GIANNA Hoy era el día más feliz de mi vida. La gente siempre dice que el día más feliz de tu vida es cuando nace tu hijo, y sí, recordaba ese momento con cariño, pero hoy, ahora, aquí, no podía evitar pensar que tenía todo lo que siempre quise. Un esposo que me amaba y al que amaba muchísimo; un hijo que era el centro de nuestro mundo, a mi abuela, amigos y familia nuevos, paz y reconciliación… la calma que siempre quise luego de una terrible tormenta que se extendió por mucho tiempo. Abigail y Gianna siempre fueron una sola persona, por eso era quien era yo ahora y lo amaba. En estos dieciocho meses pasaron tantas cosas, tantos problemas que se fueron solucionando, tantos escándalos que llegaron a buen puerto, solo al lugar al que debían ir, e incluso conversaciones, sinceridades como nunca antes existieron. Por eso ahora era capaz de sonreírle a Melania Kuir, porque no la odiaba, porque, a pesar de que su egoísmo inició un camino tortuoso para mí, ella no era una mujer tan irrefl
CAMERON AÑOS ATRÁS La realidad era que los privilegios existían si tus convicciones mentales y emocionales cuajaban con esas condiciones de vida que se llamaban así. Si no era de esa forma, no eras muy diferente de los demás que se llamaban «menos privilegiados», aunque sí debías soportar ser criticado por eso. ¿Cuándo quise convertirme en Rey? Nunca en realidad, pero quizás el cansancio me venció y terminé aceptando que no tenía escapatoria. ¿O sí? Una mente de quince o dieciséis años no debería ser capaz de sopesar sus opciones a tal grado; sin embargo, no me quedaba de otra. En pleno corazón de la ciudad del amor, mientras se escuchaba de fondo una ruidosa música que no me gustaba demasiado, veía bailar a mi madre con el nuevo «hombre de su vida» como lo había llamado una de sus damas de honor. Me sentiría extraño si aquel tipo no fuese un conocido, si no hubiera sido el mejor amigo de mi padre, creo que solo por eso lo soportaba. Quizás no era tan unido a mi madre como para p
CAMERONRecuerdo que en mi infancia y adolescencia solía preguntarme mucho por qué siempre me pasaban cosas malas, por qué nadie parecía quererme, o por qué mi propia familia me despreciaba. Siendo sincero, viendo esa vida con cabeza fría, era un milagro que ahora estuviera aquí, que escuchara la risa de mi hijo y viera un nuevo futuro en mi camino.Pero sabía que no podía huir del pasado, y no era el único.Esa mañana, luego de largos días en los pasados meses, me levanté con un objetivo en mente.—¿Ya vas a salir? —murmuró Gia, recostada en la cama a mi lado.—Iré a despertar al camaroncito y a prepararnos para salir.—Uuuuhg, no me quiero mover —musitó ella y se acomodó en posición fetal.—Quédate acostada, hoy es sábado. Pero para la próxima ten más cuidado con lo que comes. Estás muy golosa.La rubia soltó la risa y resopló.—¿A Su Majestad no le gusto gordita?—Me encantas como sea que te veas, amor, pero te advertí anoche que no comieras tanto y no me hiciste caso.—Sí, sí… ya
GIANNASer madre no era sencillo, no era para nada como salía en las re.des sociales. El camaroncito era un ni.ño inquieto que exigía atención las veinticuatro horas del día; sin embargo, era un chiquillo afortunado con un par de padres que lo amaban con locura.Para ser franca, estaba muy sorprendida con Vik. Creí que él cuidaría de Cameron, que le daría todo su amor, pero lo hacía de una mejor forma de lo que yo esperaba. Y gracias al cielo existía el extractor de le.che materna, porque yo dormía casi toda la noche mientras él, con insomnio, decía que era preferible hacer algo bueno en medio de eso, cuidar al nene, en tanto yo descansaba. Me preocupaba que no durmiera, pero también apoyaba bastante.Hace unos días salimos de Hiraeth con destino a Estados Unidos como parte de un viaje oficial de Estado para participar, Vik, en una cumbre internacional. No se suponía que Cameron fuese con nosotros, pero era un bebé demasiado pequeño para estar lejos de mí por tanto tiempo, y teníamos
THOMAS¿Cómo mantienes la línea entre el trabajo y la vida privada?Constantemente me hacía esta pregunta desde hacía un tiempo, cuando mis sentimientos pasaron de ser los de un simple escolta a un chico que se preocupa por otro. No tenía claro si esto era bueno o malo, y jamás fui penalizado por ello, pero me inquietaba que la persona de la que yo cuidaba pareciese hundirse cada vez más y más en una espiral de desesperación.Lo recordaba con claridad. Unos meses atrás, el señor recibió una llamada desde casa que anunciaba que su mejor amigo, y la pareja de este, se fueron de improviso del Palacio en medio de su viaje de vacaciones mientras él atendía un compromiso relámpago por fuera.Por eso estábamos aquí, escapando de nuevo del protocolo formal, para ver qué había pasado. No me daba muy buena espina, pero las órdenes de Su Majestad eran absolutas y, tras lo sucedido a la señorita Miller dos años atrás, todos nos esforzábamos porque estuviera lo más cómodo posible.Se escuchó el to
CAMERONTenía una concepción de mi propia vida y de la realidad bastante diferente a lo que muchos esperarían de mí. Si la Reina Victoria estuviera viva, probablemente me habría condenado al paredón hace mucho. Yo no poseía la tradición en mis venas como mis familiares lejanos, los Windsor, ni las ansias de hacer todo bien como mis otros parientes, los Bernadotte.Solo era un chico que creaba su propia concepción de la realeza, una no tan ruda y cruda como todas las demás, una más realista, porque así había crecido, enfrentando una y otra vez la realidad y, para ser sincero, entre el país y mi familia, elegiría diez millones de veces a mi familia. Solo por eso era un mal Rey, pero el único al que podían darle el trabajo.El resto de mi familia estaba hecha pedacitos: el tío Jacob muer.to, mis otras tías alejadas, porque no es como que desarrollaron buenos sentimientos por mí de la noche a la mañana, aunque sí existía cierto acercamiento, no lo negaré; los hijos de Jacob y su esposa se
DONOVAN¿Quién se cree que es?Recuerdo haberme hecho esa pregunta muchas veces en el pasado, y es que a veces nos hacemos suposiciones equivocadas de las personas, y nos alejamos sin darles la oportunidad de darse a conocer.Bueno, no es como que él quisiera que nadie lo conociera, pero se entiende.Para empezar, quizás debería presentarme. Soy Donovan Ford, y cuando todo este pequeño desastre comenzó tenía… ¿diecinueve años? Maldición… yo sí que era un idiota.Por aquel entonces acababa de terminar la escuela técnica de oficiales y, aunque sabía bien qué quería hacer con mi vida, me vi obligado a postergar mis planes por más o menos un año, pues mi madre enfermó y, al ser el hijo menor y estar más «desocupado», pensé que lo mejor sería cuidar de ella.—¿Estás seguro que quieres ir ahí, Dony? Sé que tienes excelentes calificaciones y todo, ¿pero no es un poco peligroso estar tan cerca de Su Majestad? —preguntó mi madre un día, al verme sostener mi carta de aceptación en la Guardia Re
DONOVANDespués de eso, contrario a mis deseos, una pared se construyó entre Thomas y yo, y no tenía ni idea de cómo derribarla.Es que él era tan serio, tan correcto, tan regañón. ¡Vamos! Entendía que estábamos trabajando, ¿pero acaso no podía reírse ni un poquito?Antes de darme cuenta, la Reina decidió que su hijo debía salir a explorar el mundo, y lo envió a estudiar a diferentes lugares, siendo Estados Unidos el primer destino. Tom y yo fuimos asignados como parte de la escolta que solía acompañarlo a la escuela y, quizás porque estábamos lejos de casa, el castaño se volvió más severo.—Tienes que dejar de distraerte, Donovan. No puedes perder al señor de vista ni un solo segundo. Nunca se sabe qué podría pasar.Aquel regaño me supo crudo, en especial porque habíamos tenido un día largo persiguiendo a Su Majestad, quien decidió que era buena idea dar vueltas por ahí de camino al departamento en el que se alojaba, y los dos estábamos bastante cansados.—No me distraigo. Cálmate, ¿