Sinfonía Nro. 40

Jacob.-

El desayuno fue ameno, demasiado para mi gusto, Natalia estaba disfrutando de la conversación con la abuela, hasta que yo llegué su semblante había cambiado y sonreía casi por obligación, seguro percibió mi tensión cuando se mencionó los afortunados que éramos ambos por estar comprometidos, los dos sabíamos que esto era una farsa.

— ¿Jacob sabías que Natalia toca el piano? –Miré a mi abuela sorprendido y luego fije mis ojos en Natalia.

— No yo lo sabía –Respondió mi madre. –Me agrada saber que tendré nietos que valoren la música clásica –Soltó mi madre con una gran emoción.

— La verdad, practiqué en mi niñez –Hizo un silencio, como si se le dificultara tomar fuerza para decir lo próximo. –Después de la muerte de mis padres no volví a tocar. –Podía notar lo difícil que era para ella tocar cualquier recuerdo de su niñez, para luego caer en esa jauría de lobos que eran los Redmond.

— ¿No te gustaría volver a tocar? –Preguntó mi abuela. –Vi tu mirada cuando estabas frente al pian
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