápidamente reaccionó:—¡Claro que sí! ¿Por qué lo preguntas?Los ojos de Lorenzo parecían atravesarla cuando dijo, con un tono más oscuro:—¿Por qué estaba Gabriel en el jardín?Viviana se congeló por un instante, el miedo cruzó por su mente. ¿Acaso Lorenzo ya había descubierto algo?No, pensó. Si lo hubiera descubierto,
Aun así, él no tenía pruebas concluyentes.Lorenzo, con sus oscuros ojos llenos de frialdad, la miró con desprecio:—Si Celeste vuelve a estar en peligro y estás cerca, no dudaré en hacerte pagar. Y te aseguro que nunca encontrarás el corazón que necesitas para ese trasplante.Con esas palabras, dio media vuelta y subió al auto sin darle más importancia.Andrés cerró la puerta tras él, y en pocos segundos, el vehículo arrancó y desapareció de la vista.Viviana se quedó allí, mordiéndose los labios, con sus ojos llenos de rabia y envidia, observando cómo el coche se alejaba.Lo que había sido una jugada perfectamente planeada se había desmoronado una vez más. ¡Y Celeste, de alguna manera, había vuelto a salir ilesa!—¿Gabriel realmente no tiene nada que ver contigo? —preguntó Manuel, con una voz fría e inquisitiva.Viviana parpadeó, conteniendo su frustración, y respondió con un tono de falsa inocencia:—Papá, ¿también dudas de mí?—Solo me parece muy extraño que Gabriel haya aparecido