Renata sintió que la sangre se le helaba al escuchar esa palabra: “mamá”. La ira comenzó a arder en su pecho mientras miraba cómo Beatrice le sonreía con dulzura exagerada.—Claro, cariño. Ve con tu hermana, pero no se ensucien, ¿de acuerdo?Dante soltó su mano y corrió con Chiara hacia los juegos, riendo. Renata apenas podía contenerse. Sentía que su rabia la consumía, y sin pensar, clavó la mirada en Ángelo con un odio tan intenso que él pareció notarlo, pues su ceño se frunció.“¿Cómo pudiste permitir esto?” gritó en su mente. “Ese es mi hijo, y ella no tiene ningún derecho a llamarse su madre”.Antes de que pudiera hacer algo impulsivo, Doménico apareció junto a ella. Había presenciado toda la escena desde una distancia prudente y conocía la lucha interna que ella estaba librando.—Renata… tranquila —susurró, poniéndose a su lado.Renata, dominada por una mezcla de celos, rabia y una necesidad de reafirmarse, tomó su mano y dio un paso adelante.—Permítanme presentarles a alguien
Un torrente de emociones invadió a Renata. El calor de su cuerpecito, su aroma dulce, una mezcla de jabón infantil y flores, todo era abrumadoramente familiar, como si el tiempo nunca hubiera pasado. Sentía cada latido de su corazón acelerado, cada leve movimiento, y una lágrima, imposible de contener, rodó silenciosamente por su mejilla.Esto no puede ser real.Renata bajó las manos temblorosas y, por fin, lo abrazó. Lo sostuvo con fuerza, cerrando los ojos mientras se perdía en la sensación de tener a su hijo entre sus brazos, algo que había soñado y anhelado durante cinco largos años. Su cuerpo pequeño encajaba perfectamente en el suyo, como si nunca debieran haber estado separados.—Dante… —susurró sin darse cuenta, su voz apenas un hilo roto por la emoción.El niño levantó la cabeza y la miró con sus ojos grandes y llenos de inocencia.—Gracias… —murmuró con timidez.Las palabras de Dante fueron un cuchillo que cortó el poco control que le quedaba. Renata apretó más el abrazo, su
Renata estaba tumbada en la cama de su suite del hotel, el rostro enterrado en la almohada mientras los sollozos sacudían su cuerpo. No podía detenerse, no quería detenerse. Las lágrimas, contenidas durante tanto tiempo, ahora fluían como un río imparable.Doménico estaba sentado en el borde de la cama, observándola con preocupación. Sabía que debía darle espacio, pero verla en ese estado le desgarraba el corazón.—Lo vi… —murmuró Renata entre sollozos, levantando apenas la cabeza. Su voz temblaba, rota por la emoción—. Lo tuve a mi lado… me abrazó, Doménico.Doménico se inclinó ligeramente hacia ella, escuchándola con atención.—Fue tan… tan hermoso y doloroso al mismo tiempo. —Renata se llevó las manos al rostro, intentando secar las lágrimas sin éxito—. Sentí su calor, su olor… Es perfecto, Doménico. Es todo lo que he soñado durante estos años.—Renata… —empezó a decir Doménico, pero ella continuó, sin dejarlo intervenir.—Quise agarrarlo, Doménico. Quise tomarlo en mis brazos y lle
Dos horas después, Renata finalmente decidió bajar. Se arregló con calma, asegurándose de lucir impecable, y se dirigió al vestíbulo del hotel. Al llegar, encontró a Vittoria esperando en un sillón de cuero, con las piernas cruzadas y un aire de incomodidad que no lograba ocultar.—Señora Bellucci, discúlpeme por la espera. —Renata le dedicó una sonrisa medida—. Estaba en una videollamada importante de negocios.—No se preocupe —respondió Vittoria rápidamente, poniéndose de pie—. Entiendo que las personas como usted tienen agendas muy ocupadas.Renata hizo un gesto hacia la cafetería del hotel.—Acompáñeme, por favor. Hablemos en un lugar más cómodo.Ambas mujeres se sentaron en una mesa discreta, lejos de las miradas curiosas. Renata pidió un té, mientras Vittoria optó por un café, aunque apenas tocó la taza, sus manos inquietas la traicionaban.—¿Qué la trae por aquí, señora Bellucci? —preguntó Renata con tono cortés, entrelazando las manos sobre la mesa.Vittoria respiró hondo, su
Ángelo salió detrás de ella, ajustándose el saco mientras intentaba recomponerse. El silencio entre ambos era denso, cargado de emociones que ninguno parecía dispuesto a verbalizar.Renata se detuvo en el pasillo frente a la sala de juntas y, sin volverse, habló con un tono cortante.—No vuelva a besarme.Ángelo, sorprendido por lo directo de sus palabras, se quedó inmóvil por un segundo antes de responder con calma.—Lo sé. No debí hacerlo.Renata giró sobre sus tacones, enfrentándolo con la mirada oculta tras sus gafas de sol.—Eso está claro. Usted es un hombre casado, señor Bellucci. No sé qué tipo de persona cree que soy, pero no pienso permitir este tipo de… familiaridades.Ángelo dio un paso hacia ella, pero Renata levantó una mano, deteniéndolo.—Ni un paso más.El ceño de Ángelo se frunció, pero mantuvo su postura firme.—Tiene razón. Estoy casado. Pero no por amor.Renata dejó escapar una risa amarga, negando con la cabeza.—Claro. Todos dicen lo mismo. Qué original.—No est
Renata sintió que su garganta se cerraba por un instante, pero se obligó a mantener la compostura.—Porque he visto lo que usted y su familia son capaces de hacer —respondió, con un tono afilado como una navaja—. Y no voy a permitir que lo hagan conmigo.Ángelo la miró fijamente, como si tratara de leer algo en sus ojos, algo que no podía descifrar.—Está equivocada, señora Laurent —dijo después de un largo silencio, su tono más bajo pero cargado de emoción—. No soy el monstruo que cree.Renata mantuvo su mirada fría, aunque su corazón latía con furia.—Eso está por verse, señor Bellucci.Sin más palabras, dio media vuelta y salió del despacho, dejando a Ángelo solo, sumido en una mezcla de rabia, dudas y una creciente necesidad de entender por qué aquella mujer sabía tanto sobre su vida."Esta mujer…", pensó, apretando los puños. "No sé qué tiene, pero no puedo ignorarla".Renata, mientras caminaba por los pasillos hacia la salida, no podía evitar sentir el calor del beso todavía en
Ángelo estaba sentado detrás de su escritorio, con la mirada fija en la ventana que daba al bullicioso centro de la ciudad. Sus dedos tamborileaban sobre la madera pulida mientras su mente revivía cada palabra, cada mirada y cada emoción del enfrentamiento con Elise Laurent. Había algo en ella que lo descolocaba, lo retaba de maneras que ninguna otra persona había hecho.La puerta de su oficina se abrió de golpe, y Matteo entró con su típica energía desenfadada, aunque su expresión denotaba cierta cautela.—¿Otra vez te rechazó? —preguntó, cerrando la puerta tras de sí y lanzándose a una de las sillas frente al escritorio.Ángelo frunció el ceño y giró la silla hacia él.—¿Qué?—Elise Laurent —respondió Matteo, encogiéndose de hombros—. Tienes esa cara de frustración que siempre pones cuando las cosas no salen como quieres con ella.Ángelo soltó un suspiro largo, pasándose una mano por el cabello.—No es el proyecto, Matteo.El tono en su voz hizo que Matteo arqueara una ceja, interes
Vittoria se quedó inmóvil por un instante, aunque una sombra de sorpresa cruzó su rostro antes de recuperar la compostura.—¿Propasarse? —preguntó con un tono que intentaba ser neutral pero que reflejaba un interés evidente.—Sí —continuó Renata, su tono firme pero sin perder la cortesía—. Aprovechó un momento de debilidad, cuando sufría un ataque de claustrofobia en el elevador. Me besó sin mi consentimiento.La expresión de Vittoria se endureció ligeramente, aunque no necesariamente por indignación.—Estoy segura de que no fue tan grave como parece —dijo, levantando una mano como si intentara calmar la situación—. Mi hijo no es ese tipo de hombre.Renata dejó escapar una risa breve pero amarga, que parecía perfectamente ensayada.—Con todo respeto, señora Bellucci, no estoy interesada en discutir el carácter de su hijo. Lo que sucedió fue inaceptable, y no puedo ignorarlo.—Quizá fue un malentendido… —insistió Vittoria, intentando justificarlo.—¿Un malentendido? —Renata inclinó lig