—No tiene sentido que toques la puerta si ya estás adentro —dijo Román levantando una ceja con desaprobación. —¿Qué es esto? —Ignoró la queja por completo. —Un violín, pensé que una concertista lo reconocería más fácil. —Se estiró en su asiento mientras le dedicaba una sonrisa burlona. —Sé que e
—Román… Te estoy haciendo un favor. ¿Qué otro motivo necesitas para alejar a esa mujer de tu vida? Ha gritado a los cuatro vientos que te odia, se mantiene distante y grosera, es hija de Sorrentino. Es un potencial peligro para la empresa y para tu futuro, pero parece que no eres capaz de notarlo.
El día había llegado y mientras Román se ajustaba la corbata ante el espejo, la puerta de su habitación se abría, mostrando a July, con sus hermosos cabellos rubios recogidos y un vestido violeta que hacía lucir de manera refinada sus atributos. En sus manos pendía un sobre blanco que Román no su
Román aplastó el papel y lo dejó sobre el tocador. —Escúchame bien, me voy a casar con Frida y nos iremos de luna de miel muy lejos de aquí, cuando regresemos ella estará embarazada de mi tercer hijo y tú te mantendrás con la boca cerrada… —Román, por favor… detente —suplicó July con el corazón
—¡Lorena! —¡Señor! ¡Sí, señor! —Pegó un brinco y salió corriendo para dar el aviso. —Pobre mujer… Te tiene mucho miedo y se nota que tú lo disfrutas —dijo Frida peleando por subir el cierre de su vestido. —Quien nunca debe de temerme eres tú —dijo Román ayudándole y besando su hombro con ternura
El corazón de Tiziano se retorció dentro de su pecho, el cambio fue tan turbulento que dolía. Vio esos ojos azules, idénticos a los de Frida y ante la sorpresa de todos, acercó su mano con gentileza para acariciar los cabellos de Emma. —Mucho gusto, Emma y Carina… —Cargó a la pequeña Cari y de inme
De pronto el silencio volvió a imponerse en la fiesta en cuanto Tiziano y Román salieron de la casa. Todos en el jardín parecían temerosos de que alguna clase de disputa a muerte se diera entre los dos o simplemente era el respeto de ver a dos hombres dominantes y feroces en el mismo lugar. —¡Abue
Marco Gibrand disfrutaba de una piña colada y del calor del sol, al lado de la alberca, aunque no tenía intenciones de volver esto un viaje de placer, lo estaba disfrutando. De pronto vio a un par de jovencitas que le dedicaban ojos coquetos y no pudo evitar sonreírles de vuelta. Se levantó mostrand