UNA SEMANA DESPUÉS
Joseph había pasado la última semana hablando con Mary, buscando la manera de convencer a Eileen de que comenzara terapia.
Él sabía más que nadie que ella era capaz de salir de ahí.
Sí, era cierto que no conocía a Eileen en profundidad, porque no se lo había permitido.
Había sido un imbécil.
Pero si había algo de lo que estaba seguro era de la fortaleza de la mujer con la que, en algún momento, se había casado.
No sabía cómo había logrado enamorarse tan perdidamente de ella, cuando prácticamente la había ignorado más de lo que la había acompañado.
Se sentía fatal por todo lo que ambos habían vivido, pero, sobre todo, por el estado
Cuando llegaron a la consulta, Eileen se apeó del coche y, un segundo más tarde, se asomó a la ventanilla del coche.Joseph abrió la ventana con el botón de apertura automática y la miró, sorprendido.—¿Qué pasa? —le preguntó con las cejas alzadas.—¿No me acompañarías? —inquirió Eileen con cierta incomodidad.Era evidente que no le agradaba en lo absoluto pedirle aquello.Sin embargo, aunque le incomodaba, Eileen no se sentía capaz de adentrarse sola.Atrás había quedado la mujer decida que había sido.Esperaba, con todo su ser, que la terapia le ayudara a recuperar su antiguo «yo». Sabía que ya no sería la misma, pero, al menos, quería estar bien, tranquila
UN MES DESPUÉS.Eileen, contra lo que había creído en un principio, se sentía mucho mejor tras acudir a terapia y comenzar a tomar las píldoras que le había recetado el psiquiatra.Tenía que reconocer, muy a su pesar, que Joseph Anderson había tenido razón. Aquellas terapias le estaban ayudando más que nunca. En su cabeza, no cabía la idea de que unas simples pastillas, sumadas a las terapias psicológicas la ayudarían tanto.Si bien, en un comienzo, se había sentido atontada, e, incluso, se sentía aún más sumida en el pozo del que quería salir.En varias ocasiones había intentado dejarlas, como en ese momento, sin embargo, Joseph se percataba y, en ese momento, se percató de cuál era de sus intenciones, por lo que la instó, sin obli
La cena de Acción de Gracias pasó sin ningún altercado, por el contrario, todos disfrutaron de estar en compañía.Aquella noche era la primera vez que la madre de Eileen, así como sus hermanos, conocían en persona a Joseph Anderson.En un momento, dado, la madre de Eileen la apartó del grupo que comía y bebía entre risas y le dijo:—Ese hombre te ama, Ei.Eileen tragó saliva. Su madre era la típica mujer que se dejaba llevar por su intuición y rara vez, por no decir nunca, se equivocaba.Ella había sido quien le había advertido de que Charles no era quien pintaba ser de cara al público y bien que había tenido razón.¿Cuántas veces se había maldito por no haberla oído?—&iques
Joseph cada día veía mejor a Eileen y sentía que, aunque fuera lentamente, podía comenzar a acercarse a ella.Le alegraba sobremanera que hubiera seguido su consejo de hablar con Sabrina y el doctor Richardson. Si bien al principio, ella no veía ni el más mínimo cambio, y, aún, seguía sin verlo por completo, él sí podía percatarse de aquel nuevo panorama.El día anterior, durante la cena de Acción de Gracias, la había visto mucho más animada que en los últimos tiempos. Una sonrisa había permanecido perenne en su rostro y no había nada que lo llenara de más satisfacción que verla sonreír de aquella manera.Hacía unos días, con la ayuda de Mary, por supuesto, porque era bastante idiota para esas cosas, había comenzado a preparar una velada para que Ei
Cuando Eileen bajó las escaleras, no pudo evitar quedar boquiabierta. Joseph lucía un traje azul con rayas sutiles en blanco, una camisa desabotonada en los primeros botones de la misma, luciendo sus pectorales, su cabello estaba finamente peinada y su barba de días había desaparecido.Así, sin barba, aparentaba mucha menos edad de lo que realmente tenía. A Eileen no le hizo mucha gracia este último punto, porque le encantaba el toque galante que le daba su barba, pero se abstuvo de hacer ningún comentario al respecto.En cuanto a Joseph, tampoco le pasó desapercibido el aspecto de Eileen, quien siembre de pantalones o jeans y quien pocas veces usaba un vestido como aquel, que se entallaba a su cuerpo y realzaba su figura.—Estás más preciosa que nunca —la elogió, dibujando una sonrisa de oreja a oreja.Re
Eileen sintió como decenas de pares de ojos se enfocaban en ellos dos y no pudo evitar sentirse incómoda. —Eileen —continuó Joseph sin apartar la mirada de ella—. Sé que he sido un idiota durante todo este tiempo, sé que me he comportado como un imbécil y, delante de todas estas personas lo reconozco, como también reconozco que eres la mujer de mi vida, que eres la persona que amo. —Tragó saliva—. Siempre pensé que jamás me enamoraría, hasta que tú llegaste a mi vida. Eileen se puso roja como un tomate. Jamás había imaginado que aquella cita terminaría con una confesión en público. —Sí, puede ser que suene un poco exagerado —Rio con incomodidad—, pero desde el día en que entraste en mi oficina buscando trabajo supe que eras la única mujer que podría ganarse mi corazón. —Suspiró—. Desde ese día, sin que te dieras cuenta te adentraste a mi vida y, poco a poco, a pesar de nuestro matrimonio te fuiste metiendo bajo mi piel. Desde la primera vez que te vi, con tu ropa de segunda mano, c
Al llegar a la suite presidencial que Joseph había alquilado para aquella noche, Eileen no pudo resistirse más. Sin pensarlo dos veces, se lanzó a sus brazos y dejó que sus lágrimas fluyeran empapando la chaqueta del traje de Joseph. —No llores, amor —dijo Joseph mientras le acariciaba la espalda. Cuando Eileen se separó de él, Joseph pudo ver el alma de Eileen a través de sus ojos. Miró su rostro con detenimiento mientras ella le devolvía la mirada y le enjugó las lágrimas con el pulgar. Sin titubear, Eileen tomó el rostro de Joseph entre sus manos y, sin más, posó sus labios sobre los de él. Lo besó con cautela, pero con todo el sentimiento que era capaz de transmitir de aquella manera. Sin demora, los labios de Joseph le correspondieron y se amoldaron a los de ella, devolviéndole el beso, mientras las lágrimas continuaban rodando por el rostro de Eileen. No podía describir el sentimiento que aquello le causaba. Mariposas surcaban su estómago, aleteando sin control, mientra
VEINTIÚN DÍAS DESPUÉS. —No puedo, ¡no puedo!, ¡NO PUEDO! —exclamó Eileen mientras se probaba vestido tras vestido. —Hija, tienes que escoger uno, estamos a solo dos semanas de la boda. —Lo sé, pero que me lo digas no me tranquiliza, lo sabes, ¿no? —repuso Eileen con el rostro enrojecido. —Pues no sé por qué tanta prisa por casarse. Ya se habían casado, podrían haber anulado el divorcio —repuso Samanta, alzando una ceja. —Tu madre tiene razón —dijo Mary, quien estaba buscando un nuevo vestido en la tienda. —¿Qué ha pasado? ¿Se han complotado? —preguntó Eileen con el ceño fruncido. —No, pero es que nos estás poniendo nerviosas —respondió Mary—. No hay nada que te guste. No sé cómo accediste a utilizar el vestido que escogí para ti para cuando se casaron anteriormente. —Se encogió de hombros. —En ese momento, me importaba muy poco lo que llevara puesto. Era un matrimonio por contrato, me daba lo mismo lo que me pusieran. Podría haber llegado al altar con una bolsa de papa y lo mi