Aunque luché con todas mis fuerzas y mostré una apariencia feroz de resistencia y valentía, mi habilidad parecía insuficiente a los ojos de los hombres que frecuentan los bares.Mi muñeca izquierda estaba cortada y seguía sangrando. Sofía fue obligada a beber una botella de licor fuerte y quedó inconsciente en su asiento. Ana se movía entre varios hombres, su abrigo empapado de alcohol y su cabello recogido detrás de la cabeza desordenado por el tirón.—No la toques.El hombre que le dio a Sofía la bebida se rió malvadamente mientras extendía la mano hacia ella. Sin tiempo para analizar mi propio poder de combate, agarré un cenicero de la mesa y lo lancé directamente hacia él.El cenicero era de vidrio transparente y muy pesado. Lo lancé con toda mi fuerza y el hombre gritó mientras su cabeza se volvía roja al instante.La luz era demasiado tenue y no podía ver con claridad la gravedad de la herida, pero el hombre se sentó en el sofá, cubriéndose la cabeza herida y gritando.Mien
Como Sofía, borracha, ya perdió la conciencia, y mi muñeca también resultó herida, nos llevaron luego al hospital.La herida que sufrí no era tan grave como la situación en que se encontraba Sofía. El médico solamente me dio algunas recomendaciones y me dejó ir. Pero Sofía tenía que quedarse en observación en el hospital por una noche. A pesar de que ya estaba despierta después de la operación, se sentía todavía muy débil, sin fuerzas para hacer nada. Carlos se ofreció a cuidar de ella, ante eso Ana y yo insistimos en quedarnos aquí acompañándola, siendo sus mejores amigas. Martín, por su parte, decidió quedarse en el hospital también con el argumento de que tenía miedo de que yo provocara más problemas. Yo, la responsable del incidente, ante su insistencia, tuve que aceptar su decisión. Ana y yo nosotras dos ocupamos las otras dos camas en la habitación. Ana se durmió rápidamente debido al cansancio y al efecto del alcohol.Sofía, desde que se despertó, no dijo ni una palabra. C
Estaba perdida en la euforia, olvidándome completamente de la presencia de Martín. Levanté la manta en silencio tratando de esconderme, pero él la tiró dejándome al descubierto.—Ahora, dime. ¿Cuántas botellas bebiste?Dudaba, le hice una señal de dos con los dedos.—¿Dos? No te creo.Ante su sospecha, levanté otro dedo más.—¿En serio?Todavía preguntó con tono de escepticismo.—Te pregunto por última vez. ¿Cuántas botellas bebiste?Ya se notaba el enojo en su voz, por eso no me atreví a mentirle más y le dije en voz baja:—Pues… cinco.Las venas en la sien de Martín se hincharon, agarrando mi mano y dijo: —¿Cómo te atreviste a beber sin haberme avisado? Y encima, cinco botellas.Levanté sigilosamente la cabeza para echar un vistazo a Martín, pero una vez que me encontré con su mirada dura, bajé la cabeza con miedo.«¿Qué debería hacer?», reflexionaba con mucha fuerza buscando una solución.Entonces, le sonreía y trataba de consolarlo diciendo:—Es que sabía que nos salvarías pasara
Les eché a Sofía y Ana una mirada de socorro buscando ayuda, sin embargo, Sofía me miró por un momento, bostezó y se dio la vuelta para dormir en los brazos de Carlos.«Qué tonta era yo de haberla llevado al bar para divertirle», pensé arrepentida con enojo.En cuanto a Ana, se cubrió con la manta para que no involucrara en el conflicto que tuve con Martín.Ay, a quién podría acudir. Seguía llorando esperando que Martín por lo menos sintiera piedad por mí. Por fin la cara dura de él empezaba a relajarse, pero me amenazó:—Si no dejas de llorar, llamaré ahora mismo a tu madre.Teniendo miedo de que mi madre se enterara de lo que había hecho, contuve el impulso de llorar y sequé las lágrimas.Afortunadamente, pude dormirme al final, pero parecía escuchar a Martín susurrando:—No sabes lo preocupada que estoy por ti.…En el primer semestre del último año de la universidad, papá tuvo un pequeño problema cardíaco y estuvo en el hospital durante casi un mes, lo cual dejó a mamá al borde de
En comparación con la Escuela Nacional de Pintura, la Universidad Nacional quedaba más cerca de la Ciudad de Survilla. Había un vuelo diario que facilita los viajes de ida y vuelta. En la reunión de la despedida, Sofía, Ana y yo, no dejábamos de llorar, mientras tomábamos alcohol un vaso tras otro. Borracha, sin capacidad para moverme, llamé a Martín, quien me llevó a la residencia, sin embargo, por desgracia, me vomité todo sobre él.Cuatro años después…Ahora ya tenía veintidós años. Cuando paseaba por la Universidad Nacional, de vez en cuando me encontré con Sergio, pero solamente me limitaba a saludarlo. Dejaba de ser la niña tonta que había llorado por él en silencio. Él llevaba bien con Flora, pero a mí no me importaba ya. Quise dejar el pasado en el olvido.Ese día, sin nada que hacer, paseaba por un sendero en el campus, y me saludó con sorpresa, pues no le había dicho que seguiría la maestría en su universidad. Parecía que se agradaba por mi presencia y quería invitarme p
Ya estábamos en el final de septiembre y todavía hacía calor. Me sentaba a la sombra de los árboles esperando mi nueva compañera de cuarto para ir juntas al comedor, se escuchó a alguien llamarme.Volví la cabeza y vi a un hombre de camisa blanca rayada y pantalones grises sonriendo.—¿Hernán? ¡Qué sorpresa verte aquí! Qué coincidencia,El mundo era realmente pequeño. Era mi compañero del bachillerato. Hacía dos años, cuando nos despedimos, me preguntó llorando en voz baja:—¿Si podremos volver a vernos en el futuro?Y ahora nos encontramos aquí, en la Universidad Nacional. El tiempo lo había moldeado, ya que perdió peso en los últimos años. Antes era un poco regordete. —No es coincidencia. Vine especialmente por ti.Me miraba fijamente, que me puso un poco nerviosa y se aceleró el latido del corazón.Me había confesado que le gustaba yo, pero en aquel entonces, en el mundo mío solamente cabía Sergio. Él siempre estaba a mi lado con su cara sonriente, si yo no hubiera puesto toda mi
—Tenía algunos problemas cardíacos, pero ya está bajo control, gracias por la preocupación.Charlamos sobre todo tipo de cosas, pero finalmente la conversación volvió a nuestra época del bachillerato en la Ciudad de Survilla, donde compartimos tres años juntos.Habló de muchas cosas de las que ni siquiera tenía recuerdos claros, pero las narraba con una claridad como si hubieran sucedido ayer.Me contó que para estar más cerca de mí cuando tomábamos la foto de graduación, él sobornó al chico que estaba detrás de mí.Esa foto todavía lo guardaba en el álbum del teléfono, por eso lo encendí y le mostré la foto. Se quedó mirando fijamente la foto como si estuviera perdido en sus pensamientos.De repente, me agarró la mano y la sostuvo en su palma.Mi rostro se puso rojo y caliente y no podía soltarme de su agarre por más que intentara. Levantó la cabeza y me miró, diciendo suavemente: —Luna, ese año realmente pensé que nunca volveríamos a encontrarnos y estuve triste durante mucho tiemp
Cuando el lujoso coche se detuvo frente a mi edificio de apartamentos, traté de abrir la puerta para huir de inmediato, pero por más que intentara, la puerta no se abría. Hernán contralaba la cerradura y no me dejaba salir. Volví la cabeza hacia él y le dije ansiosamente:—Abre la pueta. Tengo que irme ahora.Me acercó y me miró fijamente. Me puse nerviosa ante su acción, entonces me limitaba a murmurar en voz baja que me abriera la puerta.Extendió la mano y me frotó la cabeza, diciendo: —No me hagas esperar demasiado, Luna.—Pero tengo que bajar primero.Descubrí que, excepto por Martín, no quería que ningún hombre me acercara.Apagó el motor, salió del coche y luego abrió la puerta de mi lado, extendiendo caballerosamente una mano como si quisiera ayudarme a bajar. Pero no lo acepté y bajé el coche por mi cuenta.Él parecía un poco decepcionado, pero todavía se recompuso y siguió detrás de mí.—No es necesario que me acompañes. Estoy a unos pasos de mi departamento. Ve y atiende tu