Mi risa es tan fuerte, que retumban en las paredes de la cueva y todos me miran como si me hubiera vuelto loca, pero ya deberían de saber que sus miradas de alfas no me intimidan, así que me río aun más fuerte, porque Adrien quiere presentarse ante su familia como el más bueno de todos.

Y él tiene de bueno, lo que yo tengo de pobre y humilde, además.

No, si los alfas deciden perdonarlo, que se den cuenta que jamás fue bueno y ahora que ha resucitado, mucho menos, porque tendría que morirse mil veces para poder expiar todas sus culpas y el daño que ha causado por aquí.

Daño a su propia gente.

Daño a mí y a mi familia.

― ¡Por el amor a Dios, Adrien! ―me burlo de él, sin importarme todas las miradas de alfas que están a mi alrededor―si no te conociera, te compraría por bueno y puro, por todo lo que acabas de decir acerca de tu sacrificio o eso de aceptar tu destino y tal―canturreo con exageración y me paso por delante de Aike, quien hace un últim