Miguel levantó el sable y mató a Pascual sin piedad.El rey de la Ciudad Oeste se despidió del mundo de manera tan insulsa.Rafael, todavía en su silla, tembló como un azogado.Todo le parecía tan irreal cuando vio el cuerpo de su padre.Su padre, Pascual, debería ser invencible.¿Cómo podía morirse
Francisco se acercó a Alicia con preocupación y le preguntó:—¿Estás bien, Alicia?—No pasa nada, pero recuerdo que estaba en la oficina de Pascual. ¿Por qué están aquí? —replicó Alicia y se amasó de manera suave la cabeza.—Me preocupé tanto por ti que le pedí al señor Ramos que me llevara hasta aq
Al escuchar, Miguel no podía reaccionar y frunció las cejas.¿Alicia fue a pedir a Mía?Por eso, no era extraño que apareciera Lucía en aquel momento.No esperaba a que Miguel dijera la relación entre Mía y Lucía, Alicia lo empujó.Miguel agarró inmediatamente su muñeca, apresuró:—Quizás hay alguno
En la mansión del presidente de Ríomar.Diego no cesaba de toser en la cama, de vez en cuando, tosía sangre.—Doctor Gómez, ¿por qué mi enfermedad es tan grave?Y ni siquiera el propio Pedro entendió lo que estaba pasando.Siguió tocando su barba.—Presidente de la Cruz, su pulso está muy alterado.
En este momento, alguien llamó a la puerta continuamente.Miguel abrió la puerta y vio a un hombre desconocido.Llevaba puesto un traje, parecía que era de clase alta.Detrás de este hombre, había un hombre fornido con traje y gafas de sol.—¿Usted es?Romo, sin rodeos, fue al grano:—Soy hijo de Di
Todos corrieron de manera rápida hasta la puerta.No vieron a Miguel, pero sí a Romo que se cubría el brazo.Regresó con pasos inestables.—Romo, ¿dónde está Miguel? —preguntó el jefe de la Puerta Sagrada.—Es demasiado arrogante aquel chiquito. Dijo que mi padre sufrió daños en los pulmones cuando
Los tres estaban muy curiosos. ¿A quién vio Francisco?Dirigieron la mirada adonde Francisco, y vieron que se rebajaba como sirviente.—¿Quién son aquellas personas? —exclamó Ana.¿Por qué Francisco los trató con tanta ceremonia?Alicia entrecerró los ojos. Aunque no sabía todos de ellos, al menos,
Romo, un poco descontento, interrogó de manera seria a Miguel:—¿Cuánto quieres? Te daremos todo lo que podamos. Solo dinos cuánto quieres.—No me importa el dinero —Miguel sonrió con desdén.—Entonces, ¿qué quieres? —inquirió el jefe de la Cámara de comercio.¡Qué ridículo que en este mundo hubiera