Alden colocó rápidamente a Nerola en el sofá.

Luego, revisó su pie. Al ver la mancha de sangre, frunció el ceño y preguntó en voz baja:

—¿Tienes un botiquín de primeros auxilios en casa?

—Sí. —Nerola estuvo de acuerdo. Está debajo del mueble de la TV.

Alden miró a su alrededor antes de caminar hacia el mueble del televisor y sacar la caja médica.

Tomó hisopos de algodón, yodo, tiritas y gasas. Poco después, regresó y puso las cosas sobre la mesa de té.

Luego se agachó para quitarle las zapatillas a Nerola.

Nerola se sorprendió y al instante apartó la pierna de ella.

—No… ¡No tienes que hacerlo!

—No se mueva.

A Alden no le importaba su resistencia. En lugar de eso, simplemente lo agarró del tobillo.

Él le quitó las pantuflas, dejando al descubierto su lindo piecito. Tenía buenos modales. Su piel era suave como la gelatina y sus dedos de los pies tan claros como el jade. Sus dedos redondos se veían muy lindos juntos.

La mirada de Alden se oscureció gradualmente